QUÉ UNE A LOS HUMANOS
Alberto Weigle
2020
A
los cien años de haber escrito S. Freud Psicología
de las masas y análisis del yo, creemos que es pertinente hacer
puntualizaciones a propósito de sus ideas sobre el tema del título en aquella
época, ideas que veremos ahora a la luz de los nuevos descubrimientos y las
nuevas propuestas desarrolladas en tan extenso período.
Nos
anima, en ese sentido, el propósito magno de la ciencia que es el de avanzar en
la ampliación de nuestros magros conocimientos, doblemente magros en nuestra
novel materia. Con esto queremos decir que nuestra exposición se va a alejar
todo lo posible de una exégesis del pensamiento freudiano pues exégetas de
Freud los hay por miles y aún muchos más son aquellos docentes que enseñan la
palabra del maestro sin tocar para nada el fundamento de sus ideas.
Pretendemos, más bien, señalar los puntos frágiles de su pensamiento y destacar
los avances notorios que pueden señalarse hoy día respecto al tema del título: ¿qué une a los humanos?
Damos
por descontado que nuestros lectores conocen el texto mencionado y, por supuesto que nos manejaremos
para las referencias a esa obra, con la traducción de José Etcheverry (Psicología de las masas y análisis del yo
t. XVIII 1921, pág.63-136, Amorrortu Editores).
Pasaremos
ahora a comentar las cuatro fuentes de unión de los humanos que son las que hasta
ahora hemos podido dilucidar y que, por supuesto, no descarta que existan otras
desconocidas por nosotros o que aún están por descubrirse.
****
1)
LA
ATRACCIÓN SEXUAL.
Es una poderosísima función biológica que los
humanos compartimos con casi todos los seres vivos y cuyo objetivo es
multiplicar los individuos para sostener la sobrevivencia de su especie.
Esta capacidad de reproducción es la característica
esencial de la vida distinguiéndose así de lo mineral sin que sepamos a ciencia
cierta cómo se ha producido el cambio de lo inanimado a lo animado.
Y es mucho más que la simple reduplicación, pues esta
unión de individuos de distinto género que hemos dado en llamar femenino y
masculino (o hembra y macho) y que supone la unión de dos gametos diferentes,
ha dado lugar a la generación de millones de especies durante miles de millones
de años, a través de los mecanismos de mutación y selección que brillantemente
descubrió Charles Darwin.
Al ser la función sexual de
cópula, una función de la que se puede prescindir sin que se afecte el soma
individual, su cumplimiento (en cualquier especie) va a estar asegurado adjudicándole
el mayor monto posible de placer. Es tan potente la fuerza del atractivo que
los individuos (de muchísimas especies, incluida la nuestra) llegan a morir o
matar tratando de lograr su ejecución.
A esto se agregan las
características peculiares que adquiere en la especie humana, muy por encima de
las estrictas leyes biológicas que guían el comportamiento en todas las
especies en general.
Para nosotros los humanos,
por ejemplo, puede llegar a ser “el oficio más antiguo”, o tener un amplio uso
comercial como la pornografía o la promoción de ventas; o ser ejercida de forma
adictiva para atemperar las emociones; o usarse, no como complemento del amor
sino del odio; o practicar el abuso sexual en sus variadas formas.
Y, en especial, el uso del erotismo
como actividad recreativa: éste es el mayor uso que le hemos dado en nuestra
especie, habiendo alcanzado en ese sentido un alto grado de sofisticación. Y,
como un ejemplo más de su versatilidad, observamos que, si bien el binarismo
femenino/masculino es imprescindible para la reproducción, es totalmente
prescindible para su uso recreativo por lo que el erotismo puede adaptarse sin
mayor problema a todas las variantes de la identidad de género cultural (LGBT+),
variantes que aparecen de modo espontáneo a partir de nuestra móvil condición identitaria
humana.
Simultáneamente con esto,
aparece como la función, por lejos, más sujeta a leyes, normas, costumbres,
reglas, ritos, ceremonias, modas, convenciones sociales, o sea, a todo tipo de
cánones. Y esto puede verse en todas las culturas, en todas las épocas
conocidas, en todas las religiones. Claro que esto es debido también, como
veremos más adelante, a su estrecho vínculo con otros poderosos motivos de
vínculo que se suman para ampliar enormemente sus reglas.
Pues bien, Freud, médico y neurólogo
(neuropsiquiatras se denominaban en la época), en su experiencia inicial con un
grupo de pacientes que presentaban síntomas que no se sabía si eran somáticos o
psíquicos, se enfrentó a un dilema en el momento de determinar la etiología de
dichos síntomas: ¿de dónde provenían? ¿del cuerpo o de la mente? El eminente J.
M. Charcot, profesor de Freud, sostenía que las pacientes histéricas padecían
una enfermedad neurológica, pero Freud, al comprobar que los síntomas
desaparecían sin intervención somática y sí por efecto de una liberación de intensos
afectos, a través del diálogo sostenido con el médico, sostuvo que eran de
origen psíquico y no somático. Ya en esa época Freud nos hablaba del poder ensalmador de la palabra en su temprano
trabajo Tratamiento psíquico (tratamiento
del alma) de 1890 (A. E. t.I pág.
113-132).
A esto se agregó el
haber observado con frecuencia dificultades en la vida sexual de sus pacientes que
se presentaban de forma directa o indirecta y, por supuesto, no puede habérsele
escapado la enorme importancia del tema sexual para la generación de conflictos
entre deseos sexuales y sus prohibiciones, y la consecuente generación de
síntomas neuróticos.
Esta frecuencia del tema
sexual aumentaría en proporción geométrica cuando Freud comenzó a escuchar los
textos que le relataban sus pacientes bajo estos dos procedimientos:
a)
una definición ampliada de lo sexual que suponía igualar todo placer con
placer sexual, todo vínculo afectivo entre personas como de carácter sexual (la
libido), todo lo relacionado con las identidades de género como temas de
sexualidad, etc.
b)
una arquitectura simbólica de la mente humana que permitía reconducir (a
través de las leyes de condensación y desplazamiento que él mismo describió) cualquier
motivación personal a la temática sexual: la, por él llamada, sublimación.
Por estas vías, la enorme
mayoría de los conflictos y sufrimientos que le exponían sus pacientes podían
ser vinculados al tema de la sexualidad, entendimiento que continúa subrayándose
en muchas escuelas actuales de psicoanálisis.
Freud encontró, pues, en esa función sexual lo que
creyó una notable conexión entre el nivel psicológico (el alma) y el
nivel biológico (la función). Esto era de vital importancia para
introducir el universo de lo psíquico dentro de la esfera de las ciencias
positivas y sostener así, sólidamente, al psicoanálisis como CIENCIA de acuerdo
a su convicción y también al juramento que hizo junto a un grupo de sus
colegas, de no apartarse jamás del método
experimental, procedimiento que fundó la ciencia moderna durante el siglo XIX
de la mano de John Stuart Mill y de Claude Bernard y que ha dado, y continúa
dando, frutos inmensos.
Pero, ¿qué queda en el
tintero? Parece claro: por un lado, la función biológica de cópula es
perfectamente abordable por el método experimental: estudiar - tanto en los
humanos como en otras especies - sus órganos, sus hormonas, sus fuentes
somáticas de estímulo, su representación cerebral, las conductas de cópula y
cortejo, etc.
Pero, por otro lado, ¿cómo
aplicamos ese método a la psiquis, al alma?
Y más todavía: ¿qué es la
psiquis, el alma? ¿tenemos una
definición clara de ello? ¿de sus propiedades? ¿de sus límites?
Freud no se explaya sobre esta
definición. Hace uso del término psiquis de una manera espontánea, intuitiva,
como se sigue haciendo hasta hoy día. Pruebe el lector de revisar la definición
de dicho término y sus supuestos o aproximados sinónimos: alma, ánima, vida
anímica, mente, mental, espíritu, soplo, intelecto, entendimiento, vida
emocional, vida afectiva, razón, conciencia, etc. y verá qué difícil es articular
todos esos conceptos en una definición clara y concisa sobre ese mundo psi que, sin embargo, es nuestro objeto
central de investigación y estudio.
Una parte importante de la
obra de Freud, incluso sus últimos escritos ya póstumos (Esquema del psicoanálisis, 1939), están dedicados a precisar el
concepto de inconciente por él acuñado, pero, si bien prometió escribir un
trabajo sobre la conciencia, nunca lo
hizo. Sí rechazó claramente el uso del término de subconciente en lugar de
inconciente, pues subconciente es un concepto de la medicina para referirse a
una baja lucidez de conciencia, a los estados confusionales, lo cual no tiene
nada que ver con el mecanismo psíquico por él descrito y que está referido a
deseos reprimidos de las personas (deseos que, en último análisis, los definió
como sexuales e infantiles). Pero
estas ideas sobre lo inconciente, totalmente compartibles por nosotros, no nos
definen la conciencia y menos aún la psiquis.
La sexualidad adquiere así
una total centralidad en su pensamiento sobre lo psíquico (o lo anímico como gusta él decir) hasta el punto de llevarle a generar lo
que llamó un concepto límite entre lo
somático y lo anímico, concepto energético que denominó pulsión (trieb) y que usó como llave explicativa central de sus
especulaciones. En ese sentido dijo:
La
doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las pulsiones
son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no
podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros
de verlas con claridad. (1932,
A.E. 32° conf., t. XXII, pág. 88).
Entre las pulsiones que Freud
describió (sexual, de conservación, de vida, de muerte), la pulsión prínceps para la unión de las
personas es la sexual o libido que
Freud define del siguiente modo: Llamamos
libido a la energía, considerada como magnitud cuantitativa – aunque por ahora
no medible –, de aquellas pulsiones que tienen que ver con todo lo que pueden
sintetizarse como “amor”. El núcleo de lo que designamos “amor” lo forma, desde
luego, lo que comúnmente llamamos así y cantan los poetas, el amor cuya meta es
la unión sexual. Pero no apartamos de ello lo otro que participa de ese mismo
nombre: por un lado, el amor a sí mismo, por el otro, el amor filial y el amor
a los hijos, la amistad y el amor a la humanidad; tampoco la consagración a
objetos concretos y a ideas abstractas. (Psicología de las masas, pág. 86)
Aparece claro en este
fragmento la igualación que hace Freud entre amor y sexo, así como la extensión
que adquiere el amor, cubriendo cualquier campo de los intereses humanos. Si
agregamos la idea, presente en otro punto del trabajo, sobre los procesos identificatorios
que aparecen forjados a través de los vínculos amorosos con padres o sustitutos,
surge con total claridad que todo el proceso de conformación de las personas y
sus vínculos están bajo el palio de la libido.
No es de extrañar, por tanto,
que al analizar a la luz de estas ideas los planteos de los diversos autores citados
en Psicología de las masas (Le Bon,
McDougall, Trotter) que especulan sobre las razones que unen a los humanos en
las grandes masas como el ejército, la Iglesia u otras, Freud llevara las cosas
de modo de convencerse y convencernos que todo podía reducirse a efectos de la
libido, adoptando ésta variadas formas: sugestión, identificación con los
conductores, identificación con los pares, pulsión gregaria, etc. Todos estos
conceptos son cuidadosamente desmontados por Freud en sus supuestos componentes
hasta demostrar que provienen inequívocamente de la multiforme libido.
Sin embargo y asombrosamente,
a pesar de estar Freud aplicado a un afán unificador de todos los motivos que
unen a los humanos bajo la égida de la libido,
igualmente va señalando a lo largo del texto puntos muy sugerentes de otras
motivaciones no sexuales: el “amor” en sentido amplio como ya citamos, los
sentimientos tiernos por mascotas, los procesos identificatorios con cuidadores
y conductores, la pertenencia a diversos grupos, las fuerzas cohesivas de los
grupos, etc.
En los capítulos que siguen
volveremos sobre esos temas y acá simplemente nos preguntamos por qué ese afán
de Freud de unificar todos los procesos de unión de las personas bajo una sola
motivación. Fue tal el celo para defender esta posición que lo llevó a expulsar
a los discípulos que se atrevieron a discrepar al respecto, como ocurrió con
Alfred Adler (que opinaba sobre la fuerza de la voluntad de poder de las
personas como generadora de rasgos y síntomas, más allá de lo sexual) o con
Karl Jung (que teorizó sobre una libido desexualizada). Cualquier otra fuente
de energía o motivación que explicara la unión de las personas debía ser
subordinada a la motivación sexual y esta idea se convirtió en el eje central
del psicoanálisis y quien pensara distinto no debía ser considerado
psicoanalista. Se constituyó así, especialmente entre 1910 y 1920, un grupo de
seguros fieles al psicoanálisis que Freud destacaba. Existía el temor a las
disidencias o “herejías” que podían debilitar y conducir a la desaparición del
psicoanálisis. Nos preguntamos entonces: la cohesión de ese grupo defensor de
la teoría sexual ¿era también una cohesión sexual? A Freud no le temblaría la
mano para afirmar que sí, explicándolo por tortuosos vericuetos de la libido
homosexual, heterosexual, incestuosa, sublimada, etc.
2)
LA
BÚSQUEDA DE PROXIMIDAD
Pero, desde esa época, la
ciencia avanza. Y el psicoanálisis también. En 1950 ya se ha difundido por
muchas partes del mundo y se han fundado numerosas sociedades científicas
psicoanalíticas. Ha adquirido prestigio en base, pensamos, a la comprensión más
profunda de las personas brindándoles ayuda con una cercana y empática
comprensión de sus pesares con lo cual mejoraba su calidad de vida.
Todo esto de la mano de los impresionantes
descubrimientos de Freud y seguidores sobre los modos de operar de la mente (inconciente,
represión, negación, formación reactiva, conversión, proyección, introyección, desmentida,
etc., etc.) que, aplicados con la seriedad y rigurosidad científica del método
psicoanalítico, generaban especial confianza en sus beneficiarios.
Surge en esa época, de la investigación
del psicoanalista John Bowlby (1907-1992), un enorme descubrimiento que viene a
enriquecer notablemente nuestra visión de los vínculos humanos. Es de la fina
observación de ciertas conductas, especialmente de los niños con sus cuidadores
primarios, que Bowlby encuentra un poderosísimo elemento de unión entre
ellos que no corresponde en absoluto con los atractivos eróticos y que denomina
attachment, lo que se ha traducido
como apego (de modo imperfecto porque
no hay traducción exacta).
Si queremos una definición
bien sumaria del apego podemos decir que es una FUNCIÓN que ya está programada
en nuestros genes desde hace no menos de 100 millones de años, pues la
compartimos con aves y mamíferos (todos somos homeotermos) y que consiste, en
principio, en el cuidado de las crías de todas esas especies debido a la
inmadurez de las mismas. La acción fundamental de esta FUNCIÓN consiste en LA BÚSQUEDA
DE PROXIMIDAD mutua entre la cría y sus cuidadores.
Se erige así, como un factor
de enorme importancia de UNIÓN entre los humanos y esa INTERACCIÓN entre los
participantes pasa a ser indispensable para que esta función se desarrolle. (La
necesidad de interacción para el cumplimiento de otras numerosas funciones es
bien conocida, por lo que no es de extrañar que aquí también ocurra). Pero la
interacción puede ser satisfactoria o insatisfactoria por lo que la función
puede desarrollarse de modo pleno, incompleto o irregular.
Es de destacar, además, que en nuestra especie
el apego tiene características particulares siendo la más destacada que esta
conducta permanece mucho más allá del cuidado de la cría. Esos vínculos duran
toda la vida de los participantes e incluso, si alguno de ellos desaparece, los
restantes sufrirán el doloroso proceso de la pérdida que a propósito llamamos
duelo y que puede durar también toda la vida. Escuchemos a Bowlby:
Un rasgo
de la conducta de apego de enorme importancia clínica, prescindiendo de la edad
del individuo, es la intensidad de la emoción que la acompaña, dependiendo el
tipo de emoción originada de cómo se desarrolle la relación entre el individuo
apegado y la figura del apego.
Si la relación funciona bien, produce alegría
y una sensación de seguridad. Si resulta amenazada, surgen los celos, la
ansiedad y la ira. Si se rompe, habrá dolor y depresión. Finalmente, existen
pruebas fehacientes que el modo en que la conducta de apego llega a organizarse
dentro de un individuo, depende en grado sumo de los tipos de experiencia que
tiene en su familia de origen o, si es desafortunado, fuera de ella. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 16)
…muchas de las más intensas emociones
humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la
renovación de aquellas relaciones en las que una de las partes está
proporcionando una base segura a la otra, o en las que alternan los respectivos
papeles. Mientras que el mantenimiento imperturbable de tales relaciones es
experimentado como una fuente de seguridad, la amenaza de ruptura o pérdida da
lugar a ansiedad, y con frecuencia a ira, y la pérdida afectiva, a pesadumbre. (Bowlby,
J.; “Formación, desarrollo y pérdida” pág. 131)
Podemos visualizar entonces las fallas, tanto
de la genética como de la interacción, que darán lugar a las alteraciones de
las conductas de apego que conocemos pero que no es del caso describir aquí.
Lo que sí es del caso para el
objetivo de esta nota, el señalar cuál sentimiento nos conduce a apegarnos,
sentimiento que exhiben todas las especies con las que compartimos esta
conducta.
Pero mejor lo decimos con las
propias palabras de Bowlby:
En resumen, y en mis términos, el niño
—y posteriormente el adulto— tiene miedo a sentirse apegado a cualquiera por
temor a otro rechazo y a toda la angustia, la ansiedad y la ira a las cuales
conduce. Como resultado, existe una obstrucción importante que se contrapone a
la expresión o incluso al sentimiento de su deseo natural de una relación
íntima y confiada, de cuidados, consuelo y AMOR... que yo considero las
manifestaciones subjetivas de un sistema importante de conducta instintiva. (Bowlby,
J.; “Una base segura” pág. 70)
Otro punto que quiero subrayar acerca de
la conducta de apego consiste en que es una característica de la naturaleza
humana a lo largo de nuestras vidas, desde la cuna hasta la tumba. Es cierto
que por lo general resulta menos intensa y menos absorbente en los adolescentes
y en los adultos que en los primeros años de vida. Sin embargo, el deseo de
AMOR y cuidados es muy natural cuando una persona está ansiosa y perturbada.
(Ibídem. pág. 100)
…es aquélla en que la madre —cuya
infancia ha transcurrido desprovista de AMOR— busca en su propio hijo el AMOR
del que ha carecido hasta ese momento. Al actuar así, invierte la relación
normal progenitor-hijo, exigiendo al niño que actúe como progenitor mientras
ella se convierte en hija. (ibídem pág. 127)
Cuando en un grado notorio ese individuo
intenta vivir su vida sin el AMOR y el apoyo de otras personas, intenta
volverse emocionalmente autosuficiente y con posterioridad puede ser
diagnosticado como narcisista o como poseedor de un falso si-mismo del tipo
descrito por Winnicott (1960). (ibídem pág. 146)
La
amenaza de negar el AMOR a un niño como medio de control (ibídem pág. 169)
Si bien en estas citas se nombran distintos afectos podemos afirmar que
el afecto básico en torno al cual giran todos los demás es el que,
universalmente, se denomina AMOR y así lo destacamos en los pasajes que
seleccionamos de Bowlby (de entre los muchos donde aparece).
O sea, LA BÚSQUEDA DE PROXIMIDAD está animada por ese sentimiento
particular definido como AMOR, sentimiento que tiñe todas las conductas
desplegadas en ese vínculo particular que llamamos apego.
Se podrá apreciar así la enorme diferencia conceptual entre lo que
significa el amor para Freud que lo iguala al atractivo erótico y lo teoriza
como pulsión sexual o libido (ver cita de Freud supra) y lo que significa el
amor para Bowlby que lo ve como el componente emocional típico asociado a las
conductas de búsqueda de proximidad que caracterizan a la función de apego.
Es entendible que existiera esta confusión entre amores porque si consideramos
el enamoramiento que “cantan los poetas” veremos que allí confluyen – por lo
menos – el apego y el atractivo erótico potenciándose mutuamente.
Freud se vio, entonces, en enormes dificultades para interpretar los
persistentes sentimientos de ternura, cariño, devoción, querencia, etc., que
permanecían incólumes y no se agotaban ni entraban en períodos refractarios
como sucede con los atractivos eróticos luego del cumplimiento de sus metas. Recurrió para ello a un retorcimiento de la
teoría de las pulsiones a través de la Zielgehemmt (la meta inhibida) para
que, al no descargarse enteramente la pulsión, permanezca activa y explique la
persistencia de esos sentimientos. (Ver Psicología de las masas… A.E.,
T.XVIII pág. 130-132)
Le quedó por explicar qué lleva
al sujeto a inhibir poco o mucho (¿por represión?) esas metas sexuales en sus varios
objetos de pulsión y si lo que queda de esa pulsión mide las distintas
intensidades del cariño hacia esos distintos objetos.
Pero la fragilidad de esos argumentos queda de manifiesto con un mínimo
ejemplo tomado de ese mismo texto (ibídem pág. 102-103):
Hace
poco se publicó en el Internationale
Zeitschrift für Psychoanalyse (esta) observación: un niño, desesperado por la pérdida de su
gatito, declaró paladinamente que él mismo era ahora el gatito, empezó a
caminar en cuatro patas, no quiso sentarse más a la mesa a comer, etc.
De esta rica observación podemos deducir dos cosas interesantes:
a) ¿Qué perdió el niño que lo
desespera? Pues bien, nadie podrá negar que perdió un vínculo muy valioso para
él, que calificamos sin duda como de cariño, de ternura y también de compañía y
protección afectiva. Freud diría que, como manifestación de pulsión de meta
inhibida, es una expresión desplazada (¿sublimada?) de la ligazón sexual básica
del niño a su madre; así se puede afirmar que está todo en orden y seguir sosteniendo
que lo sexual es el único factor de unión entre humanos.
Pero,
hete aquí que ahora debemos agregar la pulsión sexual (¿desplazada?
¿sublimada?) del gatito hacia el niño, porque el vínculo es de a dos y la
corriente de ternura es en ambos sentidos; por algo el perro es el “amigo más
fiel” y derrocha ternura. Y, por supuesto, el placer erótico está completamente
ausente en el gato y no podremos encontrar ninguna manifestación fisiológica de
ese placer, como debería haber, pues el gato no reprime como el humano porque,
¿a qué prohibición está sometido?
La
verdad es que nos parece más clara y limpia la explicación de Bowlby, pues
recurre a la función de attachment, otra ligazón probada por la empiria
y completamente distinta de la alimentación y el sexo. Lo mostramos en estas
dos citas:
El comportamiento de apego es
una forma de conducta instintiva que se desarrolla en el hombre, al igual que
en otros mamíferos, durante la lactancia y tiene como finalidad o meta la proximidad a una figura materna. La FUNCIÓN del comportamiento de apego
consistiría en la protección contra depredadores. (Bowlby, J.; “Formación,
desarrollo y pérdida” pág. 111)
Al conceptualizar el
apego de este modo, como una forma fundamental de conducta con su propia
motivación interna distinta de la
alimentación y el sexo, y no menos importante para la supervivencia, a la
conducta y a la motivación se les concede una categoría teórica que nunca se
les había dado, aunque tanto los padres como los clínicos durante mucho tiempo
han sido intuitivamente conscientes de su importancia. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 41)
(subrayados nuestros)
b) Pero,
además de su desesperanza, el niño se comporta como un gato. Freud toma sólo
esta parte de la observación y, con su habitual profundidad para descubrir y describir
las operaciones reguladoras de la psiquis humana, propone que el niño sustituye
la pérdida de su objeto de amor por una identificación con dicho objeto. Este
tema nos conduce al capítulo siguiente:
3) EL
RECONOCIMIENTO MUTUO
Antes de
seguir con el tema de la identificación haremos una observación sobre el niño citado,
cuyo comportamiento puede dar lugar a una doble interpretación.
-
Puede suceder que él se viva como siendo
realmente un gato en un proceso que
llamamos identificación, donde el otro pasa a formar parte, en diversa medida,
del sujeto referido, o sea, es un proceso constructivo de la persona.
-
Pero también puede ocurrir que, a modo
de un actor, el niño esté representando a un gato. Como actor no se identifica
con el personaje sino, más bien, lo incorpora; su cuerpo reproduce la figura de
un gato, pero él está por detrás manejándola. Está jugando a ser gato y, cuando
el juego cesa, el personaje desaparece. Esa incorporación es, por lo tanto, un
juego y, como tal, participa de los importantes atributos del jugar como la
capacidad de elaborar conflictos y la generación de espacios creativos y recreativos,
funciones indispensables para una buena calidad de vida.
Con esto
no queremos negar la función identificatoria porque no contradice la
incorporación y ambas pueden coexistir e, incluso, complementarse sin problema.
Quizás algo del vínculo con el gato quedará en la identidad de este niño, pero
lo que aquí queremos destacar es que para que sea posible la ejecución de las
identificaciones o de las incorporaciones o de muchas otras operaciones básicas
humanas, es imprescindible la presencia de una función fundamental que las
habilite.
Nos
referimos a la función que ha producido un salto estructural profundo en nuestra
especie, la ÚNICA entre todas las demás especies conocidas (que son 1.3
millones, por ahora, y podrían ser más de 8 millones de acuerdo a cálculos).
Es la
comúnmente llamada función simbólica o,
más exactamente, función semiótica y
que consiste en la capacidad de operar en ausencia de la cosa referida, es
decir, la evocación de un objeto ausente. Porque ¿dónde están el gatito, el
niño o Freud? ¿dónde estamos nosotros escribiendo o ustedes leyendo? Todos esos
objetos están, pero no están. Están sólo evocados por la lengua.
Pues
bien, esta función, cuya aparición en los humanos data de hace por lo menos 40.000años
de acuerdo a pinturas rupestres de animales descubiertas en Indonesia y que,
por otros indicios, para muchos debería datarse en 100.000 años, es
aparentemente muy sencilla pues la podemos definir con muy pocas palabras como
ya hicimos. Sin embargo, para ejercer esa propiedad con todo su potencial, el
cerebro de los humanos debió ampliarse enormemente especialmente sus lóbulos
frontales y la corteza cerebral que, para aumentar su superficie, se llenó de
profundas cisuras y circunvoluciones. Es el cerebro más complejo de todas las
especies que conocemos.
Pero se
preguntará el lector ¿qué tiene que ver esta evolución cerebral y esta función
con la unión entre los humanos? Pues bien, he aquí las consecuencias más
notorias del ejercicio de esta función en esos noveles mamíferos que la
adquirieron, los homo sapiens:
ü tener conciencia de sí y de sus semejantes,
ü adquirir una identidad reconocida por sí mismo y
por los demás,
ü incluirse en una red de vínculos interhumanos con
papeles definidos (como lo son las relaciones de parentesco u otras),
- el acceso a la comunicación sincrónica de las lenguas (y otros sistemas
sígnicos)
- el acceso al mundo del pensamiento racional y de las relaciones lógicas
- la entrada en la vertiente diacrónica de la cultura (representando ésta
la otra gran corriente
hereditaria que el humano recibe, por fuera de su
programación genética).
No vamos a desarrollar
aquí todas estas complejas propiedades que ha propiciado el ejercicio de la
función semiótica, sino sólo destacar su papel en la generación de vínculos
poderosos entre los seres humanos.
Veamos algo al respecto:
siguiendo a Hegel podemos decir que el deseo más poderoso que posee el humano
es el de ser reconocido por su congénere. ¿Qué supone este reconocimiento? No
es un simple reconocimiento físico por su figura o su olor, como haría un
perro, sino algo mucho más complejo, como, por ejemplo, definir cuáles son los
papeles respectivos en la relación entre ambos (a esto se refería Hegel en la
alegoría de la lucha por la adjudicación de los papeles de amo o de esclavo).
Pero para definir esos
papeles u otros cualquiera y habilitar así un RECONOCIMIENTO MUTUO es necesario
poder nombrarlos, evocarlos en su ausencia. Se necesita, pues, la función
semiótica. A través tanto de la palabra como de mucho otros sistemas sígnicos desplegamos
una inter relación de enorme amplitud que nos mantiene en conexión permanente,
es decir, un factor de unión potente.
Y más potente aún es la unión
que surge del modo en que se forma la identidad humana, justamente a propósito
de la maduración e instalación de la función semiótica en el segundo año de
vida.
Como bien sabemos (y como
ocurre con diversas funciones de nuestro sistema nervioso) esta función
necesita imperiosamente de la interacción con otros semejantes para
desarrollarse (bien o mal).
Y, como de su acción, el cerebro va a generar
aquello que llamamos nuestra identidad, pensemos la enorme importancia que
adquiere la unión y el vínculo del niño con sus prójimos en todo ese
proceso de convertirse en un nuevo ser humano.
Y no sólo necesita la
proximidad y la comunicación sino la propia construcción de su persona se está
gestando en estos vínculos a través de complejos procesos de identificación que
tienen tal fuerza que, a menudo, pasan por encima de la biología y cambian, por
ejemplo, la identidad biológica de género para adoptar una identidad cultural
de otro tipo (nos referimos a las identidades culturales LGBT+)
Cierto es que la identidad
personal tiene un ancla poderosa en el manejo del propio cuerpo y de los rasgos
temperamentales innatos, factores que constituyen un núcleo firme que no acepta
mayores cambios. Pero, rodeando este núcleo, está la gran masa de
identificaciones que el niño va adquiriendo continuamente en su vínculo con el
entorno humano y que durará toda su vida.
Este continuo proceso
identificatorio nos abarca a todos, los adultos modelan a los niños y éstos
modelan a su vez a los adultos. En esa red de identificaciones mutuas estamos
todos sumergidos y, por tanto, pregunto ¿qué les parece la potencia de estos
vínculos? ¿cuánto nos unen?
Con esto a la vista,
podemos afirmar que nuestra identidad personal va más allá de la calidad de
individuos (indivisos) miembros de
una especie, se sitúa más bien entre
individuos en un entretejido permanente y cambiante de identidades asumidas y
otorgadas.
Nos damos cuenta que este
aspecto cambiante alude a una fragilidad de nuestra naturaleza identitaria que
a menudo nos hace sufrir, pero también a una fortaleza porque habilita cambios
y adaptaciones imposibles en otras especies que, para esas adaptaciones, deben
esperar que una larguísima sucesión de generaciones vaya habilitando la
mutación y selección.
Pero hay más en este
capítulo, porque, si bien estos procesos de identificaciones cruzadas se dan
entre personas que están en contacto más o menos próximo (los prójimos), con las personas más
distantes también ocurren.
Volvemos así al trabajo
de Freud Psicología
de las masas y análisis del yo citado al inicio para
referirnos a una hipótesis diferente de las que allí se manejan (por Freud y
otros autores) para explicar el comportamiento grupal de nuestra especie.
Pues
bien, una parte sustancial de nuestra identidad está compuesta por la
PERTENENCIA A GRUPOS. Y para decir algo respecto a esa pertenencia, podemos observar
cómo se va instalando desde la temprana niñez:
ü
su primera instalación en la red pronominal (yo-tú-él)
inestable al comienzo, pues, a menudo, nos sorprende hablando de sí mismo en
tercera persona (el nene quiere…) sin
que nadie se lo haya enseñado
ü
el aprender los parentescos y poder ubicarse él dentro esa
red que lo identificará para toda la vida. Cuando esta red identificatoria se
trastoca (como sucede con aquellos niños adoptados secretamente y que tarde se
enteran de la adopción) se produce una gran inestabilidad y sufrimiento y hasta
puede dar lugar a tragedias (como le ocurre al pobre Edipo que mata a su padre
sin saberlo y tiene hijos con su madre también sin saberlo).
ü
el ingreso al mundo parlante de su idioma materno
ü
luego arriba la inserción en un torrente de grupos que se
van sumando a su identidad: el pre-escolar, los grupos de pares, la escuela, la
religión familiar, las costumbres y tradiciones de su entorno, el equipo
deportivo preferido, el barrio, la ciudad, la patria, la ciudadanía, etc., etc.
ü
y ya entrando en la adolescencia y la adultez se suman
decenas de grupos de pertenencia que no es del caso enumerar pues cualquiera
puede hacerlo de sí mismo al pensarse.
Esta red de identidades
que nos definen y nos conforman como humanos, por supuesto que es un muy fuerte
factor de unión y de comunidad de sentimientos y opiniones. Pensamos que
esta explicación de la formación de grupos a partir de la identidad compartida vale
por sí sola, sin necesidad de enlazarla a la libido como lo pretende Freud, que
no puede desprenderse de la hipótesis de un único motivo de unión de los
humanos: la atracción sexual en su definición ampliada.
Este tercer capítulo
sobre la unión de los humanos que titulamos el RECONOCIMIENTO MUTUO, nos
condujo al enorme tema de la IDENTIDAD que se puede dividir, por lo menos, en
tres áreas:
Ø
núcleo básico de identidad biológica: la unidad corporal +
el temperamento innato.
Ø
reconocimiento e intercambio identitario entre prójimos
Ø
identidad
a través de recíproca pertenencia grupal múltiple
Basta que pensemos en pérdidas o distorsiones de la identidad
y las importantes consecuencias en la calidad de vida de los así afectados,
para aquilatar la presencia y el peso de estas características.
Y si pensamos en las distorsiones producidas por una
adherencia anómala a grupos, nos encontramos con fenómenos sociales como el
fanatismo, el fundamentalismo religioso, el racismo, las castas, los esclavistas,
los genocidas, los sicariatos y muchos otros grupos de unión de personas
que, en su accionar, pasan a ser aberraciones de la humanidad.
Humanidad constituida también por aquellos grupos que
defienden la solidaridad, el humanismo, la caritas
(amor al prójimo que predica toda gran religión), la fraternidad, la ayuda
mutua, el rescatismo en variadas formas, curar y cuidar, etc. etc.
Por supuesto que nadie quiere ser una aberración y, si su
pertenencia a un grupo de esa naturaleza es flagrante, tratará de justificarlo
de mil modos y de afirmar su adherencia a los ideales humanitarios. Pero como
nos dice Clifford Geertz (…) nuestro
sistema nervioso central (y, sobre todo, su máxima gloria y maldición, el neocórtex) se formó en gran parte en
interacción con la cultura (…) y de esta forma subraya una doble
condición humana, capaz de las más terribles torturas y masacres con sus
congéneres, así como de los más nobles sacrificios para protegerlos o
auxiliarlos.
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4) LA COORDINACIÓN DE ACCIONES
Éste es un factor de unión tan obvio que no valdría la
pena ni siquiera mencionarlo, pero algo vamos a decir para delimitar las
características que presenta en nuestra especie.
La observación de esta propiedad biológica que otorga
fortalezas, tanto al individuo como a la especie en su conjunto, ha llevado
hasta la idea de que el pasaje de los seres unicelulares a los pluricelulares (o
sea, la unión de células para generar tejidos y órganos) fue propiciado
para mejorar las capacidades de adaptación y sobrevida a las nuevas especies.
La adquisición de nuevas fortalezas a propósito de la
asociación y la acción en grupo (o sea, la coordinación
de acciones para obtener o mejorar resultados) puede comprobarse en
numerosísimos ejemplos.
Así por ejemplo, las hormigas cortadoras transportan hojas
para cultivar un hongo del que se alimentan, las abejas fabrican miel con el
mismo objetivo y, a su vez, polinizan y facilitan la reproducción de otras
especies vegetales (coordinación de
acciones interespecífica), los peces nadan en cardúmenes con conexión
simultánea perfecta para su defensa, las aves migratorias vuelan en formación
ordenada con cambio pautado de los directores de vuelo, los leones, los lobos y
los chimpancés cazan en equipo, etc., etc.
Todas estas acciones están rigurosamente programadas en el
acervo genético de cada especie, y se cumplen a través de precisas leyes
biológicas que existen desde que existen las propias especies, es decir, desde
hace millones de años. Los cambios que puede haber siguen las lentas leyes de
la evolución de las especies (mutación y selección) y si algún aprendizaje
limitado puede comprobarse en ciertos casos, no va más allá de una o dos
generaciones y luego se extingue, porque no tienen función cerebral con
capacidad para retenerlo.
Muy otra es la situación del homo sapiens porque, desde el momento en que comienza a operar la
función semiótica, se producen cambios radicales:
·
A partir de ella, el registro transgeneracional de los
aprendizajes es posible, o sea que nace la CULTURA, primero a través de las
lenguas habladas y otros códigos simbólicos (objetos, pinturas, ceremoniales,
registros de ancestros, tradiciones etc.), generando la extensa memoria de la PREHISTORIA,
a la que luego se suma la escritura y da comienzo a lo que denominamos la
HISTORIA.
De esa cultura estamos
haciendo amplio uso en este mismo momento, al estar escribiendo y empleando enormes
cantidades de información que hemos recibido completamente por fuera de la
programación genética (que también poseemos). Los factores de unión son
muy fuertes acá también, aunque estén provistos de una carga afectiva de otra
índole, que las de las otras motivaciones ya vistas.
·
Hallamos otra diferencia muy significativa entre nosotros
y el resto de las especies al examinar las diversas LEYES que nos rigen en
nuestras conductas de vínculo con nuestros semejantes.
Estas leyes son de dos tipos:
-
las leyes biológicas
que compartimos con todas las demás especies y que se cumplen rigurosamente. Si,
para nuestro beneficio, queremos influirlas en algo, estamos restringidos a
usar también procedimientos del orden de la biología (o sea, las ciencias
naturales).
-
las leyes humanas (legislaciones, normas, cánones, costumbres,
tradiciones, etc.), que sólo pueden formularse a través de la función semiótica,
sean escritas o verbales, sean explícitas o implícitas. Estas leyes se han
vuelto imprescindibles para nuestra convivencia, pero, a diferencia de las
biológicas, no se cumplen sí o sí, sino que pueden cumplirse o incumplirse.
Esto produce un SALTO ESTRUCTURAL, único en el concierto de las especies y emergen
así dos cualidades estrictamente humanas:
Ø el libre
albedrío: podemos decidir, es
decir que no estamos sometidos exclusivamente a leyes fijas biológicas del
comportamiento (como las demás especies) y una fracción importante de nuestras
conductas puede escapar a la rigidez de la biología y pasar a regirse por las plásticas
leyes humanas.
Ø la moral:
que sólo puede llevarse a cabo si está presente el libre albedrío porque, si las
leyes humanas pueden incumplirse, deben sancionarse los incumplidores, o
sea que éstos son imputables, tanto por la justicia humana como por la
“divina”. ¡Cuánto nos aleja esto del resto del mundo mamífero!
Vemos en esto el origen de la incuestionable noción
freudiana de SUPERYÓ que es una estructura exclusiva humana de control de la
conducta que todo el mundo acepta, aunque con distintos nombres (conciencia
moral, moralidad, deontología, ética, integridad, dignidad, respeto, etc.)
Pero esta serie de evidentes ventajas que nos
otorga la función semiótica se ve a menudo restringida por sus también
evidentes desventajas, porque a través de los comportamientos aleatorios que
nos permite el libre albedrío podemos ser calificados como seres maravillosos o
terribles, abnegados o miserables. Podemos comportarnos, en tanto personas o en
tanto grupos, solidarios y protectores hasta el sacrificio o crueles hasta la
tortura, la exterminación y el genocidio.
Por último, mencionemos apenas el factor de unión
que significa la producción y el intercambio de bienes y servicios de todo tipo
y la coordinación en el mundo del trabajo, de las ciencias y de las artes, pero esto nos lleva a
otros temas muy amplios que no consideramos del caso abordar.
Todos estos comentarios nos sirven para subrayar la fuerza de los factores
tanto de unión como desunión que podemos detectar a propósito de
la COORDINACIÓN DE ACCIONES.
******
Como reflexión final señalamos el hecho que estos cuatro
modos de unión se combinan a menudo de tal forma inextricable que se
hace difícil discernirlos y sirva esto de disculpa para Freud por haberlo él pensado
como un único modo con varias presentaciones, lo que intentó demostrar con
sinuosos y complicados razonamientos, pero que igual nos cautivan por su
sutileza.
Esta combinación de factores, a menudo conduce a una
potenciación positiva evidente y en otros casos infelices conduce a resultados
claramente desfavorables.
Freud menciona (en la cita supra) al amor que cantan los poetas refiriéndose a la pareja y lo vincula
exclusivamente a la libido, la unión sexual. Pero si analizamos los
lazos de unión de la pareja a la luz de los lazos que acá señalamos, se
puede ver la participación de todos ellos en diversa medida e intensidad e,
incluso, ver las armonías y contradicciones que se producen entre ellos. Sin ir
más allá, llamamos enamoramiento a la notable potenciación mutua que surge de
la interacción entre atractivo sexual y vínculo de apego que lleva, desde la
poesía sublime hasta el crimen pasional.
Igualmente es evidente que la unión de los humanos
bajo todas estas formas, ha sido el factor dominante de la evolución producida por el homo sapiens en los escasos miles de años (no son millones) que van desde la conquista del fuego a la
conquista del espacio ,
sin juzgar si esos cambios representan, o no, una ventaja.
El cuadro que sigue, sintetiza todo el planteo: