lunes, 5 de mayo de 2025

LA BLANCANIEVES DE LOS GRIMM

 

LA BLANCANIEVES DE LOS GRIMM

(Una mirada psi)

Alberto Weigle

1994

Leer el texto de Blancanieves en la versión de los hermanos Grimm1 (de la que ellos afirman haberse limitado sólo a transcribir fielmente el cuento tradicional) me ha deparado no poca sorpresa. Quizás influido por la versión más poética y fresca de la película de Walt Disney -que es la que conocí de niño - esta otra me pareció árida, escueta, de aristas duras, de una contundencia inapelable en los juicios de valor, con personajes lineales y sin matices, donde la intención asesina (reiterada y sin atenuantes) y la pena capital final con tortura incluida y sin juicio previo (pura venganza), constituyen el eje principal del argumento.

Evidentemente Disney no se animó a presentar en toda su crudeza esta versión y generó la suya. Pero mi comentario sobre la versión de los Grimm, que parece una censura y en cierto modo lo es, está apuntando a señalar, casi sin quererlo, los elementos que, a mi opinión, han contribuido a la perduración y difusión de esta historia. ¿A qué me refiero?

Pues, me refiero al perfil de peripecia, de aventura, tan caro a los niños (y a los adultos), aventura que en este caso recae sobre un personaje frágil, que sólo puede implorar, huir o refugiarse, en un papel pasivo exclusivo. Cómo no empatizar con Blancanieves, hermosa, tierna, discreta, sumisa y no agresiva hasta la exasperación. Un verdadero "modelo" de niña y adolescente.

Me refiero también al perfil de tragedia del cuento, perfil delineado en el personaje de la reina que poco se diferencia de algunos personajes trágicos - griegos o shakespearianos - tanto por su ambición como por su funesto final. Un verdadero modelo de maldad diabólica.

Me refiero, además, al perfil de mito, en este caso no como mito explicativo sino como mito ordenador que va dibujando tipos humanos y tipos de vínculo, lo que le permite aplicar una función de advertencia, aleccionante, moralizante: el cuento señala lo bueno y lo malo, premia y castiga, y es, si se quiere, ejemplarizante (en esto muy similar al mito de Edipo Rey, por ejemplo).

Pero estos aspectos, aun siendo importantes, no son suficientes para definir la fuerza de este cuento:

  • debemos contar con los elementos mágicos: el espejo, los venenos (peineta y manzana), las muertes-sueño de Blancanieves, el rito canibalístico de la reina y su baile mortal final.

  • -debemos contar con los elementos simbólicos: números cabalísticos (3 y 7 se repiten continuamente), combinaciones de colores (blanco-rojo-negro), personajes extraños como los enanos o animales significativos (como las aves que visitan a Blancanieves en su ataúd de cristal)

No cabe duda que la conjunción interactuante de todos estos elementos (y de otros que no advierto) abre todo un mundo de sentidos que permite, a quien recibe el cuento, articularlo con el mundo de su fantasía, con el mundo de sus valores, con el mundo de sus vínculos, con el mundo de sus identificaciones.

En este sentido, el cuento entra en la serie de producciones humanas que generan un escenario ficticio donde las personas ensayan los roles, los lugares, las identidades que les toca vivir en la red de vínculos de su entorno cotidiano. Me estoy refiriendo, por supuesto, al mundo de la literatura y del espectáculo, pero también me refiero al mundo más personal del juego, del fantaseo y, por qué no, de los sueños.

Vemos destacarse así la característica de este cuento como "obra abierta" (en el sentido de Umberto Eco). Obra abierta a la multiplicidad de significados e interpretaciones que suscita en el receptor, sea niño o adulto (porque el cuento está dirigido a ambos y especialmente al vínculo entre ambos). Obra más abierta aún porque desconocemos su autor o, más bien, porque se ha ido construyendo con el aporte de sucesivas generaciones y la versión de los Grimm es apenas un corte transversal de un largo recorrido transgeneracional. En este sentido, Blancanieves ha pasado a integrar la ilustre serie de personajes míticos como Narciso, Edipo, Tristán e Isolda, estando el cuento sujeto a interminables variaciones y adaptaciones justamente porque no hay un texto único a respetar... y porque es cuento para niños y cada cual lo cuenta como quiere (como hace Disney) ... y, en su espontaneidad, el relator desconoce en buena medida porqué introduce dichas variaciones.

(Abriendo un paréntesis en mis meditaciones sobre el tema, me pregunto aquí cuál sería la vivencia de nuestros niños actuales al tomar contacto con esta versión del siglo XIX tal cual lo hicimos nosotros. Alguien que trabaje con grupos de niños podría ensayar esta experiencia y evaluar el efecto producido en los niños a través, no sólo de sus comentarios sino también de sus juegos, sus dibujos u otras producciones. Seguramente nos sorprenderemos ante muchas respuestas y reacciones inesperadas).

Arribando entonces a la. propia trama del cuento, voy a desarrollar sólo tres ideas que vienen a ser tres planos de abordaje (tres modos de iluminar un mismo texto), destacando que son aspectos entrelazados, interactuantes. Me refiero:

  • al plano de los sentimientos

  • -al plano de los poderes

  • -al plano de las identidades



  1. LOS SENTIMIENTOS (Me refiero aquí a las llamadas "emociones básicas" por Melanie Klein)

Algunos sentimientos aparecen directamente expresados en el cuento mientras que otros los podemos deducir del contexto. Así vemos de modo directo: el amor tierno (entre Blancanieves y los enanitos), el enamoramiento sexual (entre el príncipe y Blancanieves) y la envidia (de la reina). En tanto que el amor, bajo sus dos formas, opera como telón de fondo contrastante, la envidia aparece en primer plano, como hilo conductor y como motivación de la peripecia del relato.

Como bien sabemos después que lo señalara Hanna Segal, la envidia es un sentimiento ambivalente pues, por un lado, reconoce los valores del otro (como reconoce la reina la belleza de Blancanieves) pero, por otro lado - y es éste el rasgo saliente de la envidia - busca apoderarse, adquirir en propiedad esos valores y a su vez destruir al propietario. La reina busca cumplir ambos designios en un solo movimiento porque mata y se come (manda matar y cree comerse) a Blancanieves. Se manifiesta allí la propia esencia del ritual canibalístico de aquellos guerreros que matan al enemigo y se comen su corazón para adquirir su valentía.

Bajo una forma más indirecta aparecen también los sentimientos de rivalidad y odio. La rivalidad es presentada como una competencia - una especie de concurso de belleza - donde el jurado está representado por la voz del espejo y donde una de las rivales ni siquiera sabe que está compitiendo, lo que va de acuerdo al perfil de pureza inmaculada, sin un mal sentimiento, que debe conservar Blancanieves. El odio aparece fugazmente pero con toda su fuerza en la condena a tortura y muerte a que es sometida la reina pero, y nuevamente para salvaguardar la imagen de Blancanieves, este odio aparece desplazado al príncipe que oficia de brazo ejecutor. Lo que no veo con claridad en este cuento es la presencia de los celos, como afirma Bettelheim, pues la figura del tercero, aquél que es el objeto de la rivalidad celosa y que oficia como trofeo a conquistar, no está presente en el cuento. Ninguna de las figuras masculinas que por allí desfilan ocupa claramente ese lugar. Es otro el lugar de los varones, como veremos al desarrollar la segunda idea.



  1. LOS PODERES

Vamos a señalar dos grandes grupos de poderes que aparecen en este sueño: los femeninos y los masculinos.

No nos referimos, y queremos dejarlo claro ya, a poderes intrínsecos a la naturaleza masculina o femenina, sino a la atribución social (cultural) de poderes al hombre y a la mujer que va mucho más allá de las diferencias biológicas de género. En este sentido el relato es claro: no mezcla poderes en los personajes de cada sexo (como sucede en la realidad social) sino que los atribuye netamente separados.

Así, el poder femenino por excelencia será la seducción y, en nuestro caso, la seducción por la belleza, por el atractivo estético que, a su vez, arrastra consigo al atractivo erótico. Con el arma de su belleza la madrasta conquista al rey y, con él, su rango de reina. Con la belleza de los objetos que ofrece y el engaño de sus disfraces la reina seduce a Blancanieves por más que los enanos la previenen de los peligros de entrar en el juego "seductor-seducido". Y también de la mano de su belleza, Blancanieves consigue el perdón del cazador, la protección de los enanos, el amor del príncipe, y la venganza sobre la reina. Notable poder, pues, que puede ser maléfico o benéfico según el uso que de él se haga.

A las figuras masculinas el cuento les adjudica varias formas de un poder que, en cierto modo, es más directo: la fuerza física del cazador, la protección grupal de los enanos, el poder material y social del rey y del príncipe. La seducción, en cambio, es un poder indirecto, pero a través de él se puede conquistar al poderoso y usar de su poder o, incluso, destruirlo (como nos lo muestra de modo ejemplar el relato bíblico de Sansón y Dalila).

Llegados a este punto, nos preguntamos: esa intensa ambición de poder (en este caso femenina pero que reconocemos en todas las personas y también en los grupos), ambición de poder que, como vimos, despierta los más encontrados sentimientos, ¿a qué es debida? Oscura cuestión a la que no sabríamos dar cabal respuesta aunque algo intentaremos a partir de la tercera y última idea que nos sugiere el cuento.



  1. LAS IDENTIDADES

Para desarrollar esta idea nos detendremos en el elemento más original del cuento: el espejito mágico. Es muy particular este objeto: no sólo la reina contempla en él su belleza, sino que él, a su vez, la mira; y no sólo la mira sin que abre sobre ella un juicio comparativo de valor. Con esto quiero decir que la identidad de la reina está definida no solamente por su imagen reproducida en el espejo sino también, y fundamentalmente, está definida por la mirada apreciativa, identificante, del otro; de todos los otros, representados por el espejo.

Esto es muy interesante porque es éste un espejo muy diferente al espejo mudo de Narciso. Nos muestra que el narcisismo puro, la complacencia exclusiva en la propia imagen, no se sostiene, no puede existir. La reina, en su extremo narcisismo, necesita igualmente y quizás más que nadie, el ser reconocida como la mejor: así, y sólo así, puede ser alguien.

Esto recuerda el narcisismo de los niños muy pequeños que, como ya lo señalaba Freud, necesita imprescindiblemente del apoyo del otro pero que poco o nada se preocupa de apoyar al otro.

La reina es presentada entonces como un modelo negativo y el cuento la censura y castiga, pero, a su vez, advierte a los niños (y a los adultos) sobre las consecuencias terribles de mantener un tal narcisismo extremo.

Pensamos entonces que:

-este tipo de narcisismo

-la ambición de poder (en este caso, a través de la seducción)

-la envidia (con su pretensión canibalista de apoderarse de los valores del otro) confluyen todos en el fin supremo de sostener una identidad. Identidad que justamente muestra su debilidad en el tipo de mecanismos extremos a que debe recurrir para su sostén.

Los modelos positivos del cuento (Blancanieves, los enanos, el príncipe) sostienen sus identidades de manera muy diferente pues ese sostén nace y se construye, no por el dominio o la destrucción DEL OTRO, sino por una interacción armónica CON EL OTRO.





1 Ver la versión de los Grimm insertada al final







Blancanieves

Cierto día de invierno, cuando caían como plumas los copos de nieve, había una reina sentada a la ventana, que tenía un marco de la más negra caoba que pueda imaginarse. Abrió la ventana para alzar la vista al cielo, y al mover la mano se pinchó, y tres gotas de sangre cayeron sobre la nieve que cubría el alféizar. Viendo lo bonita que era la combinación del rojo y el blanco, se dijo a sí misma: «Me gustaría tener un hijo tan blanco como la nieve y tan rojo como la sangre, y tan negro como el marco de esta ventana.»

Y poco después tuvo una hijita, que era tan blanca como la nieve y tan roja como la sangre y tan negra como la caoba, y la llamaron Blancanieves. La reina murió tan pronto como nació su criatura.

Un año después el rey se casó con otra mujer. Era bella, pero también orgullosa y arrogante, y no soportaba la idea de que hubiese otra mujer que fuese más bella. Tenía un espejo mágico, y todas las mañanas se ponía delante de él, miraba su reflejo y decía:

Espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella del reino?

A lo que el espejo respondía:

Majestad, tú eres

la más bella de todas las mujeres.

Y ella se quedaba muy satisfecha al oírlo, pues sabía que aquel espejo solo podía decir la verdad.

Entretanto, sin embargo, Blancanieves había ido creciendo. A los siete años era tan bonita como un día de primavera, y de hecho era más bella que la reina.

De modo que un día, cuando la reina le preguntó a su espejo:

Dime espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella del reino?

Esa vez el espejo respondió:

Sigues siendo bella, majestad,

pero Blancanieves lo es ahora mucho más.

La reina se espantó muchísimo al oírlo. La envidia empezó a revolverle las tripas, y su tez, hasta entonces perfecta, adquirió un color verde amarillento. A partir de entonces, cada vez que su mirada se posaba en Blancanieves notaba que el corazón se le endurecía porque se le había llenado de un odio malevolente. La envidia y el orgullo crecieron dentro de la reina como una mala hierba, y no encontraba la paz ni de día ni de noche.

Finalmente, llamó a uno de los cazadores del rey y le dijo:

Llévate a esa niña hasta lo más profundo del bosque. No quiero volver a verla en mi vida. Antes de regresar cerciórate de que ha muerto, y trae contigo como prueba sus pulmones y su hígado.

El cazador cumplió sus órdenes. Cuando llegó con Blancanieves a un rincón muy alejado y profundo del bosque, sacó el cuchillo de monte. Pero cuando iba a clavárselo en el inocente corazón de la muchacha ella comenzó a suplicar:

¡Perdóname la vida! ¡Te lo ruego, cazador! ¡Te prometo que huiré hacia el corazón del bosque y que nunca más volveré a casa!

Como era tan bonita, el cazador se apiadó de ella y dijo:

Pobre niña. Sea. Vete de aquí, huye bien lejos.

«De todos modos, las fieras del bosque se la comerán muy pronto», pensó, pero su corazón sintió como si le quitaran una pesada carga de encima de solo saber que no iba a hacer falta que la matase.

En ese momento surgió de entre los matorrales un joven jabalí. El cazador lo mató, le arrancó los pulmones y el hígado, y los llevó de regreso para presentarlos ante la reina como prueba de la muerte de Blancanieves. La malvada reina ordenó al cocinero que echara sal y pimienta en los despojos, que los rebozara en harina y los friese, y se los comió sin dejar ni pizca. Y, pensó la reina, ese era el fin de Blancanieves.

Entretanto, sin embargo, Blancanieves, se había quedado sola en el bosque, y no supo al principio qué hacer. Miró a su alrededor, pero nada de lo que vio en las hojas y los arbustos le dio la menor indicación. Sintió entonces mucho miedo y salió corriendo, haciendo caso omiso de las piedras afiladas y las zarzas espinosas y los animales que saltaban a su paso. Y corrió y corrió, y justo cuando la luz del día se iba apagando y se acercaba la noche, vio una casita. Llamó a la puerta, pero no había nadie, así que entró y trató de descansar.

En esa casita todo era muy pequeño, pero también lo encontró todo muy pulcro y ordenado. Junto al fuego había una marmita con un cocido, y vio también una mesa dispuesta con un mantel tan blanco como la nieve y sobre él siete escudillas diminutas, con una rebanada de pan al lado de cada una, y siete cuchillos y siete tenedores y cucharas, y otras tantas tacitas. En el piso de arriba encontró siete camitas, todas en fila. Estaban muy bien hechas, con sábanas blancas como la nieve, y junto a cada camita había una mesilla de noche con un vasito y su cepillito de dientes.

Blancanieves tenía hambre y sed, de modo que comió un poco del cocido que estaba caliente en la marmita, cogió un pedacito de cada rebanada de pan y bebió un sorbito de vino de cada tacita. Y entonces, dándose cuenta de que estaba extenuada, fue a tumbarse a una de las camitas de arriba, pero le quedaba muy pequeña. Probó después en otra y al final encontró una que le iba a medida. Así que dijo sus oraciones, se tumbó, cerró los ojos y al cabo de un momento ya dormía.

Cuando se había hecho de noche, pasado un buen rato, llegaron los dueños de la casita. Eran siete enanitos, que se ganaban la vida en la mina, extrayendo oro de las profundidades de las montañas. Entraron y encendieron sus lámparas de minero. Y enseguida se fijaron en que las cosas no estaban tal como ellos las habían dejado.

¡Alguien se ha sentado en mi silla!

¡Alguien ha comido de mi escudilla!

¡Eh, fijaos, alguien le ha dado un mordisco a mi pan!

¡Alguien ha usado el cucharón y se ha servido un poco de cocido!

¡Y han usado mi cuchillo!

¡Y han usado mi tenedor!

¡Y han bebido de mi tacita!

Se miraron boquiabiertos los unos a los otros. Miraron todos juntos hacia el techo, subieron las escaleras de puntillas, miraron sus camas, y susurraron:

¡Alguien ha probado mi cama!

¡Y la mía...!

¡Y la mía...!

¡Y la mía...!

¡Y la mía...!

¡Y la mía...!

¡Eh, mirad lo que hay aquí!

El séptimo enanito había encontrado dormida en su cama a Blancanieves. Se acercaron todos de puntillas y la miraron embelesados. La luz de una de las lámparas iluminó el rostro que la muchacha había apoyado en la blanquísima almohada.

¡Santo Cielo! ¡Qué criatura tan bella!

¿Quién puede ser?

¡No la despertéis! Duerme profundamente...

¡Qué cara tan bonita!

¿De dónde habrá venido?

¡Es un misterio, hermanos! ¡Un misterio insondable...!

Volvamos abajo. Tenemos que pensar qué hacemos...

Bajaron nuevamente de puntillas y se sentaron en torno a la mesa.

Pobrecita, ¡parece estar exhausta!

Será mejor que no la despertemos.

Ni siquiera mañana cuando amanezca, sería muy pronto para ella.

Tal vez haya huido de una bruja que la perseguía...

¡Qué bobo eres! ¡Las brujas no existen!

Me parece que es un ángel.

Sí, supongamos que lo sea. Pero ¿dónde voy a dormir yo? Está tendida en mi cama.

Los otros seis se pusieron de acuerdo en permitirle que compartiera con ellos la cama, y que lo mejor sería que durmiese una hora en la de cada uno de los demás. Y se echaron todos a dormir.

A la mañana siguiente, cuando Blancanieves despertó y se encontró con que los siete enanitos estaban mirándola (porque ellos se habían despertado y vestido hacía un buen rato), se sintió alarmada.

¡No te asustes, damisela!

¡Somos amigos!

Aunque no seamos muy guapos...

No te haremos ningún daño.

¡Te lo prometemos!

Aquí estarás segura.

Dinos, ¿cómo te llamas?

Me llaman Blancanieves —‌dijo ella.

Le preguntaron de dónde había salido, cómo había encontrado el camino hasta su casita, y muchas cosas más, y ella les contó que su madrastra había intentado matarla, y que el cazador le había perdonado la vida, y que entonces ella, presa del pánico, se había puesto a correr entre matorrales y zarzales, hasta que encontró la casita.

Los enanitos se retiraron a una esquina del cuarto y se pusieron a hablar entre ellos en voz muy baja, y después volvieron al lado de ella y dijeron:

Si te encargas de limpiar la casa...

De barrer y fregar, ya sabes, todo eso...

¡Y de cocinar! ¡No te olvides de cocinar!

Sí, de cocinar, y de hacer las camas...

Y hacer la colada...

Y coser y tejer y remendar los calcetines...

Entonces puedes quedarte con nosotros, y disponer de todo lo que hay en esta casa.

¡Lo haré, y pondré en ello todo mi corazón y buena voluntad! —‌dijo Blancanieves.

Y así fue como llegaron a establecer este trato, y a partir de entonces Blancanieves se encargó de llevar la casa. Por las mañanas se iban todos los enanitos caminando hacia la montaña, en busca de oro y cobre y plata, y cuando al caer la noche regresaban, se encontraban la cena preparada, y la casita limpia y ordenada.

De día, naturalmente, Blancanieves se quedaba sola, y los enanitos le advirtieron:

Ve con cuidado, porque si tu madrastra descubriese que aún vives, trataría de localizarte. ¡No abras a nadie!

Entretanto, cuando la reina se hubo comido el hígado y los pulmones que ella creía que eran de Blancanieves, se le pasó el temor que le había inspirado mirarse al espejo mágico de nuevo, y un día se miró en él y dijo:

Dime espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella de todo el reino?

Y se llevó la más espantosa conmoción cuando el espejo respondió:

Majestad, sois muy hermosa,

pero lejos de aquí, en el bosque más profundo,

con los siete enanitos Blancanieves vive ahora,

y ella es la más bella del mundo.

La reina retrocedió horrorizada, pues sabía muy bien que aquel espejo no mentía nunca, y comprendió que el cazador la había engañado. ¡Blancanieves seguía viva! Todos sus pensamientos se pusieron a dar vueltas a una sola pregunta: ¿cómo podía ahora matar a Blancanieves? Si ella, que era la reina, no era la más bella del mundo entero, la envidia la atormentaría de día y de noche.

Al final se le ocurrió un plan. Se maquilló la cara hasta disfrazarse y ser irreconocible porque adoptó el aspecto de una vieja buhonera, y tan bien lo hizo que nadie habría sido capaz de reconocerla. Se fue hacia la casa de los siete enanitos y llamó a la puerta. A esa hora, ellos estaban muy lejos, trabajando en las profundidades de la mina.

Blancanieves, que estaba haciendo las camas, oyó que llamaban y abrió una ventana del piso de arriba.

Buenos días —‌dijo—. ¿Qué cosas vendes?

Bellos encajes y cintas preciosas —‌dijo la reina mirando hacia arriba—. ¿Quieres ver mis mercancías, muchacha? ¡Fíjate en esta, qué bonita!

Y le mostró un encaje de hilo de seda. Blancanieves vio que, en efecto, era precioso, y pensó que aquella anciana tenía una expresión honesta. No corría peligro alguno si la dejaba entrar.

Bajó corriendo, descorrió los cerrojos y se quedó embelesada mirando un corpiño de encaje.

¿Quieres probártelo? —‌dijo la mujer que tenía aspecto de buhonera—. Vaya por Dios, criatura. La verdad es que necesitas que alguien cuide un poco de ti. Ven, pequeña, te apretaré el corpiño con esta cinta tan bonita.

Sin albergar la más mínima sospecha, Blancanieves permitió que la anciana fuese pasando toda la cinta por cada uno de los ojales del corpiño. Después la anciana comenzó a apretar, cada vez más fuerte, y al final el corpiño le ceñía tantísimo el pecho que no lograba ni respirar. Los ojos de Blancanieves parpadearon muy deprisa, sus labios se estremecieron, y de repente cayó sin sentido al suelo.

No eres tan bella ahora que estás muerta —‌murmuró la vieja, que se alejó rápidamente de allí.

Al poco rato llegaron de regreso a casa los enanitos, porque estaba anocheciendo. Viendo que Blancanieves no respiraba se aterrorizaron. La cogieron, comprendieron muy pronto qué era lo que le pasaba, y cortaron prestamente la cinta de forma que pudiese volver a respirar. Poquito a poco ella fue recobrando el sentido y les pudo contar lo que había ocurrido.

Seguro que sabes quién era esa buhonera, ¿no es cierto?

¡Era la reina malvada!

Solo podía ser ella.

¡No la dejes entrar nunca más, pase lo que pase!

¡Ve con cuidado, Blancanieves! ¡Ve con muchísimo cuidado!

Recuerda, debes estar siempre en guardia.

¡No dejes entrar a nadie, absolutamente a nadie!

Entretanto, la reina corría de regreso a palacio. En cuanto estuvo encerrada en sus habitaciones, se miró al espejo y le preguntó:

Dime espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella de todo el reino?

Y el espejo respondió:

Majestad, sois muy bella,

pero los enanitos cortaron la cinta,

y devolvieron a Blancanieves la vida,

y la más bella del mundo sigue siendo ella.

Al oírlo, la reina sintió que una terrible presión le atenazaba el corazón, y la sangre estaba tan apretada en sus venas que pensó que hasta sus ojos estaban a punto de reventar.

¿Está aún viva? ¡Vive todavía! ¡Veremos lo que pasa ahora! —‌dijo—. Juro que no permanecerá viva mucho tiempo.

La reina conocía las artes de la brujería. Machacó en el mortero unas hojas de hierbas extrañas, pronunció mientras tanto un sortilegio, y luego sumergió un peine en el jugo que extrajo de aquellas hierbas. Había creado un veneno mortal. Con la ayuda de otro poco de magia, cambió su aspecto por completo de manera que no se parecía en nada a la anciana de la otra vez, y emprendió el camino hacia la casa de los enanitos.

Llamó a la puerta y dijo en voz alta:

¡Vendo toda clase de fruslerías! ¡Traigo peines y alfileres y espejos! ¡Adornos para las chicas más guapas!

Blancanieves se asomó a una ventana del piso de arriba y dijo:

No puedo franquearte el paso. No me lo permiten. Será mejor que te vayas.

Me parece muy bien, pequeña. No voy a cruzar siquiera el umbral —‌dijo la anciana—. Pero estoy segura de que a nadie le va a importar que eches una ojeada a lo que traigo. ¡Mira, a que este peine es precioso!

Y, en efecto, era un peine precioso. Y Blancanieves pensó que por echar un vistazo a las mercancías de la anciana no podía pasarle nada. Bajó corriendo y abrió la puerta.

¡Qué bonito es tu pelo! —‌dijo la anciana—. ¡Negro, sedoso y abundante! Pero lo tienes muy enredado. ¡Qué barbaridad! ¿Cuánto tiempo hace que te peinaste por última vez, pequeña? ¿Qué ocurre, nadie te cuida en esta casa?

Y, mientras hablaba, deslizaba sus dedos entre los cabellos de Blancanieves.

Anda, déjame que te desenrede un par de nudos que tienes aquí. Será fácil con este peine tan bonito. Así... Te gusta, ¿verdad? A ver, acércate un poco más.

Blancanieves obedeció, agachó la cabeza y la mujer metió el peine bien hondo en la melena de Blancanieves, y lo hizo con tanta malicia que la pobre muchacha cayó muerta sin soltar ni un grito.

Bien, señorita. ¡Ya estás lista! ¡Veremos lo bonita que estás cuando empieces a descomponerte! —‌dijo la reina, y salió corriendo antes de que regresaran los enanitos.

Por suerte, ya era casi de noche, y no mucho después de que la reina se fuera dejando a la pobre Blancanieves tendida en el suelo llegaron a casa los enanitos y la descubrieron junto a la puerta.

¡Blancanieves! ¿Qué ha ocurrido?

¿Has visto si aún respira?

Otra vez esa reina malvada...

¿Qué es lo que lleva clavado en el cabello?

¡Arráncaselo, corriendo!

¡Y ve con cautela, podría estar envenenado!

¡Cuidado, cuidado...!

Envolvieron el peine en un pañuelo y lo extrajeron con la mayor delicadeza, y casi en el mismo momento en que lo sacaron Blancanieves abrió los ojos y soltó un gemido.

¡Pero qué tonta he sido, enanitos! Esta vez su aspecto era muy distinto del de la otra, y no se me ocurrió pensar que...

Le respondieron que no tenía de qué preocuparse, con tal de que no perdiese la cabeza e hiciera exactamente lo que ellos le indicaban. Es decir, que nunca abriese la puerta absolutamente a nadie.

La reina volvió a toda prisa a palacio, se quitó el disfraz, se plantó delante del espejo mágico, y dijo:

Dime espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella de todo el reino?

Y el espejo respondió:

Majestad, sois muy bella,

pero uno de los enanitos el peine le quitó

y Blancanieves a la vida regresó.

Ahora la más bella del mundo sigue siendo ella.

La reina, al oírlo, se tambaleó y fue a dar contra la pared. La sangre manaba de su rostro, que quedó muy pálido, casi blanco, con manchas verdes y amarillentas. Se puso de nuevo en pie y le saltaban chispas de los ojos.

¡Blancanieves va a morir! —‌chilló.

Se dirigió a la más secreta de sus estancias y cerró con llave la puerta a su espalda. Nadie podía entrar allí, ni siquiera sus criados. Una vez dentro, cogió un libro de hechizos y sortilegios, y utilizando el contenido de unos cuantos frascos oscuros, se dispuso a preparar una manzana envenenada. La manzana era blanca de un lado y rosa del otro; tan vistosa que al verla cualquier persona hubiese querido pegarle un buen mordisco. Pero quien cayera en la tentación, aunque apenas diese un mordisquito superficial, moriría al instante.

La reina se disfrazó por tercera vez, se metió la manzana en el bolsillo y partió rumbo a la casa de los enanitos.

Llamó a la puerta y Blancanieves asomó la cabeza por la ventana.

No puedo dejar entrar a nadie —‌dijo—. No me está permitido.

No importa, pequeña —‌dijo la reina, que en esta ocasión parecía una anciana campesina—. Solo pensaba que tal vez querrías una manzana. Este año he tenido una cosecha tan buena que no sé qué hacer con ellas.

No, gracias. No puedo coger nada de nadie —‌dijo Blancanieves.

Pues es una lástima —‌dijo la anciana—. Porque están buenísimas. Mira, yo morderé antes un trozo, para que estés tranquila.

Había utilizado tanta astucia al envenenar la manzana, que solo la parte más sonrosada tenía veneno. Y la reina, por supuesto, mordió del lado blanco, y luego le tendió la manzana a Blancanieves.

El aspecto de la fruta era tan delicioso que la pobre muchacha no pudo resistir la tentación. Estiró el brazo, cogió la manzana, y le dio un gran mordisco a la parte sonrosada, y apenas había empezado a masticar cuando de repente cayó al suelo. Estaba muerta.

La malvada reina se inclinó hacia dentro por la ventana abierta, la vio tendida en el suelo, y soltó una gran carcajada.

¡Blanca como la nieve, roja como la sangre y negra como la caoba! ¡Y ahora, muerta del todo! Esos micos diminutos no serán ahora capaces de devolverte a la vida.

Cuando volvió a sus habitaciones, fue a buscar su espejo y preguntó:

Dime espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella de todo el reino?

Y el espejo respondió:

Majestad, tú eres la más bella.

La reina soltó un profundo suspiro de satisfacción. Si cabe la posibilidad de que un corazón envidioso sepa lo que es el descanso, ese era el suyo.

Esa noche, cuando llegaron a casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, muy quieta. No respiraba, tenía los ojos cerrados, no se movía en absoluto. Estaba muerta. Miraron a su alrededor, tratando de adivinar quién había podido matarla, pero no encontraron nada; aflojaron los lazos del corpiño, por si no podía respirar, y de nada sirvió; buscaron entre sus cabellos, por si se escondía allí un peine envenenado, y nada encontraron; la acercaron al fuego para que entrase en calor, depositaron una gotita de brandy en sus labios, la tendieron en una cama, la sentaron en una silla, y nada de lo que hicieron sirvió de nada.

Entonces comprendieron tardíamente que de hecho ya estaba muerta, la pusieron en un ataúd y se sentaron a su lado, y durante tres días no pararon de llorar. Tenían intención de enterrarla, pero su aspecto seguía siendo tan fresco y tan bello como si solo estuviese durmiendo, de modo que no consiguieron reunir fuerzas para ponerla debajo de un montículo de tierra.

Mandaron hacer un féretro de cristal, la metieron dentro de él, e inscribieron con letras de oro las palabras «PRINCESA BLANCANIEVES». Y se lo llevaron a lo alto de una montaña. Desde ese día, siempre hubo a su lado, montando guardia, uno de los enanitos. Se turnaron, y los pájaros fueron también a llorar de pena a su lado. Primero una lechuza, luego un cuervo, y al final una paloma.

Y así siguieron las cosas durante mucho, muchísimo tiempo. El cuerpo de Blancanieves se mantuvo incorrupto, y siguió siendo blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como la caoba.

Un día, pasaba por el bosque un príncipe cazador, llegó a la casa de los enanitos y pidió que le permitieran cobijarse allí durante la noche. A la mañana siguiente, el sol centelleó en el pico de la montaña, el príncipe lo vio, y subió a ver qué provocaba ese brillo inesperado, y encontró el ataúd de cristal, leyó la inscripción de las letras doradas, y vio el cuerpo de Blancanieves.

Y dirigiéndose a los enanitos, dijo:

Dejadme que me lleve conmigo este ataúd. Os pagaré todo lo que me pidáis.

No queremos dinero —‌dijeron ellos—. No lo venderíamos ni por todo el oro del mundo.

Entonces, por favor, dejad que me lo lleve —‌suplicó el príncipe—. Me he enamorado de la Princesa Blancanieves, y si no puedo verla cada día, no podré vivir. La trataré con todos los honores y todo el respeto debidos, tal como ella me los inspira y como merecería una princesa viva.

Los enanitos se reunieron a parlamentar en voz baja a cierta distancia. Luego regresaron y dijeron que se habían apiadado de él, que estaban convencidos de que él sabría tratar a Blancanieves de la manera más adecuada, y que por lo tanto le daban permiso para llevársela consigo a su reino.

El príncipe les dio las gracias, dio instrucciones a sus criados de que cogieran el ataúd con muchísimo cuidado y que lo llevaran con él. Pero cuando descendían por la ladera del monte, uno de los criados tropezó, cayó, y el ataúd experimentó una sacudida muy fuerte. Debido a eso, se soltó el pedazo de manzana que se había quedado enganchado en mitad de la garganta de Blancanieves, que no había llegado a tragárselo.

Y lentamente se fue despertando, abrió la tapa del ataúd, y se sentó allí mismo, porque estaba completamente viva de nuevo.

¡Santo Cielo! ¿Dónde estoy? —‌dijo.

¡Estás conmigo! —‌dijo rebosante de alegría el príncipe.

Él le contó todo lo que había ocurrido, y añadió finalmente:

Te amo más que a nada en este mundo. Ven conmigo al castillo de mi padre y acepta ser mi esposa.

Blancanieves se enamoró de él al instante y enseguida se organizó la boda con toda pompa y magnificencia.

Entre los invitados se encontraba la malvada madrastra de Blancanieves que, después de ponerse su vestido más bonito, se acercó al espejo mágico y preguntó:

Dime espejo, mágico espejo,

¿cuál es la más bella del reino?

Y el espejo respondió:

Majestad, sigues siendo bella,

pero no hay nadie que compararse pueda a la joven reina.

La reina, horrorizada, soltó un respingo. Sintió tantísimo miedo, tantísimo pavor, que por un momento no supo qué hacer. No quería ir a la boda, y tampoco quería quedarse sin ir, pero al propio tiempo quería estar allí para poder ver a la joven reina, de manera que finalmente decidió acudir a la ceremonia. Y cuando vio a Blancanieves la reconoció al instante, y al verla quedó horrorizada. Y mientras la contemplaba permaneció temblando de pies a cabeza.

Pero hacía un buen rato que habían puesto en mitad de la lumbre un par de zapatos de hierro. Cuando ya estaban al rojo vivo, los sacaron de entre las llamas con unas pinzas largas y los depositaron en el suelo. Y forzaron a la reina malvada a meter los pies dentro de aquellos zapatos y bailar con ellos sin parar, hasta que cayó muerta.