sábado, 20 de junio de 2020

A. Weigle. Segundo año de vida: un salto estructural


SEGUNDO AÑO DE VIDA:
  LA EMERGENCIA DE UN SALTO ESTRUCTURAL
Alberto Weigle
1996

Los comentarios que nos proponemos hacer, constituyen una síntesis, parcial y sencilla, surgida de variadas fuentes de conocimiento:

 - la observación directa de niños en ese período 
- la revisión detallada de videograbaciones de esos niños 
- el análisis de diversas teorías sobre el desarrollo 
- la discusión en grupo interdisciplinario 


Primeramente, mostraremos un slide que viene a ser una especie de síntesis, muy reduccionista, de una teoría psicoanalítica sobre el desarrollo:  



Se ve allí, pregurando el desarrollo, una especie de tronco de árbol con sus raíces. El entramado de fondo representa el medio: la tierra y la atmósfera necesarias para el desarrollo.  Si consideramos las raíces, vemos: 
- Una primera raíz correspondiente a la formación y maduración de estructuras neurobiológicas que comienza desde la concepción y continúa luego del nacimiento, durante un largo período, en relación a la marcada inmadurez de la cría humana.  
En esta etapa, la vertiente de programación genética es muy marcada y la vertiente ambiental se refiere, sobre todo, a las condiciones biológicas fijas necesarias para que el programa genético se cumpla [me refiero a los aspectos de nutrición y protección en general).  
Esta maduración biológica continúa expresándose durante todo el desarrollo y sabemos que las últimas mielinizaciones del sistema nervioso se producen alrededor de  los 20 años. En la pubertad esta maduración va a recibir un enorme aporte ya programado genéticamente que, como sabemos, será grávido en consecuencias no sólo biológicas sino también psicológicas (me refiero a la maduración sexual definitiva y al gran desarrollo osteomuscular de esta etapa) 
- Una segunda raíz cuya entrada en acción la detectamos, en la especie humana, entre los seis y ocho meses, corresponde a la poderosa corriente de aquellas conductas interactivas que no dudamos en calificar como de naturaleza etológica pues son conductas similares, no en sus detalles, pero sí en su esencia, a las observadas en aves y mamíferos en general. Nos referimos a las llamadas conductas de apego que se corresponden con las conductas de cuidado de la cría, en una interacción que las potencia mutuamente. 
Son conductas complejas, genéticamente programadas también, pero aquí la interacción con otros miembros de la especie adquiere una importancia tan crucial que su distorsión o ausencia provocará grave trastorno en el desarrollo. Podemos decir que los pesos de lo genético y lo vincular se equiparan.  
Se inaugura así, para el nuevo sujeto, una corriente vinculante con poderosa carga afectiva que interactuará con similares corrientes de sus semejantes próximos. 
Esta corriente, esta apetencia por la vinculación que, como dijimos, se le llama apego (como traducción no muy feliz de la palabra inglesa attachment) adquiere un perfil particular en la especie humana, mucho más que en otras especies, tanto por su duración (toda la vida) como por su intensidad.
En realidad, nos estamos refiriendo a lo que habitualmente llamamos sentimiento de amor, sentimiento que queremos distinguir claramente del atractivo erótico con el que a menudo se confunde. Una confusión debida a la elevada interacción entre ambas corrientes, amorosa y erótica, especialmente en los llamados vínculos de alianza.
Y, al hablar de amor, estamos también mencionando a su correlato el odio pues, dentro de esa permanente oscilación ambivalente de sentimientos, se constituye el campo de la vinculación entre personas. 
- Una tercera raíz corresponde a la introducción, durante el segundo año de  vida, de una última y notable corriente del desarrollo temprano, signada por la aparición en  escena de una compleja función, también genéticamente programada: la función simbólica  o, mejor llamada, función semiótica. Esta función permitirá al niño operar con sistemas de signos en ausencia del referente, en ausencia de la cosa concreta, introduciéndolo así en el mundo de los significados. De estos sistemas de signos, el más privilegiado será el de la palabra, pero no el único y quizás ni siquiera el más importante en esta etapa inaugural de la función semiótica.
A propósito de esto les voy a relatar una pequeña escena observada por uno de los miembros de nuestro equipo de investigación, referida a una niña de 18 meses que ya poseía un cierto manejo del lenguaje con frases cortas, pero que no disponía aún de un uso correcto de la red pronominal yo-tú-él. 
La niña jugaba en una habitación con su hermano de tres años. Dos adultos, parientes próximos, estaban allí como espectadores casuales. En cierto momento, el hermano le propone a la niña: 
- ¿Querés un helado? 
- ¡Sí!, responde ella entusiasmada. 
El niño se dirige a una mesita cercana, que ahora oficia de mostrador, y le pide al almacenero -inexistente- el helado, también inexistente. Hace ademán de tomarlo poniendo la mano en forma de cucurucho y se vuelve hacia la hermana ofreciéndoselo. 
Ella lo mira enojándose y dice: 
- ¡No! ¡Un helado! 
El niño sonríe mirando a los adultos que también sonríen complacientes y vuelve al supuesto mostrador repitiendo toda la escena imaginaria de compra y entrega del helado a su hermana expectante.
  La niña grita y protesta y las lágrimas saltan de sus ojos mientras reclama el  helado. 
El niño, en complicidad armónica con los adultos, repite otra vez la maniobra de compra, mientras la niña más llora y más protesta, pero esta vez él modifica la situación ofreciéndole helados a los adultos que los aceptan y todos, menos la niña, juegan a comerlos. 
La niña que, mientras llora, no deja de observar la escena, detiene de pronto su llanto, durante un instante abre sus ojos sorprendida y luego se le ilumina la cara y ríe con enorme regocijo.
El hermanito rápidamente le alcanza el helado ficticio que ahora ella recibe feliz, olvidando por completo el helado que reclamaba. Se une al resto de los participantes y ahora todos toman helados ficticios en medio de alegre algarabía. 
Esta pequeña escena nos sugiere varias cosas: 
- el carácter de salto hacia una nueva organización estructural que permite a la niña operar en ausencia del referente concreto. 
- la gozosa entrada en un mundo de comunicación interhumana que vale por mil helados 
- el acceso a un sistema sígnico complejo que, si bien incluye la palabra, es mucho más que ella constituyéndose en una escena con variados lenguajes articulados entre sí, donde circulan gestos, mímica, manifestación de emociones, complicidades no dichas, sostén y presión para el aprendizaje, etc.
 - el ingreso pleno en el área del juego compartido que, con su enorme valor estructurante, se muestra como fundamental para la construcción de una persona. 
Les cuento ahora otro pequeño episodio, en otra niña de 2 años y tres meses que ya posee un claro desarrollo del lenguaje y, al parecer, una plena adquisición y manejo del pronombre YO y del conjunto de la red pronominal: TÚ, ÉL, NOSOTROS... 
Sin embargo, veamos este diálogo: 
La niña está en brazos de la madre y saluda a su abuelo que llega. Luego de los afectuosos intercambios de costumbre, el abuelo le dice: 
- ¿Viste? Vos sos la hija de tu mamá, pero ella es mi hija… 
- ¡No! ¡Salí! dice la niña con expresión de disgusto y protesta, casi al borde del llanto y abrazándose fuertemente al cuello de la madre. ¡Ella es mía!... es mi mamá...no es tu hija... yo soy la hija... es mi hija... 
Risas entre abuelo y madre. La niña mira entre compungida y asombrada, no ríe y continúa fuertemente abrazada al cuello de su madre. 
Haciendo un cierto recorte de este episodio para observar el nivel de comprensión alcanzado por la niña, podemos decir que ella comprende claramente un cierto nivel de identidad de los actores de la escena por el uso correcto que hace de los pronombres personales y los posesivos: yo, tú, ella, mía, tuya... Pero no llega a comprender todavía la red identificatoria que implica el uso de los sustantivos relativos: hija, madre, padre, abuelo... Para ella, los personajes adquieren la contundencia de la identidad por presencia (presente o representada), la identidad por la propiedad (ella es mía) o la identidad por los roles (madre protectora/ hija protegida). Pero se le escapa la identidad, tanto otorgada como asumida, de los lazos de parentesco y de la inclusión en una genealogía. 
Podemos decir que aún no ha alcanzado el nivel que Freud describe como edípico pues, para alcanzarlo necesitará de la comprensión de los lazos de parentesco (ver 2º nivel en el slide). 


lunes, 15 de junio de 2020

A. Weigle. ¿Qué une a los humanos?


QUÉ UNE A LOS HUMANOS
Alberto Weigle
2020


A los cien años de haber escrito S. Freud Psicología de las masas y análisis del yo, creemos que es pertinente hacer puntualizaciones a propósito de sus ideas sobre el tema del título en aquella época, ideas que veremos ahora a la luz de los nuevos descubrimientos y las nuevas propuestas desarrolladas en tan extenso período.
Nos anima, en ese sentido, el propósito magno de la ciencia que es el de avanzar en la ampliación de nuestros magros conocimientos, doblemente magros en nuestra novel materia. Con esto queremos decir que nuestra exposición se va a alejar todo lo posible de una exégesis del pensamiento freudiano pues exégetas de Freud los hay por miles y aún muchos más son aquellos docentes que enseñan la palabra del maestro sin tocar para nada el fundamento de sus ideas. Pretendemos, más bien, señalar los puntos frágiles de su pensamiento y destacar los avances notorios que pueden señalarse hoy día respecto al tema del título: ¿qué une a los humanos?
Damos por descontado que nuestros lectores conocen el texto mencionado y, por supuesto que nos manejaremos para las referencias a esa obra, con la traducción de José Etcheverry (Psicología de las masas y análisis del yo t. XVIII 1921, pág.63-136, Amorrortu Editores).
Pasaremos ahora a comentar las cuatro fuentes de unión de los humanos que son las que hasta ahora hemos podido dilucidar y que, por supuesto, no descarta que existan otras desconocidas por nosotros o que aún están por descubrirse.

****


1)                  LA ATRACCIÓN SEXUAL.

Es una poderosísima función biológica que los humanos compartimos con casi todos los seres vivos y cuyo objetivo es multiplicar los individuos para sostener la sobrevivencia de su especie.
Esta capacidad de reproducción es la característica esencial de la vida distinguiéndose así de lo mineral sin que sepamos a ciencia cierta cómo se ha producido el cambio de lo inanimado a lo animado.
Y es mucho más que la simple reduplicación, pues esta unión de individuos de distinto género que hemos dado en llamar femenino y masculino (o hembra y macho) y que supone la unión de dos gametos diferentes, ha dado lugar a la generación de millones de especies durante miles de millones de años, a través de los mecanismos de mutación y selección que brillantemente descubrió Charles Darwin.
Al ser la función sexual de cópula, una función de la que se puede prescindir sin que se afecte el soma individual, su cumplimiento (en cualquier especie) va a estar asegurado adjudicándole el mayor monto posible de placer. Es tan potente la fuerza del atractivo que los individuos (de muchísimas especies, incluida la nuestra) llegan a morir o matar tratando de lograr su ejecución.
A esto se agregan las características peculiares que adquiere en la especie humana, muy por encima de las estrictas leyes biológicas que guían el comportamiento en todas las especies en general.
Para nosotros los humanos, por ejemplo, puede llegar a ser “el oficio más antiguo”, o tener un amplio uso comercial como la pornografía o la promoción de ventas; o ser ejercida de forma adictiva para atemperar las emociones; o usarse, no como complemento del amor sino del odio; o practicar el abuso sexual en sus variadas formas.
Y, en especial, el uso del erotismo como actividad recreativa: éste es el mayor uso que le hemos dado en nuestra especie, habiendo alcanzado en ese sentido un alto grado de sofisticación. Y, como un ejemplo más de su versatilidad, observamos que, si bien el binarismo femenino/masculino es imprescindible para la reproducción, es totalmente prescindible para su uso recreativo por lo que el erotismo puede adaptarse sin mayor problema a todas las variantes de la identidad de género cultural (LGBT+), variantes que aparecen de modo espontáneo a partir de nuestra móvil condición identitaria humana.
Simultáneamente con esto, aparece como la función, por lejos, más sujeta a leyes, normas, costumbres, reglas, ritos, ceremonias, modas, convenciones sociales, o sea, a todo tipo de cánones. Y esto puede verse en todas las culturas, en todas las épocas conocidas, en todas las religiones. Claro que esto es debido también, como veremos más adelante, a su estrecho vínculo con otros poderosos motivos de vínculo que se suman para ampliar enormemente sus reglas.
Pues bien, Freud, médico y neurólogo (neuropsiquiatras se denominaban en la época), en su experiencia inicial con un grupo de pacientes que presentaban síntomas que no se sabía si eran somáticos o psíquicos, se enfrentó a un dilema en el momento de determinar la etiología de dichos síntomas: ¿de dónde provenían? ¿del cuerpo o de la mente? El eminente J. M. Charcot, profesor de Freud, sostenía que las pacientes histéricas padecían una enfermedad neurológica, pero Freud, al comprobar que los síntomas desaparecían sin intervención somática y sí por efecto de una liberación de intensos afectos, a través del diálogo sostenido con el médico, sostuvo que eran de origen psíquico y no somático. Ya en esa época Freud nos hablaba del poder ensalmador de la palabra en su temprano trabajo Tratamiento psíquico (tratamiento del alma) de 1890 (A. E.  t.I pág. 113-132).
A esto se agregó el haber observado con frecuencia dificultades en la vida sexual de sus pacientes que se presentaban de forma directa o indirecta y, por supuesto, no puede habérsele escapado la enorme importancia del tema sexual para la generación de conflictos entre deseos sexuales y sus prohibiciones, y la consecuente generación de síntomas neuróticos.
Esta frecuencia del tema sexual aumentaría en proporción geométrica cuando Freud comenzó a escuchar los textos que le relataban sus pacientes bajo estos dos procedimientos:
     a)   una definición ampliada de lo sexual que suponía igualar todo placer con placer sexual, todo vínculo afectivo entre personas como de carácter sexual (la libido), todo lo relacionado con las identidades de género como temas de sexualidad, etc.
     b)   una arquitectura simbólica de la mente humana que permitía reconducir (a través de las leyes de condensación y desplazamiento que él mismo describió) cualquier motivación personal a la temática sexual: la, por él llamada, sublimación.
Por estas vías, la enorme mayoría de los conflictos y sufrimientos que le exponían sus pacientes podían ser vinculados al tema de la sexualidad, entendimiento que continúa subrayándose en muchas escuelas actuales de psicoanálisis.
Freud encontró, pues, en esa función sexual lo que creyó una notable conexión entre el nivel psicológico (el alma) y el nivel biológico (la función). Esto era de vital importancia para introducir el universo de lo psíquico dentro de la esfera de las ciencias positivas y sostener así, sólidamente, al psicoanálisis como CIENCIA de acuerdo a su convicción y también al juramento que hizo junto a un grupo de sus colegas, de no apartarse jamás del método experimental, procedimiento que fundó la ciencia moderna durante el siglo XIX de la mano de John Stuart Mill y de Claude Bernard y que ha dado, y continúa dando, frutos inmensos.
Pero, ¿qué queda en el tintero? Parece claro: por un lado, la función biológica de cópula es perfectamente abordable por el método experimental: estudiar - tanto en los humanos como en otras especies - sus órganos, sus hormonas, sus fuentes somáticas de estímulo, su representación cerebral, las conductas de cópula y cortejo, etc.
Pero, por otro lado, ¿cómo aplicamos ese método a la psiquis, al alma?
Y más todavía: ¿qué es la psiquis, el alma? ¿tenemos una definición clara de ello? ¿de sus propiedades? ¿de sus límites?
Freud no se explaya sobre esta definición. Hace uso del término psiquis de una manera espontánea, intuitiva, como se sigue haciendo hasta hoy día. Pruebe el lector de revisar la definición de dicho término y sus supuestos o aproximados sinónimos: alma, ánima, vida anímica, mente, mental, espíritu, soplo, intelecto, entendimiento, vida emocional, vida afectiva, razón, conciencia, etc. y verá qué difícil es articular todos esos conceptos en una definición clara y concisa sobre ese mundo psi que, sin embargo, es nuestro objeto central de investigación y estudio.
Una parte importante de la obra de Freud, incluso sus últimos escritos ya póstumos (Esquema del psicoanálisis, 1939), están dedicados a precisar el concepto de inconciente por él acuñado, pero, si bien prometió escribir un trabajo sobre la conciencia, nunca lo hizo. Sí rechazó claramente el uso del término de subconciente en lugar de inconciente, pues subconciente es un concepto de la medicina para referirse a una baja lucidez de conciencia, a los estados confusionales, lo cual no tiene nada que ver con el mecanismo psíquico por él descrito y que está referido a deseos reprimidos de las personas (deseos que, en último análisis, los definió como sexuales e infantiles). Pero estas ideas sobre lo inconciente, totalmente compartibles por nosotros, no nos definen la conciencia y menos aún la psiquis.
La sexualidad adquiere así una total centralidad en su pensamiento sobre lo psíquico (o lo anímico como gusta él decir) hasta el punto de llevarle a generar lo que llamó un concepto límite entre lo somático y lo anímico, concepto energético que denominó pulsión (trieb) y que usó como llave explicativa central de sus especulaciones. En ese sentido dijo:
La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros de verlas con claridad. (1932, A.E. 32° conf., t. XXII, pág. 88).
Entre las pulsiones que Freud describió (sexual, de conservación, de vida, de muerte), la pulsión prínceps para la unión de las personas es la sexual o libido que Freud define del siguiente modo: Llamamos libido a la energía, considerada como magnitud cuantitativa – aunque por ahora no medible –, de aquellas pulsiones que tienen que ver con todo lo que pueden sintetizarse como “amor”. El núcleo de lo que designamos “amor” lo forma, desde luego, lo que comúnmente llamamos así y cantan los poetas, el amor cuya meta es la unión sexual. Pero no apartamos de ello lo otro que participa de ese mismo nombre: por un lado, el amor a sí mismo, por el otro, el amor filial y el amor a los hijos, la amistad y el amor a la humanidad; tampoco la consagración a objetos concretos y a ideas abstractas. (Psicología de las masas, pág. 86)
Aparece claro en este fragmento la igualación que hace Freud entre amor y sexo, así como la extensión que adquiere el amor, cubriendo cualquier campo de los intereses humanos. Si agregamos la idea, presente en otro punto del trabajo, sobre los procesos identificatorios que aparecen forjados a través de los vínculos amorosos con padres o sustitutos, surge con total claridad que todo el proceso de conformación de las personas y sus vínculos están bajo el palio de la libido.
No es de extrañar, por tanto, que al analizar a la luz de estas ideas los planteos de los diversos autores citados en Psicología de las masas (Le Bon, McDougall, Trotter) que especulan sobre las razones que unen a los humanos en las grandes masas como el ejército, la Iglesia u otras, Freud llevara las cosas de modo de convencerse y convencernos que todo podía reducirse a efectos de la libido, adoptando ésta variadas formas: sugestión, identificación con los conductores, identificación con los pares, pulsión gregaria, etc. Todos estos conceptos son cuidadosamente desmontados por Freud en sus supuestos componentes hasta demostrar que provienen inequívocamente de la multiforme libido.
Sin embargo y asombrosamente, a pesar de estar Freud aplicado a un afán unificador de todos los motivos que unen a los humanos bajo la égida de la libido, igualmente va señalando a lo largo del texto puntos muy sugerentes de otras motivaciones no sexuales: el “amor” en sentido amplio como ya citamos, los sentimientos tiernos por mascotas, los procesos identificatorios con cuidadores y conductores, la pertenencia a diversos grupos, las fuerzas cohesivas de los grupos, etc.
En los capítulos que siguen volveremos sobre esos temas y acá simplemente nos preguntamos por qué ese afán de Freud de unificar todos los procesos de unión de las personas bajo una sola motivación. Fue tal el celo para defender esta posición que lo llevó a expulsar a los discípulos que se atrevieron a discrepar al respecto, como ocurrió con Alfred Adler (que opinaba sobre la fuerza de la voluntad de poder de las personas como generadora de rasgos y síntomas, más allá de lo sexual) o con Karl Jung (que teorizó sobre una libido desexualizada). Cualquier otra fuente de energía o motivación que explicara la unión de las personas debía ser subordinada a la motivación sexual y esta idea se convirtió en el eje central del psicoanálisis y quien pensara distinto no debía ser considerado psicoanalista. Se constituyó así, especialmente entre 1910 y 1920, un grupo de seguros fieles al psicoanálisis que Freud destacaba. Existía el temor a las disidencias o “herejías” que podían debilitar y conducir a la desaparición del psicoanálisis. Nos preguntamos entonces: la cohesión de ese grupo defensor de la teoría sexual ¿era también una cohesión sexual? A Freud no le temblaría la mano para afirmar que sí, explicándolo por tortuosos vericuetos de la libido homosexual, heterosexual, incestuosa, sublimada, etc.


2)                  LA BÚSQUEDA DE PROXIMIDAD

Pero, desde esa época, la ciencia avanza. Y el psicoanálisis también. En 1950 ya se ha difundido por muchas partes del mundo y se han fundado numerosas sociedades científicas psicoanalíticas. Ha adquirido prestigio en base, pensamos, a la comprensión más profunda de las personas brindándoles ayuda con una cercana y empática comprensión de sus pesares con lo cual mejoraba su calidad de vida.
 Todo esto de la mano de los impresionantes descubrimientos de Freud y seguidores sobre los modos de operar de la mente (inconciente, represión, negación, formación reactiva, conversión, proyección, introyección, desmentida, etc., etc.) que, aplicados con la seriedad y rigurosidad científica del método psicoanalítico, generaban especial confianza en sus beneficiarios.
Surge en esa época, de la investigación del psicoanalista John Bowlby (1907-1992), un enorme descubrimiento que viene a enriquecer notablemente nuestra visión de los vínculos humanos. Es de la fina observación de ciertas conductas, especialmente de los niños con sus cuidadores primarios, que Bowlby encuentra un poderosísimo elemento de unión entre ellos que no corresponde en absoluto con los atractivos eróticos y que denomina attachment, lo que se ha traducido como apego (de modo imperfecto porque no hay traducción exacta).
Si queremos una definición bien sumaria del apego podemos decir que es una FUNCIÓN que ya está programada en nuestros genes desde hace no menos de 100 millones de años, pues la compartimos con aves y mamíferos (todos somos homeotermos) y que consiste, en principio, en el cuidado de las crías de todas esas especies debido a la inmadurez de las mismas. La acción fundamental de esta FUNCIÓN consiste en LA BÚSQUEDA DE PROXIMIDAD mutua entre la cría y sus cuidadores.
Se erige así, como un factor de enorme importancia de UNIÓN entre los humanos y esa INTERACCIÓN entre los participantes pasa a ser indispensable para que esta función se desarrolle. (La necesidad de interacción para el cumplimiento de otras numerosas funciones es bien conocida, por lo que no es de extrañar que aquí también ocurra). Pero la interacción puede ser satisfactoria o insatisfactoria por lo que la función puede desarrollarse de modo pleno, incompleto o irregular.
 Es de destacar, además, que en nuestra especie el apego tiene características particulares siendo la más destacada que esta conducta permanece mucho más allá del cuidado de la cría. Esos vínculos duran toda la vida de los participantes e incluso, si alguno de ellos desaparece, los restantes sufrirán el doloroso proceso de la pérdida que a propósito llamamos duelo y que puede durar también toda la vida. Escuchemos a Bowlby:
Un rasgo de la conducta de apego de enorme importancia clínica, prescindiendo de la edad del individuo, es la intensidad de la emoción que la acompaña, dependiendo el tipo de emoción originada de cómo se desarrolle la relación entre el individuo apegado y la figura del apego.
 Si la relación funciona bien, produce alegría y una sensación de seguridad. Si resulta amenazada, surgen los celos, la ansiedad y la ira. Si se rompe, habrá dolor y depresión. Finalmente, existen pruebas fehacientes que el modo en que la conducta de apego llega a organizarse dentro de un individuo, depende en grado sumo de los tipos de experiencia que tiene en su familia de origen o, si es desafortunado, fuera de ella. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 16)
…muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la renovación de aquellas relaciones en las que una de las partes está proporcionando una base segura a la otra, o en las que alternan los respectivos papeles. Mientras que el mantenimiento imperturbable de tales relaciones es experimentado como una fuente de seguridad, la amenaza de ruptura o pérdida da lugar a ansiedad, y con frecuencia a ira, y la pérdida afectiva, a pesadumbre. (Bowlby, J.; “Formación, desarrollo y pérdida” pág. 131)
 Podemos visualizar entonces las fallas, tanto de la genética como de la interacción, que darán lugar a las alteraciones de las conductas de apego que conocemos pero que no es del caso describir aquí.
Lo que sí es del caso para el objetivo de esta nota, el señalar cuál sentimiento nos conduce a apegarnos, sentimiento que exhiben todas las especies con las que compartimos esta conducta.
Pero mejor lo decimos con las propias palabras de Bowlby:
En resumen, y en mis términos, el niño —y posteriormente el adulto— tiene miedo a sentirse apegado a cualquiera por temor a otro rechazo y a toda la angustia, la ansiedad y la ira a las cuales conduce. Como resultado, existe una obstrucción importante que se contrapone a la expresión o incluso al sentimiento de su deseo natural de una relación íntima y confiada, de cuidados, consuelo y AMOR... que yo considero las manifestaciones subjetivas de un sistema importante de conducta instintiva. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 70)
Otro punto que quiero subrayar acerca de la conducta de apego consiste en que es una característica de la naturaleza humana a lo largo de nuestras vidas, desde la cuna hasta la tumba. Es cierto que por lo general resulta menos intensa y menos absorbente en los adolescentes y en los adultos que en los primeros años de vida. Sin embargo, el deseo de AMOR y cuidados es muy natural cuando una persona está ansiosa y perturbada. (Ibídem. pág. 100)
…es aquélla en que la madre —cuya infancia ha transcurrido desprovista de AMOR— busca en su propio hijo el AMOR del que ha carecido hasta ese momento. Al actuar así, invierte la relación normal progenitor-hijo, exigiendo al niño que actúe como progenitor mientras ella se convierte en hija. (ibídem pág. 127)
Cuando en un grado notorio ese individuo intenta vivir su vida sin el AMOR y el apoyo de otras personas, intenta volverse emocionalmente autosuficiente y con posterioridad puede ser diagnosticado como narcisista o como poseedor de un falso si-mismo del tipo descrito por Winnicott (1960). (ibídem pág. 146)
La amenaza de negar el AMOR a un niño como medio de control (ibídem pág. 169)

Si bien en estas citas se nombran distintos afectos podemos afirmar que el afecto básico en torno al cual giran todos los demás es el que, universalmente, se denomina AMOR y así lo destacamos en los pasajes que seleccionamos de Bowlby (de entre los muchos donde aparece).
O sea, LA BÚSQUEDA DE PROXIMIDAD está animada por ese sentimiento particular definido como AMOR, sentimiento que tiñe todas las conductas desplegadas en ese vínculo particular que llamamos apego.
Se podrá apreciar así la enorme diferencia conceptual entre lo que significa el amor para Freud que lo iguala al atractivo erótico y lo teoriza como pulsión sexual o libido (ver cita de Freud supra) y lo que significa el amor para Bowlby que lo ve como el componente emocional típico asociado a las conductas de búsqueda de proximidad que caracterizan a la función de apego.
Es entendible que existiera esta confusión entre amores porque si consideramos el enamoramiento que “cantan los poetas” veremos que allí confluyen – por lo menos – el apego y el atractivo erótico potenciándose mutuamente.
Freud se vio, entonces, en enormes dificultades para interpretar los persistentes sentimientos de ternura, cariño, devoción, querencia, etc., que permanecían incólumes y no se agotaban ni entraban en períodos refractarios como sucede con los atractivos eróticos luego del cumplimiento de sus metas.  Recurrió para ello a un retorcimiento de la teoría de las pulsiones a través de la Zielgehemmt (la meta inhibida) para que, al no descargarse enteramente la pulsión, permanezca activa y explique la persistencia de esos sentimientos. (Ver Psicología de las masas… A.E., T.XVIII pág. 130-132)
 Le quedó por explicar qué lleva al sujeto a inhibir poco o mucho (¿por represión?) esas metas sexuales en sus varios objetos de pulsión y si lo que queda de esa pulsión mide las distintas intensidades del cariño hacia esos distintos objetos.
Pero la fragilidad de esos argumentos queda de manifiesto con un mínimo ejemplo tomado de ese mismo texto (ibídem pág. 102-103):
Hace poco se publicó en el Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse (esta) observación:  un niño, desesperado por la pérdida de su gatito, declaró paladinamente que él mismo era ahora el gatito, empezó a caminar en cuatro patas, no quiso sentarse más a la mesa a comer, etc.
De esta rica observación podemos deducir dos cosas interesantes:

a)  ¿Qué perdió el niño que lo desespera? Pues bien, nadie podrá negar que perdió un vínculo muy valioso para él, que calificamos sin duda como de cariño, de ternura y también de compañía y protección afectiva. Freud diría que, como manifestación de pulsión de meta inhibida, es una expresión desplazada (¿sublimada?) de la ligazón sexual básica del niño a su madre; así se puede afirmar que está todo en orden y seguir sosteniendo que lo sexual es el único factor de unión entre humanos.
Pero, hete aquí que ahora debemos agregar la pulsión sexual (¿desplazada? ¿sublimada?) del gatito hacia el niño, porque el vínculo es de a dos y la corriente de ternura es en ambos sentidos; por algo el perro es el “amigo más fiel” y derrocha ternura. Y, por supuesto, el placer erótico está completamente ausente en el gato y no podremos encontrar ninguna manifestación fisiológica de ese placer, como debería haber, pues el gato no reprime como el humano porque, ¿a qué prohibición está sometido?
La verdad es que nos parece más clara y limpia la explicación de Bowlby, pues recurre a la función de attachment, otra ligazón probada por la empiria y completamente distinta de la alimentación y el sexo. Lo mostramos en estas dos citas:
                El comportamiento de apego es una forma de conducta instintiva que se desarrolla en el hombre, al igual que en otros mamíferos, durante la lactancia y tiene como finalidad o meta la proximidad a una figura materna. La FUNCIÓN del comportamiento de apego consistiría en la protección contra depredadores. (Bowlby, J.; “Formación, desarrollo y pérdida” pág. 111)
               Al conceptualizar el apego de este modo, como una forma fundamental de conducta con su propia motivación interna distinta de la alimentación y el sexo, y no menos importante para la supervivencia, a la conducta y a la motivación se les concede una categoría teórica que nunca se les había dado, aunque tanto los padres como los clínicos durante mucho tiempo han sido intuitivamente conscientes de su importancia. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 41) (subrayados nuestros)

b)  Pero, además de su desesperanza, el niño se comporta como un gato. Freud toma sólo esta parte de la observación y, con su habitual profundidad para descubrir y describir las operaciones reguladoras de la psiquis humana, propone que el niño sustituye la pérdida de su objeto de amor por una identificación con dicho objeto. Este tema nos conduce al capítulo siguiente:



3)    EL RECONOCIMIENTO MUTUO

Antes de seguir con el tema de la identificación haremos una observación sobre el niño citado, cuyo comportamiento puede dar lugar a una doble interpretación.
-             Puede suceder que él se viva como siendo realmente un gato en un proceso que llamamos identificación, donde el otro pasa a formar parte, en diversa medida, del sujeto referido, o sea, es un proceso constructivo de la persona.
-            Pero también puede ocurrir que, a modo de un actor, el niño esté representando a un gato. Como actor no se identifica con el personaje sino, más bien, lo incorpora; su cuerpo reproduce la figura de un gato, pero él está por detrás manejándola. Está jugando a ser gato y, cuando el juego cesa, el personaje desaparece. Esa incorporación es, por lo tanto, un juego y, como tal, participa de los importantes atributos del jugar como la capacidad de elaborar conflictos y la generación de espacios creativos y recreativos, funciones indispensables para una buena calidad de vida.
Con esto no queremos negar la función identificatoria porque no contradice la incorporación y ambas pueden coexistir e, incluso, complementarse sin problema. Quizás algo del vínculo con el gato quedará en la identidad de este niño, pero lo que aquí queremos destacar es que para que sea posible la ejecución de las identificaciones o de las incorporaciones o de muchas otras operaciones básicas humanas, es imprescindible la presencia de una función fundamental que las habilite.
Nos referimos a la función que ha producido un salto estructural profundo en nuestra especie, la ÚNICA entre todas las demás especies conocidas (que son 1.3 millones, por ahora, y podrían ser más de 8 millones de acuerdo a cálculos).
Es la comúnmente llamada función simbólica o, más exactamente, función semiótica y que consiste en la capacidad de operar en ausencia de la cosa referida, es decir, la evocación de un objeto ausente. Porque ¿dónde están el gatito, el niño o Freud? ¿dónde estamos nosotros escribiendo o ustedes leyendo? Todos esos objetos están, pero no están. Están sólo evocados por la lengua.
Pues bien, esta función, cuya aparición en los humanos data de hace por lo menos 40.000años de acuerdo a pinturas rupestres de animales descubiertas en Indonesia y que, por otros indicios, para muchos debería datarse en 100.000 años, es aparentemente muy sencilla pues la podemos definir con muy pocas palabras como ya hicimos. Sin embargo, para ejercer esa propiedad con todo su potencial, el cerebro de los humanos debió ampliarse enormemente especialmente sus lóbulos frontales y la corteza cerebral que, para aumentar su superficie, se llenó de profundas cisuras y circunvoluciones. Es el cerebro más complejo de todas las especies que conocemos.
Pero se preguntará el lector ¿qué tiene que ver esta evolución cerebral y esta función con la unión entre los humanos? Pues bien, he aquí las consecuencias más notorias del ejercicio de esta función en esos noveles mamíferos que la adquirieron, los homo sapiens:
ü   tener conciencia de sí y de sus semejantes,
ü   adquirir una identidad reconocida por sí mismo y por los demás,
ü   incluirse en una red de vínculos interhumanos con papeles definidos (como lo son las relaciones de parentesco u otras),
- el acceso a la comunicación sincrónica de las lenguas (y otros sistemas sígnicos)
- el acceso al mundo del pensamiento racional y de las relaciones lógicas
- la entrada en la vertiente diacrónica de la cultura (representando ésta la otra gran corriente
hereditaria que el humano recibe, por fuera de su programación genética).
No vamos a desarrollar aquí todas estas complejas propiedades que ha propiciado el ejercicio de la función semiótica, sino sólo destacar su papel en la generación de vínculos poderosos entre los seres humanos.
Veamos algo al respecto: siguiendo a Hegel podemos decir que el deseo más poderoso que posee el humano es el de ser reconocido por su congénere. ¿Qué supone este reconocimiento? No es un simple reconocimiento físico por su figura o su olor, como haría un perro, sino algo mucho más complejo, como, por ejemplo, definir cuáles son los papeles respectivos en la relación entre ambos (a esto se refería Hegel en la alegoría de la lucha por la adjudicación de los papeles de amo o de esclavo).
Pero para definir esos papeles u otros cualquiera y habilitar así un RECONOCIMIENTO MUTUO es necesario poder nombrarlos, evocarlos en su ausencia. Se necesita, pues, la función semiótica. A través tanto de la palabra como de mucho otros sistemas sígnicos desplegamos una inter relación de enorme amplitud que nos mantiene en conexión permanente, es decir, un factor de unión potente.
Y más potente aún es la unión que surge del modo en que se forma la identidad humana, justamente a propósito de la maduración e instalación de la función semiótica en el segundo año de vida.
Como bien sabemos (y como ocurre con diversas funciones de nuestro sistema nervioso) esta función necesita imperiosamente de la interacción con otros semejantes para desarrollarse (bien o mal).
 Y, como de su acción, el cerebro va a generar aquello que llamamos nuestra identidad, pensemos la enorme importancia que adquiere la unión y el vínculo del niño con sus prójimos en todo ese proceso de convertirse en un nuevo ser humano. 
Y no sólo necesita la proximidad y la comunicación sino la propia construcción de su persona se está gestando en estos vínculos a través de complejos procesos de identificación que tienen tal fuerza que, a menudo, pasan por encima de la biología y cambian, por ejemplo, la identidad biológica de género para adoptar una identidad cultural de otro tipo (nos referimos a las identidades culturales LGBT+)
Cierto es que la identidad personal tiene un ancla poderosa en el manejo del propio cuerpo y de los rasgos temperamentales innatos, factores que constituyen un núcleo firme que no acepta mayores cambios. Pero, rodeando este núcleo, está la gran masa de identificaciones que el niño va adquiriendo continuamente en su vínculo con el entorno humano y que durará toda su vida.
Este continuo proceso identificatorio nos abarca a todos, los adultos modelan a los niños y éstos modelan a su vez a los adultos. En esa red de identificaciones mutuas estamos todos sumergidos y, por tanto, pregunto ¿qué les parece la potencia de estos vínculos? ¿cuánto nos unen?
Con esto a la vista, podemos afirmar que nuestra identidad personal va más allá de la calidad de individuos (indivisos) miembros de una especie, se sitúa más bien entre individuos en un entretejido permanente y cambiante de identidades asumidas y otorgadas.
Nos damos cuenta que este aspecto cambiante alude a una fragilidad de nuestra naturaleza identitaria que a menudo nos hace sufrir, pero también a una fortaleza porque habilita cambios y adaptaciones imposibles en otras especies que, para esas adaptaciones, deben esperar que una larguísima sucesión de generaciones vaya habilitando la mutación y selección.
Pero hay más en este capítulo, porque, si bien estos procesos de identificaciones cruzadas se dan entre personas que están en contacto más o menos próximo (los prójimos), con las personas más distantes también ocurren.
Volvemos así al trabajo de Freud Psicología de las masas y análisis del yo citado al inicio para referirnos a una hipótesis diferente de las que allí se manejan (por Freud y otros autores) para explicar el comportamiento grupal de nuestra especie.
Pues bien, una parte sustancial de nuestra identidad está compuesta por la PERTENENCIA A GRUPOS. Y para decir algo respecto a esa pertenencia, podemos observar cómo se va instalando desde la temprana niñez:
ü   su primera instalación en la red pronominal (yo-tú-él) inestable al comienzo, pues, a menudo, nos sorprende hablando de sí mismo en tercera persona (el nene quiere…) sin que nadie se lo haya enseñado
ü   el aprender los parentescos y poder ubicarse él dentro esa red que lo identificará para toda la vida. Cuando esta red identificatoria se trastoca (como sucede con aquellos niños adoptados secretamente y que tarde se enteran de la adopción) se produce una gran inestabilidad y sufrimiento y hasta puede dar lugar a tragedias (como le ocurre al pobre Edipo que mata a su padre sin saberlo y tiene hijos con su madre también sin saberlo).
ü   el ingreso al mundo parlante de su idioma materno
ü   luego arriba la inserción en un torrente de grupos que se van sumando a su identidad: el pre-escolar, los grupos de pares, la escuela, la religión familiar, las costumbres y tradiciones de su entorno, el equipo deportivo preferido, el barrio, la ciudad, la patria, la ciudadanía, etc., etc.
ü   y ya entrando en la adolescencia y la adultez se suman decenas de grupos de pertenencia que no es del caso enumerar pues cualquiera puede hacerlo de sí mismo al pensarse.
Esta red de identidades que nos definen y nos conforman como humanos, por supuesto que es un muy fuerte factor de unión y de comunidad de sentimientos y opiniones. Pensamos que esta explicación de la formación de grupos a partir de la identidad compartida vale por sí sola, sin necesidad de enlazarla a la libido como lo pretende Freud, que no puede desprenderse de la hipótesis de un único motivo de unión de los humanos: la atracción sexual en su definición ampliada.
Este tercer capítulo sobre la unión de los humanos que titulamos el RECONOCIMIENTO MUTUO, nos condujo al enorme tema de la IDENTIDAD que se puede dividir, por lo menos, en tres áreas:
Ø  núcleo básico de identidad biológica: la unidad corporal + el temperamento innato.
Ø  reconocimiento e intercambio identitario entre prójimos
Ø  identidad a través de recíproca pertenencia grupal múltiple
Basta que pensemos en pérdidas o distorsiones de la identidad y las importantes consecuencias en la calidad de vida de los así afectados, para aquilatar la presencia y el peso de estas características.

Y si pensamos en las distorsiones producidas por una adherencia anómala a grupos, nos encontramos con fenómenos sociales como el fanatismo, el fundamentalismo religioso, el racismo, las castas, los esclavistas, los genocidas, los sicariatos y muchos otros grupos de unión de personas que, en su accionar, pasan a ser aberraciones de la humanidad.

Humanidad constituida también por aquellos grupos que defienden la solidaridad, el humanismo, la caritas (amor al prójimo que predica toda gran religión), la fraternidad, la ayuda mutua, el rescatismo en variadas formas, curar y cuidar, etc. etc.

Por supuesto que nadie quiere ser una aberración y, si su pertenencia a un grupo de esa naturaleza es flagrante, tratará de justificarlo de mil modos y de afirmar su adherencia a los ideales humanitarios. Pero como nos dice Clifford Geertz (…) nuestro sistema nervioso central (y, sobre todo, su máxima gloria y maldición, el neocórtex) se formó en gran parte en interacción con la cultura (…) y de esta forma subraya una doble condición humana, capaz de las más terribles torturas y masacres con sus congéneres, así como de los más nobles sacrificios para protegerlos o auxiliarlos.  


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4)     LA COORDINACIÓN DE ACCIONES

Éste es un factor de unión tan obvio que no valdría la pena ni siquiera mencionarlo, pero algo vamos a decir para delimitar las características que presenta en nuestra especie.
La observación de esta propiedad biológica que otorga fortalezas, tanto al individuo como a la especie en su conjunto, ha llevado hasta la idea de que el pasaje de los seres unicelulares a los pluricelulares (o sea, la unión de células para generar tejidos y órganos) fue propiciado para mejorar las capacidades de adaptación y sobrevida a las nuevas especies.
La adquisición de nuevas fortalezas a propósito de la asociación y la acción en grupo (o sea, la coordinación de acciones para obtener o mejorar resultados) puede comprobarse en numerosísimos ejemplos.
Así por ejemplo, las hormigas cortadoras transportan hojas para cultivar un hongo del que se alimentan, las abejas fabrican miel con el mismo objetivo y, a su vez, polinizan y facilitan la reproducción de otras especies vegetales (coordinación de acciones interespecífica), los peces nadan en cardúmenes con conexión simultánea perfecta para su defensa, las aves migratorias vuelan en formación ordenada con cambio pautado de los directores de vuelo, los leones, los lobos y los chimpancés cazan en equipo, etc., etc.
Todas estas acciones están rigurosamente programadas en el acervo genético de cada especie, y se cumplen a través de precisas leyes biológicas que existen desde que existen las propias especies, es decir, desde hace millones de años. Los cambios que puede haber siguen las lentas leyes de la evolución de las especies (mutación y selección) y si algún aprendizaje limitado puede comprobarse en ciertos casos, no va más allá de una o dos generaciones y luego se extingue, porque no tienen función cerebral con capacidad para retenerlo.
Muy otra es la situación del homo sapiens porque, desde el momento en que comienza a operar la función semiótica, se producen cambios radicales:
·                        A partir de ella, el registro transgeneracional de los aprendizajes es posible, o sea que nace la CULTURA, primero a través de las lenguas habladas y otros códigos simbólicos (objetos, pinturas, ceremoniales, registros de ancestros, tradiciones etc.), generando la extensa memoria de la PREHISTORIA, a la que luego se suma la escritura y da comienzo a lo que denominamos la HISTORIA.
De esa cultura estamos haciendo amplio uso en este mismo momento, al estar escribiendo y empleando enormes cantidades de información que hemos recibido completamente por fuera de la programación genética (que también poseemos). Los factores de unión son muy fuertes acá también, aunque estén provistos de una carga afectiva de otra índole, que las de las otras motivaciones ya vistas.
·                        Hallamos otra diferencia muy significativa entre nosotros y el resto de las especies al examinar las diversas LEYES que nos rigen en nuestras conductas de vínculo con nuestros semejantes.
Estas leyes son de dos tipos:
-                       las leyes biológicas que compartimos con todas las demás especies y que se cumplen rigurosamente. Si, para nuestro beneficio, queremos influirlas en algo, estamos restringidos a usar también procedimientos del orden de la biología (o sea, las ciencias naturales).
-                       las leyes humanas (legislaciones, normas, cánones, costumbres, tradiciones, etc.), que sólo pueden formularse a través de la función semiótica, sean escritas o verbales, sean explícitas o implícitas. Estas leyes se han vuelto imprescindibles para nuestra convivencia, pero, a diferencia de las biológicas, no se cumplen sí o sí, sino que pueden cumplirse o incumplirse.
Esto produce un SALTO ESTRUCTURAL, único en el concierto de las especies y emergen así dos cualidades estrictamente humanas:
Ø el libre albedrío: podemos decidir, es decir que no estamos sometidos exclusivamente a leyes fijas biológicas del comportamiento (como las demás especies) y una fracción importante de nuestras conductas puede escapar a la rigidez de la biología y pasar a regirse por las plásticas leyes humanas.
Ø la moral: que sólo puede llevarse a cabo si está presente el libre albedrío porque, si las leyes humanas pueden incumplirse, deben sancionarse los incumplidores, o sea que éstos son imputables, tanto por la justicia humana como por la “divina”. ¡Cuánto nos aleja esto del resto del mundo mamífero!
Vemos en esto el origen de la incuestionable noción freudiana de SUPERYÓ que es una estructura exclusiva humana de control de la conducta que todo el mundo acepta, aunque con distintos nombres (conciencia moral, moralidad, deontología, ética, integridad, dignidad, respeto, etc.)
Pero esta serie de evidentes ventajas que nos otorga la función semiótica se ve a menudo restringida por sus también evidentes desventajas, porque a través de los comportamientos aleatorios que nos permite el libre albedrío podemos ser calificados como seres maravillosos o terribles, abnegados o miserables. Podemos comportarnos, en tanto personas o en tanto grupos, solidarios y protectores hasta el sacrificio o crueles hasta la tortura, la exterminación y el genocidio.
Por último, mencionemos apenas el factor de unión que significa la producción y el intercambio de bienes y servicios de todo tipo y la coordinación en el mundo del trabajo, de las ciencias y de las artes, pero esto nos lleva a otros temas muy amplios que no consideramos del caso abordar.
Todos estos comentarios nos sirven para subrayar la fuerza de los factores tanto de unión como desunión que podemos detectar a propósito de la COORDINACIÓN DE ACCIONES.

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Como reflexión final señalamos el hecho que estos cuatro modos de unión se combinan a menudo de tal forma inextricable que se hace difícil discernirlos y sirva esto de disculpa para Freud por haberlo él pensado como un único modo con varias presentaciones, lo que intentó demostrar con sinuosos y complicados razonamientos, pero que igual nos cautivan por su sutileza.
Esta combinación de factores, a menudo conduce a una potenciación positiva evidente y en otros casos infelices conduce a resultados claramente desfavorables.
Freud menciona (en la cita supra) al amor que cantan los poetas refiriéndose a la pareja y lo vincula exclusivamente a la libido, la unión sexual. Pero si analizamos los lazos de unión de la pareja a la luz de los lazos que acá señalamos, se puede ver la participación de todos ellos en diversa medida e intensidad e, incluso, ver las armonías y contradicciones que se producen entre ellos. Sin ir más allá, llamamos enamoramiento a la notable potenciación mutua que surge de la interacción entre atractivo sexual y vínculo de apego que lleva, desde la poesía sublime hasta el crimen pasional.
Igualmente es evidente que la unión de los humanos bajo todas estas formas, ha sido el factor dominante de la evolución producida por el homo sapiens en los escasos miles de años (no son millones) que van desde la conquista del fuego a la conquista del espacio , sin juzgar si esos cambios representan, o no, una ventaja.
El cuadro que sigue, sintetiza todo el planteo: