viernes, 21 de junio de 2013

A. Weigle. Encuentro





ENCUENTRO


Alberto Weigle


Las sesiones con niños, sobre todo con los más pequeños, son especialmente aptas para agudizar cierto tipo de inquietudes porque su "setting" es mucho más escueto que con adultos; allí no vale la invocación a las reglas' "fundamentales" de la asociación libre y la atención  flotante aunque esos fenómenos estén presentes; no valen los dispuestos lugares "diván y sillón"; no contamos con ninguna referencia sobre cómo van las cosas de fuera; no hay anécdotas, ni relatos de la historia personal o familiar y mucho menos evaluaciones, balances u otros juicios de valor que gustan de hacer los adultos. Contamos apenas con un contexto de datos provenientes de los familiares que siempre nos parecen insuficientes y, más que nada, contamos con el ENCUENTRO con el niño, fenómeno que aparece destacado justamente por la carencia del contexto que se da en el adulto.
Hago estas salvedades para condicionar al lector del material que sigue[1] en el sentido de que privilegie no tanto la trama de la escena, su guión o su anécdota sino la articulación particular de los actores en su intercomunicación de múltiple engarce.
Estamos trabajando con Pablo (de 4 años) desde hace seis meses con una frecuencia actual de tres veces semanales. Es el menor de tres hijos 2 varones [el mayor de 15 años y el mediano de 13).
 Si bien el motivo de consulta es un desafortunado accidente ocurrido en la familia, me entero más adelante, que ya antes se había pensado en consultar por otras dificultades del niño.
Haré un breve relato de la primera entrevista para señalar algo del contexto en el que se ha estado desarrollando la vida de Pablo y, por lo tanto, del contexto en que se inscribe la sesión que detallaré luego.
Concurren el padre y una tía materna soltera que vive con la familia desde su llegada del interior. Yo ya había sido prevenida telefónicamente por la tía que la consulta se debía a la muerte de la madre de Pablo por lo cual, retomando lo dicho en la llamada, me relata que ella y los padres de Pablo habían decidido hacer una visita familiar para lo cual viajaron al interior por el día. Al regreso, ocurre el accidente en el cual fallece de inmediato Ia madre de Pablo. Los niños habían quedado con la empleada y se enteran de lo ocurrido al día siguiente.
Esta tía tiene un rol importante en la vida de la familia, pero fundamentalmente en la de Pablo. Llega a estudiar a Montevideo a los pocos alias de nacido éste y se encarga de criarlo ya que, por un problema en el parto, la madre no puede hacerlo por un tiempo prolongado. El relato, cargado de angustia por momentos, deja traslucir sentimientos de ambivalencia hacia Pablo. Dice la tía que se ha constituido en un niño molesto para la familia: "llora, está agresivo, no lo tolera nadie" y “yo soy la única que lo aguanto un poco más... a veces no quiere que me separe de él, sobre todo de noche… me siento atada
Las intervenciones del padre se limitan a apoyar el relato de la tía. De vez en cuando uno me hace preguntas concretas acerca de cómo debería proceder frente a determinadas conductas del hijo o cómo responder a alguna de las preguntas que hace. Me aclara que no sabe el modo de tratarlo ya que él, por motivos de trabajo, no está mucho en casa.
Y ahora, la sesión que corresponde al segundo mes de análisis:
Entra y me dice: Yo no soy Pablo. Me muestra Ia tortuga que había traído -es una tortuga “ninja”- y dice: Es un juego, yo soy el padre y él es mi hijo o hija. Luego toma; la plasticina, le da piñas como con bronca y después clava a la tortuga de cabeza en la plasticina ¿Ta’ que era una pizza? no, mejor una torta... jayudamel me grita.
A.: Te ayudo.
Pablo: Era una cuna. Vamos a poner al bebé. Ta que vos habías tenido un bebé.
Me muestra la tortuga. Se pone a preparar "café" con bombas (tizas). Está un buen rato dando vueltas con el tema del café cuando, al agacharse para buscar algo, encuentra en el piso una leoncita y me dice:
Mirá quién estaba acá... la leoncita...
 La levanta con cuidado en la palma de su mano y la coloca al lado del bebé—tortuga. Esta leoncita representa desde hace varias sesiones una mamá buena a la que tenemos que cuidar y a la que tratamos con ternura. Nunca participa activamente en Ios juegos sino que se queda en un costado "mirando " lo que hacemos.
Pablo: Tengo que llevar al bebé al castillo para que Io curen.
A.: ¿Qué tiene?                   
Pablo: Algo en la espalda... bombas, Me grita: ¡Vení a tomar un café! Él se toma el suyo y escupe sobre la mesa, que está llena de juguetes haciendo un ruido similar a una  arcada. Ta que acá era el arsenal de las bombas y hay que mojarlas para que no exploten. Tira agua y al caer ésta al piso dice: La mesa hace pichi, hay que darle una patada o una piña para que no haga más.
A.: ¡Ay, ay! Alguien está vomitando y tirando pichí y caca sobre la mesa.
Pablo: ;;Mirá el avión!! mientras lo hunde en el agua, ;Que se jodan! ...¿qué escribiste?
A.: Que estábamos jugando a tomar café
Pablo: ¡Ah, bueno! Ahora escribí a Pablo le gusta la cocoa con café. Mientras, sigue imitando los vómitos y a la vez dice: Tengo hambre.
A.: ¿Puedo escribir que Pablo tiene hambre en la barriga y vomita?
Pablo: (Saca la pata que sostiene a la mesa plegable y todos los juguetes se desparraman. Grita) ¡Doble! Luego les tira agua por encima... De pronto me grita. jDejamos sola a la tortuga! ¡pah! ¡qué nos va a decir ahora!...¡Andá vos que ya la curaron!
A.: (Hago de tortuga-hijo y digo) ¡ldiota, estúpida, me dejaste solo!
Pablo: Dejá que yo la arreglo ¿cómo va a decir eso? Le pega, la pisa, la patea. A ver, ¿y ahora qué te dice? Y como la tortuga-hijo sigue enojada conmigo, me dice que hay que ahogarla, que hay que matar al hijo.
A.: (Hablo como tortuga mientras él Ia va tapando con plasticina) ¡Ay, mamá! ¡Me están matando! Si no me defendés te voy a matar a vos.
Pablo: A las madres se las mata sólo si hay rabia
A. : (Como tortuga) Sí, sí. Le tengo mucha rabia porque me dejó solo.
Pablo:·Llevala a la base. A la puta... ;puta!
A.:·¿Yo?
Pablo: Vos no, tarada, ¿Por qué no me dijiste que los plumonitos se mojaron?"...¿Vamos a escribir las paredes? Se para en la silla. Estoy cansado... Bajame... Se tira para que Io reciba en brazos y luego lo bajo al piso.
Pablo: ¿Y mi linterna? Rebusca en la caja y encuentra dos cartones con dibujos de una colección de luchadores. Se sienta a mi lado, recostando su cabeza en mi brazo, y me pide que le lea los nombres de cada personaje para así él indicarme cuál es el más fuerte: los más fuertes son los que tienen dos armas.
PabIo.· Vamos a buscar papel higiénico asl nos hacemos pulseras de defensa ninja. De pronto tira la caja. ¡Oh, mirá! Nuestro hijo. Señala el piso.
A.: ¿Se hizo algo?
Pablo: No, pero tiene estas defensas. Se refiere a las pulseras de papel que nos hicimos.
A. :¿Y cómo se defiende?
Pablo: Con nosotros. Nosotros somos las defensas.
A.: Así que si nosotros no estamos… me interrumpe.
Pablo: Voy a buscar más papel para hacerte otra pulsera. Viene y me la hace. Le digo que es la hora. Me dice que me deje las pulseras pero como debo acompañarlo hasta donde lo espera el padre le digo que mejor no.
Pablo: ¿Por qué no?
A.:Y... de repente se me pueden romper. Si me baño se me rompen así que mejor me las saco y las guardamos para seguir jugando en la próxima. En realidad me resultaba violenta la idea de aparecer frente al padre con papel higiénico en las muñecas…
Pablo: Yo también me las saco porque yo también me voy a bañar. Cuando va a salir se da vuelta y me dice: Gracias por jugar
A. : A mí me gusta
Pablo: ¿Vos sos una mamá? ¿En qué idioma estudiaste?
A.: En uruguayo... Antes de abrir la puerta vuelve a repetirme: “gracias por jugar"

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Esta sesión, como toda escena de intensa, continuada comunicación humana, mantiene una unidad a respetar y sobre la cual meditar.
En este caso particular impacta el elevado tono emocional del encuentro y, aún sin haber estado allí, podríamos señalar momentos de alegría, protesta, reclamo, placer, rabia, angustia, ternura, tristeza, desconcierto, etc. Y no estoy hablando en especial del niño, ni de la analista, o mejor, sí de ellos, pero de una forma en que el "ellos" se diluye en una unidad interactuante en donde todas las emociones circulan de continuo.[2]
Usando cierta analogía musical, puedo decir que las emociones son como variadas melodías que se desgranan (superponiéndose o no) a lo largo de la sesión, pero me interesa destacar, en especial, el desarrollo en la sesión de una notable ARMONÍA (en música, la coordinación de los instrumentos orquestales y, acá, la de los personajes que son muchos más que las dos personas participantes).
La existencia de dicha armonía, aunque me parece evidente (no hay más que oír) quiero demostrarla por la contraria a través de un momento en que se quiebra allá en el último tercio de la sesión, cuando se da este diminuto diálogo:

Pablo: ¡puta!
A.: ¿yo?
Pablo: Vos no, tarada.
Frente a la calificación de Pablo, vemos al analista dudosa (¿yo?) de si es identificada como ella misma o como alguno de los personajes que venia representando, que eran, alternadamente, la "madre", esposa del “padre" (que era Pablo cuando empezó la sesión y él mismo determina su rol: "yo no soy Pablo") y la tortuga-hijo (donde interesa el lugar hijo y no la identificación de género por lo que él aclara: "hija o hijo"). La analista parece así salirse de sus roles anteriores: ¿pensó acaso traer a la concretud de ella misma el calificativo de puta que, unido a su ser analista le permitiría trabajar la línea analista-madre-ausente-puta? ¿Fue un desliz, en medio del caleidoscopio de lugares y personajes de la escena, por donde se coló la contratransferencia evocando los aspectos denigratorios o divertidos del ser puta? 
 No lo sabemos y no nos interesa. Nos interesa, igual que a Pablo, que se perdió lo alcanzado hasta allí. Hubo un cambio de instrumento o una disonancia y Pablo lo señala de inmediato (“Vos no, tarada") molesto por la interrupción.
Al continuar la lectura de la sesión vemos que la armonía de juego inicial, la pareja de padres que ellos representaban, recién se recupera cuando Pablo “encuentra” al “hijo" común en un "lugar" imaginario del piso. ¿Qué paso entre medio? Si repasamos ese fragmento, vemos que hubo un cambio de partitura a través del que se instala otra armonía: si la analista es ella ("yo") y no sus personajes, Pablo también pasa a ser él y no sus personajes ("estoy cansado...") y necesita protección, proximidad, contacto.
En nuestra perentoria necesidad humana de identificarlo todo, podríamos tratar de determinar si es la analista o Pablo quien hace el cambio de partitura. Lo importante no  radica en definir quién es quién sino más bien delinear el campo común en que ambos trabajan, en que ambos fusionan sus intereses sin fusionarse, porque lo que importa es la música indivisible, armónica, más allá de los músicos que la ejecutan Es ese campo de articulación, esa ARMONÍA, lo que causa la mayor impresión en este material más allá de los contenidos de otras estructuras de fondo que también podrían ser puestas en evidencia.[3]  Y si bien en este encuentro prima el factor armonía, lo cual nos facilita el ponerlo en evidencia (en la rotación de personajes, en la versatilidad y el reacomodo permanente de los actores, en la recuperación de los quiebres, en la búsqueda por ambos de los sentidos interpretativos), no pretendemos que ésta sea un "modelo" especialmente destacable de sesión "exitosa". Pero sí muestra procesos que, en la mayoría de las sesiones, están ocultos no obteniéndose visiblemente estos resultados. Buscar la comunicación (en su función constitutiva y a la vez constituyente de la naturaleza propia de lo humano) pasa a ser entonces una especie de objetivo, explícito o implícito, que integra de una manera sustancial esa acción compleja que Freud, metonímicamente[4], bautizó como "psicoanalizar". Quizás necesitáramos, como complemento de éste, otro material donde por el contrario, se destacara la aridez de un encuentro dificultoso, fallido (o "disarmónico") para mostrar allí dicho trabajo de búsqueda, por analista y analizando, de una cierta comunicación, incluso a través de sus rupturas.[5]
Surge aquí la pregunta ¿hasta dónde debemos atribuir a este fenómeno del encuentro, a esta posibilidad de comunicarse, empatizar, "apegarse" (y sus contrarios necesarios) un efecto de "cambio psíquico"?
En este sentido quiero ser enfático: hay diversos caminos por los que se obtienen cambios psíquicos positivos en nuestro trabajo analítico pero todos pasan, quiérase o no, por ese cruce central, esa llave de apertura, que podemos nombrar como "el encuentro que busca una cierta armonía". Y si lo pienso con esa centralidad es porque atribuyo a ese encuentro (tanto en psicoanálisis como en todos los encuentros humanos) un carácter fundador. En este sentido, asignamos a dicho encuentro los siguientes rasgos:
  • El intercambio emocional del fenómeno del apego ("attachment")[6] y el correlativo cuidado del bebé.[7]                                                                                                                                                        Ejemplo: lanzarse y ser recibido en brazos y luego mirar las figuras, juntos, en contacto.
  • El reconocimiento especular (a través de la mirada del otro) y las improntas identificatorias (a través de los modelos ofrecidos y los roles asignados).                                                                         Ejemplo: Los diversos personajes generados y representados por ambos en los cuales la "realidad" de la vida (la muerte y sus consecuencias) se espeja en la "fantasía" del juego.
  • El despliegue de la aptitud simbólica (semiótica) en sus continuas creaciones metafóricas y metonímicas (desarrolladas en variados códigos: verbal, gestual, mímico, etc.).                             Ejemplo: casi toda la sesión está montada sobre el recurso metáforo - metonímico del “como sí" del jugar.
  • La generación, en la diacronía de los encuentros, de una “historia” que al introducir el tiempo, presentifica de continuo los linajes, los roles, las identidades, las leyes culturales, etc.                Ejemplo: La irrupción de la "leoncita" que, como monumento y testigo "viviente" atraviesa el tiempo de las sesiones generando una historia compartida entre ambos y donde simboliza a la vez a la madre viva y a la madre muerta... la que era, ya no es y aún sigue siendo... la ausencia-presencia...
Vemos en estos rasgos la impronta "constructiva",[8] fundadora, que posee la sesión.
El germen de cambio ya esta allí, en esa propia sesión, aunque todavía no podamos comprobarlo en el diario vivir de Pablo (y de la analista). Al terminarla, Pablo ya no es el mismo que al comenzarla (y la analista tampoco). El diálogo de despedida señala un terreno conquistado en el ámbito del vínculo que, aunque se volviera a perder por algún motivo inesperado, demuestra igualmente que esa posibilidad de conquista existe:
Pablo:…Gracias por jugar
A.: A mí me gusta.
Pablo: ¿Vos sos una mamá? ¿En qué idioma estudiaste?
A: En uruguayo.
Pablo: Gracias por jugar.
Y este pequeño diálogo, como tantos similares que todos podríamos invocar, es un cabal tratado de comunicación humana, fundadora de un nuevo Pablo y una nueva analista.
Dicho de otra manera el encuentro mismo es generador, en cierto modo, de aquéllos que en él participan. O sea, de sus cambios, que es lo mismo que decir de ellos mismos, pues lo que llamamos nuestra identidad, nuestra siempre precaria identidad, está continuadamente sostenida en el cambio y el intercambio permanentes.
Se me objetará con razón que estoy tratando de dar forma a fenómenos que están en la base de toda comunicación humana y de su corolario, el surgimiento de la persona,[9] y que dichos procesos pueden ser identificados total o parcialmente en cualquier acto de comunicación entre personas. ¿Cómo distinguir, entonces, lo peculiar del encuentro en psicoanálisis, aquello que de alguna manera define nuestra función y nuestro oficio?
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La pregunta antedicha me sugiere, entre otros, el tema de la interpretación que lo planteo así: ¿cuál es, dónde está, o en qué consiste, en nuestro ejemplo, la interpretación?
Para la discusión de este planteo necesito partir de una cierta definición clásica de interpretación (que coloco en nota al pie para que sea leída u omitida, según se prefiera).[10]
Obviando las discrepancias de detalle que se tengan con dicha definición, podemos acordar que ella perfila dos campos: el del paciente y el del analista; uno aporta su material y el otro su interpretación del mismo. Todo es claro y ordenado: cada cual en su puesto y a su función, la asimetría del encuadre está trazada,
Pero ¿son las cosas tan así en la experiencia vivida del encuentro psicoanalítico?
El material presentado muestra a las claras que es imposible discriminar allí entre analizando y material, por un lado, y analista y su interpretación por el otro.
A la objeción que, por tratarse de un niño pequeño, la situación es bastante diferente, la aceptaré muy parcialmente.
Es cierto que, con adultos, no hay material de juego ni se “juega" (al modo del niño) aunque, a veces se cuentan sueños… Y si alguna otra diferencia hay, diría que corre más bien en el sentido que el código de comunicación adulto, predominantemente verbal, hace que otros códigos queden pospuestos, larvados, apenas insinuados mientras que en el niño aparecen en todo su esplendor. El terapeuta deberá adaptarse al del niño que enfatiza justamente otros códigos: el gesto, la mímica, la mirada, la acción, el tono de voz o la palabra más en función fática[11] que informativa, la representación de personajes, etc.
Todos estos códigos mantienen una distinción esencial con el código verbal que es su incapacidad de metalenguaje: ninguno de ellos podría generar un texto sobre sí mismo (como código) y tampoco sobre el código verbal; éste en cambio, puede hablar sobre sí y sobre los otros códigos.
Otra distinción entre estos códigos y el verbal es lo que podríamos llamar su "bajo nivel de reconocimiento y control por el sujeto" lo cual es una forma redefinir por la negativa aquello que, por la positiva, llamaríamos espontaneidad. Es decir, que estos códigos no verbales, asientan su valor y su credibilidad para el interlocutor justamente en lo que sería una falla, una imperfección para la inteligibilidad depurada del discurso.[12]
¿Queremos decir con esto que nos aliamos a un espontaneísmo a ultranza donde conceptos como empatía, intuición emotiva, expresividad, actuación (actoral), ocurrencias (verbales o gestuales), humorismo, etc., pasan a constituir el meollo de nuestra actividad? Nada de eso. Es simplemente destacar que todos estos elementos están inevitablemente presentes en toda sesión de análisis y cada cual optará sobre qué uso hará de ellos en su comunicación. También tendremos que aprender a reconocerlos por la razón pero no para "racionalizar su uso" pues esto afectaría su propia esencia espontánea, sino para pensar sobre los fundamentos de nuestra eficacia técnica.
Tratar de suprimirlos sistemática y concientemente, como variables molestas para la interpretación, puede conducir a una distorsión importante en la comunicación, transformándose, ahora sí, en un "acting out" por omisión, del cual deberíamos buscar las motivaciones inconcientes (temor a la invasión, o a la pérdida de control, o a la pérdida de lugar, etc.). Pero todo esto no nos habla de diferencias esenciales entre niños y adultos. Se refiere apenas a diferencias de "estilos" que, por supuesto, exigen una adaptación del "oficio".
Este preámbulo me ha sido necesario para reformular el tema de la interpretación de la siguiente manera: ¿dónde está la eficacia de la tarea de nuestra analista interactuando con el niño?, ¿cómo hace para lograr que el niño se arroje a sus brazos, le recueste su cabeza y termine diciendo y repitiendo gracias por jugar? Y, dicho de otro modo; ¿cómo determinar, a ciencia cierta, dentro de la sesión que han leído, aquel recortado segmento que se adapte a la expresada definición de interpretación? ¿Acaso cuando la analista, hablando como tortuga, dice: ¡Ay ay, mamá! ¡Me están matando! Si no me defendés te voy a matar a vos? ¿0 cuando Pablo le responde: A las madres se les mata sólo si hay rabia? ¿0 ambas? Y, entonces, ¿quién "interpreta"?
En primer lugar, quiero hacer algunas precisiones terminológicas. Cuando hablamos de interpretación en realidad nos referimos a dos cosas: la "función" de interpretar y el "efecto" de la interpretación. Dicho de otro modo; la formulación explícita que llamamos "interpretación" está articulada entre esos dos extremos: algo que "dice" el analista en cumplimiento de su "función" de interpretar (o, quizás mejor, de analizar), se supone que ejerce un “efecto" en el analizando. Vemos entonces que giran en torno a este concepto no dos sino cuatro elementos: la función y el efecto, por un lado, y el analista y el analizando por el otro.
Esto nos permite decir que la función de interpretar (de analizar) no es exclusividad del analista ni mucho menos. Es de ambos. También es una función que se supone que el analista conoce -ese es su oficio- y que de algún modo, de muchos modos, transmite a su paciente (que algo de eso quiere aprender, sin por eso llamar “didáctico" al análisis). La asimetría analista-analizando no radica especialmente en la distinta función: el analizando va a analizar-"se" y el analista a analizar-"le" (sin perjuicio de que también, y de algún modo, funcione a la inversa). La diferencia no está  en el "analizar" sino en el "se" y el "le", que se refieren al exclusivo material a analizar que deberá ser, visiblemente, el del analizando (aunque esté invisible y en otra escena, el del analista). Cualquier otra diferencia (ascendencia, saber, autoridad, experiencia, etc.) pertenece sobre todo al dominio de la vivencia transferencial o contratransferencial.
En cuanto al "efecto" interpretativo nos plantea oscuros y difíciles problemas pues sobre él se apoya, en parte, el cambio en psicoanálisis. En principio, todos sabemos por experiencias de un lado y otro de la situación analítica, que la palabra del analista desborda (al igual que ocurre con la del analizando) su contenido textual. El analista "dice" más de lo que quiso y menos de lo que hubiera querido. El paciente, a su vez, escucha menos y también más de lo que oye. Esta es la paradoja, no ya de la situación analítica, sino de la comunicación humana en general. Esto se ve reduplicado, como en nuestra sesión, por existir muchos más códigos que el verbal.
Definir allí, del rico entretejido de mensajes que van y vienen (incluyendo los que omite inevitablemente el relato verbal), cuáles tuvieron un efecto interpretativo, puede volverse una tarea imposible, máxime si sopesamos, dentro de esa urdimbre comunicativa, el notable monto de mensajes que no pasan exactamente por la conciencia (sin ser por ello inconcientes en sentido sistemático, ni tampoco preconcientes estrictamente pues pueden no llegar a ser nunca concientes).
Un elemento que nos ayuda a detectar, por lo menas en parte, que se ha producido un efecto interpretativo, es ese complejo fenómeno al que llamamos “insight[13].
Antes de buscarlo en nuestro material quiere destacar el aspecto de doble faz del fenómeno del insight. Me refiero a lo siguiente: la revelación que surge del apercibirse de una cierta concatenación de hechos, circunstancias y modos de operar hasta ese momento desconocida (oculta velada, en las sombras)[14] , es un fenómeno que es posible que ocurra en la meditación que, sobre el material de la sesión, logren hacer tanto analista como analizando. Podemos llamar insight a esto, en el sentido general del término. Pero en su sentido más particular, mas psicoanalítico, la noción de insight surge de un encuentro: es lo que al analizando se le "revela" (se le "ilumina") de su material, en conjunción con la comunicación que el analista le hace de lo que se le reveló (iluminó) de dicho material. Este encuentro, esta "visión" compartida, este "reconocimiento" mutuo[15] de una situación, está cargado de consecuencias: no sólo profundizar en el conocimiento del material y, por ende, del analizando (incluida la "conquista del inconciente"), sino también, y como condición sine qua non para el progreso del análisis, para cimentar un vínculo confiable. O sea que, un modo de comunicarse profundo y sostenido a través de una cadena de sucesivos insights (mutuos) no puedo menos que relacionarlo con la red de comunicaciones básicas, fundantes de la persona, así se llamen contacto, mirada, sonrisa, apego o palabra. En nuestro material el fenómeno del encuentro se halla a cada paso, como ya le destacamos, por lo que se hace difícil determinar dónde está expresado el fenómeno del "insight" mutuo. Vemos, por ejemplo, a la analista interesada, no sin fundamento, en traducir del material aquel conjunto de sentimientos y fantasías de Pablo que giran en torno a la pérdida y el abandono producidos por la reciente muerte de la madre. La analista elige, pienso que muy acertadamente, hablar desde el lugar de los personajes (la "tortuga-hijo", "alguien"), con lo que logra que él acepte la violencia de sus propias fantasías (bombardear, orinar, vomitar, matar) pero colocadas allí, en alguien que no es él y lo es a un tiempo (en esa identificación en el "nosotros", que nos permite aceptar nuestras fantasías prohibidas en tanto universales, en tanto compartidas). Logra, además, con esta formulación, permanecer en el ámbito del jugar, en el como sí del fenómeno transicional (Winnicott), en ese espacio al que la invita a entrar Pablo porque allí se dirime lo más esencial del encuentro, allí se va forjando su "vida", su estatuto de "persona", su inserción en el mundo compartido que incluye el debate y el desenlace de los conflictos. (Y esto vale para Pablo y además para la analista que también allí se realiza como tal).
Para nuestro caso, quizás nos debamos quedar con este ejemplo de "insight" mutuo y sostenido en el juego, pues no podemos pretender que el efecto de "revelación" sea consignado por Pablo en un código verbal como lo hace el adulto, porque su código preferente es el jugar. Sin embargo algo nos dice cuando señala:  ”A las madres se las mata cuando hay rabia ", pues allí da cuenta de dos cosas a un tiempo:
  • el efecto que le produce la intervención de la analista (desde el lugar de tortuga-hijo)
  • la aptitud suya para desempeñar la función de interpretar (analizar).
***
En otra visión de la escena, Pablo se instala claramente en el vértice del triangulo edípico, ocupando sin tapujos el lugar del padre. Desde allí maneja en activo lo que sufre en pasivo y parece tener pocas consideraciones con el hijo (tortuga) que es alternadamente maltratado o cuidado y también exigido desde el lugar de un superyó cruel que él se arroga:
Pablo (hablando de la. tortuga-hijo); Dejá que yo la arreglo ¿cómo va a decir eso? Le pega, la pisa, la patea; A ver, ¿y ahora qué te dice?
Este abordaje podría dar para muchos comentarios pues abre una o varias líneas interpretativas, pero no es mi intención exponerlas sino plantear la siguiente interrogante: ¿con qué criterio, de los inagotables subrayados posibles que ofrece un material que, como el de los sueños, es insondable, elegiría yo el mío como analista de Pablo?
Esta cuestión siempre me ha preocupado y sólo he encontrado una respuesta provisoria teniendo en cuenta que al ser imposible usarlos todos y tener que elegir sólo uno, me restrinjo entonces a lo único posible: aquel subrayado que me atrevo a calificar como “fenómeno de interferencia”[16] producido sobre el campo del encuentro con mi paciente. Desde ese lugar puedo intentar hablar de lo ocurrido, decir algo de lo que le ocurre al paciente y que incluye lo que me ocurre a mí al escucharlo.
De esa "interferencia” (ese "llevar entre"), surgirán bandas de luz y oscuridad (como en la pantalla del físico), nuevos fenómenos que, por supuesto, no pueden ser calificados ni de verdaderos ni de falsos pues nuestra tarea no consiste en descubrir LA VERDAD sino generar nuevos sentidos compartidos.
Pero analista y analizando no trabajan en un campo cerrado, exclusivo, en una especie de "narcisismo gemelar", sino que allí mismo está abierto el lugar para un tercero, la introducción de un otro, la expansión hacia un otro que es hacia todos los otros. Creo estar refiriéndome con esto a. la transferencia (en su sentido estricto de "transferir"), transferencia venida del pasado que se expande en el presente y se proyecta en el futuro, transferencia de vínculos que también es transferencia de sentidos. Y además, pienso no sólo en la transferencia del analizando sino también en la del analista, en lo que podríamos llamar el campo común de la “intertransferencia", esa transferencia mutua, ese interjuego transferencial que es más que la suma de transferencia y contratransferencia.[17]
Me animo a representar estas ideas en la figura adjunta, con algunas aclaraciones:
a) las parábolas señalan, por su condición de abiertas, el carácter "insondable" de todo campo psicológico;[18]
b) el circulo I de superposición de las parábolas señala el campo común de encuentro donde surge el "fenómeno de interferencia.", generador de nuevos sentidos;
c) el campo del tercero señala la conexión del vínculo analizando-analizante con un otro (aquel "transferido", en la recién mencionada "intertransferencia"), es decir la inevitable condición triádica de toda estructura en acción. Ese otro será, tomando nuestro ejemplo, todos los otros relacionados con Pablo (incluyendo la. "presencia" de su madre muerta), la propia analista (y sus "otros") al escribir o repensar la sesión, los lectores o comentadores (como yo acá) de ese material y, lo que nos atañe en especial, la "supervisión" (visión sobre otra visión) que ejerce la "TEORIA" (precisa o imprecisa), voz de un tercero que se hace presente allí a través del "supervisor", el analista o el propio analizando.[19]


Creo que estas ideas podrían articularse de algún modo, de varios modos, con el planteo dialógico de Bajtin y con la noción de semiosis continua de Peirce, pero esto desbordaría el alcance de esta nota.

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En otro abordaje del material (que no será la búsqueda de otros sentidos -riquísima veta que nos atrapa pero que aquí dejaremos a un lado- sino la perfilación de la matriz por la que circulan dichos sentidos) nos detendremos ahora a pensar en el caleidoscopio de personajes de la sesión. Trataremos, pues, de captar algo del por qué Pablo elige este juego dramático como modo de expresarse tan habitual y a la vez tan particular (distinto de un expresarse "directo" y "objetivo" que no es un principio sino un fin de camino). Nadie podrá decir que se lo enseñaron pero tampoco nadie podrá negar que lo aprendió.
El aprendizaje de este jugar con personajes en acción va de la mano con el aprendizaje del habla, donde se fija la distribución pronominal (yo-tu-él y sus plurales) que a su vez va de la mano nada menos que con la adquisición de su identidad de persona con género ("yo, varón") y la inserción en una red de vínculos (que se espeja. en la red pronominal y viceversa).
Esta red de vínculos nos conduce inevitablemente, como lo descubrió Freud, a la estructura edípica, central en su presencia o en su ausencia, pues define, no sólo conflictos sino lugares, roles, jerarquías y, sobre todo, lazos de parentesco (y sus consecuentes identidades: el yo-tú-él enlazado al padre-madre-hijo) sostenidos por la ley que los funda (prohibición del incesto).
Como dijimos, no vamos a explayarnos aquí en la particular circunstancia de Pablo inmerso en su Edipo, sino a meditar el por qué Pablo (todos los Pablos) "habla" en ese "idioma" dramático. Y, simplemente, sólo se me ocurre una respuesta: porque, por ahora., no tiene otro. Junto a. su lengua materna fue "aprendiendo" sus lazos de parentesco, su identidad de persona (su ser yo), su identidad de género (su ser varón), su conciencia de sí pero también su situación "como si" en su micromundo familiar de donde emerge él bajo el complejísimo modo de "acción interiorizada" que es como Piaget define al pensamiento.
De modo que el jugar, ese lugar a mitad de camino entre el pensar y el actuar, que es un pensar-actuando y un actuar-pensando a un tiempo (ese "espacio transicional" que tan bien definió Winnicott) es nuestro modo más estrecho, más íntimo, más eficiente de comunicarnos con Pablo, y la analista nos lo muestra meridianamente.
Visto de este modo, parecería que hablarle a Pablo en nuestro idioma adulto (“objetivo", "racional", "en proceso secundario") y explicarle así "como son, en realidad, las cosas" que le ocurren, es un disparate. Bueno, creo que casi tan disparate como hablarle en términos de lógica algebraica. Pero es un disparate que los adultos cometemos de continuo y que no tiene mayores consecuencias simplemente porque Pablo ya está acostumbrado a ello (así es el mundo adulto que lo rodea) y él hace esfuerzos por entender y hablar así (que en eso radicará su progreso hacia la adultez) y, entre tanto, va descifrando los otros códigos con que acompañamos automáticamente nuestro discurso verbal (gestos, mímica, tono de la voz, etc.) y allí sí se conecta con nosotros.
Pero articularnos en un "idioma común" con Pablo no es un objetivo que nos proponemos simplemente para que “entienda" su circunstancia sino que tendrá consecuencias mucho más extensas (que siempre es conveniente averiguarlas). Y recién ahora arribo al punto que me sugirió el "caleidoscopio de personajes" y que está referido al impreciso, complejo tema de la identificación.
¿Qué es lo que esta haciendo la analista al contactar con Pablo, además de tratar que "entienda"?
Pues, se está ofreciendo como objeto identificatorio inevitablemente. Me refiero a todo aquello que llega al analizando desde la idiosincrasia del analista, idiosincrasia que lo impregna y lo conforma como persona distinta de las figuras transferidas. ¿Acaso no es esa distinción, esa diferencia, esa repetición no idéntica en la transferencia, como piensa Lacan, uno de los motores más poderosos de un posible cambio?
No me refiero a las masivas identificaciones "gemelares" o "en espejo", caricaturas al modo de Zelig,[20] pertenecientes a la patología de la identificación en sujetos de muy frágil estructuración personal o a momentos pasajeros de la niñez. O mejor dicho, sí me refiero a. ellas, pero no sólo a ellas sino a toda la red de identificaciones múltiples, diminutas, parciales, a menudo imperceptibles, que se integran a través de las corrientes que circulan (en ambas direcciones y tanto "positivas" -de amor- como "negativas" -de odio-) entre ambos participantes del encuentro analítico.
Todo este complejo juego interpersonal puede generar, en caso favorable, un cierto crecimiento, una mayor cohesión vincular, en fin, un "efecto constructivo”[21] a partir de la síntesis personal que impulsa el propio analizando. (Y sin olvidar que este efecto de cambio es de doble vía. y abarca, también inevitablemente, al analista).
Y si esto es así en el adulto, lo es mucho más en el niño, en quien los procesos constructivos de tipo identificatorio adquieren una importancia crucial para el desarrollo de la persona y la constitución del carácter y la identidad de género.
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Este primer resultado del trabajo de análisis que hemos definido como efecto constructivo del intercambio identificatorio está ligado inseparablemente (y el juego de Pablo lo señala) a una reformulación permanente del perfil de los personajes de la vida cotidiana del analizando.
En nuestro caso, en razón de la preservación del secreto, nos vemos faltos de contexto en ese sentido y quisiéramos saber mucho más de ese medio familiar: de ese padre (que él mismo se define como acompañante lejano del niño); de esa tía (madre sustituta no sólo de la madre muerta, sino de la madre ausente ya en los primeros meses de Pablo); de la madre (¿qué madre fue?  ¿por qué aquella ausencia?); de los hermanos… en fin, del interjuego de vínculos, roles y lugares de todos los personajes.
Creo que todos los que trabajan con niños pueden dar fe de la importancia de la inserción del analista en el medio familiar hasta llegar a ser “un miembro más" en el sentido que "conoce" y “se ubica" en ese contexto íntimo, pudorosamente velado, que es la familia y del cual el niño, como siempre se señala, es el “emergente", el "síntoma", la “tarjeta de presentación".
Me apresuro a hacer una acotación en este punto, referida a la validez o no de preocuparse por el perfil psicológico de las figuras y los vínculos más cercanos del analizando: ¿acaso no sería mejor preocuparse sólo por el paciente, su mundo "interno", sus conflictos, sus defensas, su modo de estar en el mundo, limitando en lo posible el análisis de sus vínculos al palpable, presente, asimétrico, contrastado vínculo transferencial con el analista?
Al fin, esta postura ha dado y sigue dando altos dividendos, pero sabemos lo que ocurre cuando es llevada hasta sus últimas consecuencias, en un pretendido aislamiento de variables que no por eso dejan de estar presentes y activas. Recordemos la exclamación de aquel paciente de un estricto analista kleiniano rioplatense (que muchos supimos ser): "¡Pero!... ¡siempre usted!... ¡en todos los guiones!..."
Reconozcamos, pues, la complejidad de nuestro objeto de estudio (que nos incluye, y así debe ser) y pensemos más bien que no estamos frente a un individuo aislado sino que somos una persona frente a otra persona y “persona" es, para nuestro oficio, nada más y nada menos que un idiosincrásico punto de reunión de una compleja red de vínculos, capaz de hablar o callar.
Perfilar, entonces, esa red de vínculos es parte insoslayable de nuestra tarea en tanto no persigamos la “objetividad" en nuestra descripción y análisis (tarea a todas luces imposible). Buscaremos más bien la continua reformulación, el permanente cambio de matiz que el trabajo de análisis produce (en analizando y analista) en la captación de los personajes y en el engarce de sus vínculos. Y esto es válido, vuelvo a destacarlo, no sólo para los escenarios presentes sino también para los pasados (aunque Pablo cuente aún con muy poco "pasado").
Me refiero así a ese constante rehacer la historia (la analista le reformula la muerte de su madre desde un lugar y bajo un ángulo muy diferentes) sabiendo que la historia vale por su continuo "acto de presencia" reformulada.
En esto consiste otro de los resultados mas notables del trabajo analítico (cuando ha echado a andar) pasando a formar parte del llamado "cambio" en psicoanálisis.
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Si bien en lo ya dicho está clara mi intención de mostrar la movilidad del campo del análisis, movilidad habitualmente mucho más acusada en el caso del niño por razones obvias, se me dirá con razón que igualmente persiste un conjunto de rasgos más o menos permanentes en las personas al que llamamos carácter.
Podré oponer a esto que Pablo es un carácter apenas en formación, que también este aspecto está muy móvil, pero me encontraré en seguida con el escollo del "temperamento", ese conjunto de rasgos propios que, ya desde el vamos, hace que ningún niño sea idéntico a otro (ni a su gemelo).
Diré, entonces, que justamente nuestro trabajo no pretende modificar esto, pues el temperamento así como su sucesor, el carácter (que articula la impronta heredada. con la impronta adquirida), es un núcleo intangible. Intangibilidad que debemos aprender a respetar, no sólo por lo aleatorio de los resultados si no se respeta, sino porque en la diversidad de núcleos del carácter se apoya justamente la riqueza de las variantes y la consecuente complementariedad entre las personas. En este aspecto, el trabajo de análisis apuntará entonces a iluminar la superficie exterior, cambiante, de ese núcleo del carácter y su resultado podrá ser: asperezas limadas, aristas tronchadas, concavidades y convexidades practicadas en esa superficie para un mejor ajuste de los vínculos.
Es un trabajo, lo recalcamos, que recae no sólo sobre el analizando sino también sobre su analista y que, con parcial "conciencia", es practicado por ambos. Es un trabajo no "sobre” sino "en” la transferencia o, mejor, en la "intertransferencia" y en el campo de "interferencia".[22]
En nuestro caso, con el escaso material a la vista y con la falta de una experiencia directa y continuada de contacto con Pablo, creemos prudente no hacer comentarios sobre lo particular de este aspecto, pero igualmente nos pareció importante señalar este tercer resultado del trabajo de análisis que sólo puede ser evaluado en el "largo tiempo" que inevitablemente conlleva dicho trabajo.
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Por último me quiero referir a un cuarto resultado que podríamos tipificar como el factor "estabilidad" que busca su expresión en la situación de análisis para extenderse luego fuera de ella.
Me refiero, por un lado, a. las vivencias de desamparo, separación, pérdida, abandono, soledad  y otras fragilidades (desorientación, confusión, inseguridad) que solicitan ser atendidas (la situación de Pablo es más que elocuente en este sentido). Y, como contrapartida, me refiero a las nociones de holding y handling (Winnicott), capacidad de rêverie y continente-contenido (Bion), empatía (Kohut), attachment (Bowlby) y varias otras, que recubren las actitudes que el analista se encuentra solicitado de proveer.
Estas vienen a constituir un cierto "piso" sobre el cual “construir”. Con esto quiero decir que muchas de las intervenciones del analista no tienen ninguna posibilidad de ser útiles en alguna medida si ese "piso" no ha sido de algún modo construido. No es piso fácil de construir porque no pertenece sólo al analizando sino a ambos (¿cuántas veces el analista se "tambalea" en los encuentros "difíciles”, máxime si es "tocado" en sus puntos sensibles, o en sus puntos ciegos?); y porque su construcción también está en manos de ambos (¿qué hacer por ejemplo, si el analizando rechaza la construcción de ese sostén y termina abandonando el análisis?).
En nuestro caso, vemos a la analista construyendo ese piso de variadas formas: hablándole en su idioma (“en uruguayo”), jugando, recibiéndolo en sus brazos, callando... Pablo a su vez, lo construye y ¡vaya si lo hace! cuando, por ejemplo, dice y repite “Gracias por jugar”.
Pero las cosas no siempre son así de positivas en el trabajo de análisis y cualquiera de ustedes podría traer numerosos ejemplos en los que predomine el ataque a este piso. Y los ataques despiertan contraataques (especialmente si las cosas corren por carriles inconcientes) lo que señala la dinámica compleja de la construcción de este piso que más bien es construcción-destrucción-reconstrucción permanentes.
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Recapitulando entonces sobre los cuatro resultados del trabajo de análisis que he señalado, los podría sintetizar así:
1-     Efecto "constructivo" del intercambio identificatorio (la construcción de la “persona").
2-      Reformulación continua de vínculos y personajes en escenarios presentes y pasados (la reformulación "histórica")
3-     Pulimiento “intertransferencial" de la periferia interactiva del carácter, respetando de su núcleo "intangible" (la articulación interpersonal).
4-     El factor “estabilidad" como cimiento o piso necesario (la armonía del encuentro).
Estos resultados (que yo tipifico así, pero que cada cual puede hacerlo a su modo), emergen de un aislamiento artificial de los procesos en juego, aislamiento necesario por aquello de la complejidad fenoménica, y basta detenerse un poco a meditar sobre ellos para notar que se implican e interactúan inseparablemente, Pero quiero destacar que ellos no son propósitos expresos u objetivos específicos del análisis sino sólo eso: resultados.
Es obvio que los mismos resultados se observan fuera de la situación analítica correspondiendo simplemente a los parámetros de desarrollo natural de y entre las "personas", viniendo entonces a constituirse muchas patologías vinculares sobre las distorsiones de dichos procesos.
Lo característico del análisis no son pues sus resultados o los procesos que convoca, que eso puede provenir de cualquier vínculo humano y, por ende, de variadas formas psicoterapéuticas, sino el procedimiento utilizado y el propio arte adquirido que tienden a ambientar, en lo posible y a su modo, la obtención de dichos resultados.
Ya he mencionado, aunque no desarrollado, algunos de estos aspectos de "arte y procedimiento" que ahora reformulo de forma muy sucinta. A título de ejemplos:
·  La asimetría del encuentro en el sentido que el exclusivo "material" a analizar deberá ser el del paciente. Sabemos que esto singulariza a la relación analítica (aunque no es exclusivo de ella) con respecto a las relaciones humanas corrientes, poniendo un límite que, a su vez, permite abrir un gran espacio de libertad para el advenimiento de lo más íntimo del otro.[23]·
·  La regularidad programada de los encuentros y sus particulares derivaciones que no desarrollaré.
·  La tan mentada neutralidad del analista que no refiere, obviamente, a. que no está en ningún campo, sino más bien a que está dispuesto a acompañar al analizando por cualquiera de los campos que transite ("atención flotante” incluida).
·  La particular posición del analista., simultáneamente como figura de "transferencia" y como figura de "identificación". Parecería que, desde su posición, el analista debe aprender a “jugar" todos los papeles que el analizando le adjudica en un "como si…" que, en cierto sentido, es también un "sin como si ", pues nadie puede negar (desde el lugar de analizando como del de analista) la "realidad"[24] que adquiere el analista para su paciente en sus distintos roles adjudicados y asumidos. Y su papel, si bien a veces será hablar sobre eso con el paciente, otras muchas será callar y asumir el papel adjudicado. Porque el paciente puede necesitarlo así, sobre todo en esos momentos donde no es posible renunciar al papel -a través de su interpretación- y más vale un silencio continente o empático.
·  Y sin olvidar, claro, su función de "intérprete" (etimológicamente "mediador") de varios “idiomas" (códigos), función que, como vimos, comparte con muchos "otros" (el analizando, la “supervisión", la "teoría", etc.) y que le sirve, además de su uso conocido, para cimentar la armonía del encuentro.
Febrero 1991
Resumen
A propósito de una sesión con un niño de cuatro años, material ofrecido por L. Bondnar, trato de definir no tanto las particularidades del análisis de niños, que están a la vista en el propio material, sino las similitudes que lo aproximan a cualquier análisis.
Este me lleva. a plantear los rasgos generales del encuentro en psicoanálisis y, de allí, de cualquier encuentro humano.
Asimismo trajo aparejado un movimiento, una especie de descentración de varios conceptos psicoanalíticos de su lugar de uso  habitual, con la idea de articularlos mejor en la síntesis buscada. Así sucede con las nociones de transferencia, neutralidad, identificación, asimetría, etc.
Además debí  ingresar algunos otros conceptos lo que me exigió acotarlos, como ser: armonía, interferencia, intertransferencia, estabilidad, persona, efecto constructivo, etc...
Creo que, en último término, el trabajo gira en torno al gran tema que atañe a toda meditación sobre nuestro oficio: el cambio en psicoanálisis.
Puse énfasis también (no sé si está logrado) en que los planteos quedaran de tal modo abiertos que propiciaran la discusión y el diálogo que todos necesitamos.

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[1] Este material –perteneciente a L. Bondnar- llegó a mí a través de mi inserción en un grupo de investigación sobre técnica de psicoterapia infantil en A.U.D.E.P.P. (Asociación Uruguaya de Psicoterapia. Psicoanalítica). El grupo estuvo integrado por: C Abal, A. Baranda, A. Barrios, L. Bondnar, A. Bogacz. P. Fiterman, E. Martinez, A. Mosca, M. Nilsen, E. Olagüe y A. Weigle.
[2] Si hay algo difícil en las sesiones con niños (y ésta es un buen ejemplo de ello) es el querer determinar, en cada momento, quién es quién y qué papel juega cada cual, pues la movilidad puede llegar a ser tan extrema en algunos casos (no justamente en éste) que la situación amenaza en convertirse en un caos. En otro extremo, la inmovilidad puede ser tal que la situación alcanza el límite de su anonadamiento.
Como se ve, decir esto es plantear el problema de las identificaciones, los roles, las identidades y los lugares en un encuentro, en todo encuentro y más allá de él.
[3] Si insisto en subrayar ARMONÍA es porque me parece el término más cercano a lo que quiero expresar acerca de un cierto “equilibrio entre partes”:
-Equilibrio; móvil, abierto, "inestable”.
-Partes: inter actuantes, variando en sus funciones y papeles según sus diversos "lugares" en el todo.
(Estas "partes" pueden estar referidas a personas, personajes, identificaciones, emociones, mensajes, instancias psíquicas, etc, según el campo que estemos considerando).
La procedencia musical del término me sirve a varias puntas:
1/ Para arrojar algo de luz sobre el notable fenómeno que constituye la música (manifestación específica humana presente en todas las culturas) al relacionar su estructura con la estructura de la persona (vínculos incluidos).
2/ Para enfocar desde otro lugar las ideas de normalidad y salud que, en última instancia, parecen referirse al logro de esa "ARMONÍA" (en los vínculos, en las emociones, en las conductas) música que nadie pide que sea continua y perfecta pero sí que sepa recuperarse de sus rupturas y extravíos al insistir en la creación de nuevas formas, como ha ocurrido en nuestro ejemplo.
3/ Para señalar la tempranísima aparición del fenómeno de armonía ya en lo que describió D. L. Stern (1974) a propósito de los ritmos y las sincronías madre-bebé.

[4] La función “analizar” (en su sentido estricto de efectuar un análisis de una trama compleja, oculta, disfrazada), aun con toda su importancia, es sólo una parte del encuentro psicoanalítico, como lo puntualizaremos luego.
[5]Winnicott destaca el efecto constructivo que puede tener para el sujeto el ejercicio, activo o reactivo, de la no-comunicación con el objeto. Es un modo de marcar una distancia (necesaria para preservar la singularidad personal) y de lograr una más plena comunicación consigo mismo (ego-relatedness).
[6] J. Bowly
[7] D. Winnicott y su concepto de “enfermedad materna primaria".  Eibl-Elbesfeldt y el cuidado de la prole (en "Amor y odio", 1987)
[8] En el sentido de J. Piaget
[9] Sobre el sentido que uso "persona", ver página 65 y not; (7), (8) y (9) de mi publicación “Comunicación, persona"E.P.P.A.L., 1990)
[10] Interpretación (deutung en el sentido de explicación, esclarecimiento) que posee la voz alemana sería aquel mensaje del analista, emergente de su "escucha” del material que el paciente le ofrece (texto verbal, silencios, actos, presentación, omisiones…). Pero no cualquier mensaje sino aquél que apunta a revelar lo velado -por encubierto, cifrado o simplemente ignorado- en la consabida función de hacer conciente lo inconciente.
Y, en definiciones más ambiciosas, una interpretación completa debe abarcar la indicación de los deseos inconcientes (libidinales y tanáticos) y de las operaciones defensivas inconcientes, sin descuidar el montaje de estos elementos sobre la repetición m la transferencia; y además, usando para elle, no cualquier formulación verbal teórica sino, en lo posible, aquella extraída el propio contexto (verbal o no) que ofrece el paciente. Sin olvidar la contratransferencia que, concientizada (y por ello neutralizada como repetición) puede convertirse en eficaz instrumento para la función de interpretar.
[11]Hay mensajes que sirven sobre todo para establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, para_ cerciorarse que el canal de comunicación funciona (...) Esa orientación hacia el CONTACTO o, en términos de Malinowsky, la función FÁTICA, puede patentizarse a través de un intercambio profuso de fórmulas ritualizadas (...).
El interés por iniciar y mantener una comunicación es típico de los pájaros hablantes. La función fática del lenguaje es la única que comparten con los seres humanos. También es la primera función verbal que adquieren los niños; éstos gustan de comunicarse ya antes de que puedan emitir o captar una comunicación informativa” (R. Jackobson: "Ensayos de lingüística general", Planeta, 1985, pp. 356/7.)

[12] Por ese motivo nunca una computadora podría cumplir la función de un terapeuta por exactas que fueran sus respuestas, sólo que fuera tan acabada hasta llegar a ser…otro ser humano. Sin olvidar que, como ser humano, posea una PRIMERA herencia –filogenética- que lo lleva a compartir con otras especies, harto complejas formas de comunicación no simbólica como son, por ejemplo el cuidado de la prole, las conductas de apego (attachment), rituales de cortejo, de saludo, de alarde, reconocimiento de emociones en el otro, mensajes de sumisión o de ataque, establecimiento de jerarquías, defensa de territorio, la función fática verbal (como vimos en la nota precedente), etc., etc.
Y todas ellas refundidas luego, pero no desaparecidas, en el nuevo molde que les ofrece la comunicación simbólica, la cual, desde sus albores (en el segundo año de vida), aporta al niño una SEGUNDA herencia -no genética sino cultural- que le permite Ingresar, por ser humano, en la historia de un universo sígnico que todo lo va a reformular (hasta su estatuto como individuo en su pasaje a ser PERSONA).
[13] Esa intraducible expresión inglesa, referida al conocimiento profundo o percepción de la naturaleza interior de algo, parece ser una condensación de inside (interior) y sight que significa, entre otras cosas, poder de visión, percepción, conocimiento. El neologismo "introvisión” con que se traduce a veces, no cuenta con la decantación de uso de: la palabra inglesa y le falta la connotación de algo que se ilumina y emerge así de Ia oscuridad en que se hallaba. Conservando ese sentido, preferiría la palabra “revelación" pero... dejemos “insight”.
[14] No puedo menos que evocar, come lo he hecho otras veces, la notable cita de H. Poincaré a partir de la cual Bion acuña la noción de “hecho seleccionado" ("Aprendiendo de la experiencia", cap. XXIII). Dice Poincaré: Si un nuevo resultado ha de tener algún valor, debe unir elementos conocidos por mucho tiempo, pero que han estado hasta entonces dispersos y han sido aparentemente extraños entre sí y súbitamente introducir orden donde había la apariencia de desorden. Entonces eso nos permite ver de un vistazo cada uno de estos elementes en el lugar que ocupan en la totalidad. No sólo el nuevo hecho es valioso por sí mismo, sine que él solo da valor a los hechos anteriores que une”   etc.
Llamamos la atención sobre este enfoque estructural del siglo XIX y que, aplicado a la interpretación, resalta el valor estructurante de ésta más allá de la "teoría" que la defina.
[15] El hecho del “reconocimiento" mutuo está relacionado con la noción de símbolo que en griego se refiere al signo de reconocimiento formado por las dos mitades de un objeto quebrado que se aproximan. Visto así, el fenómeno del insight aparece como un caso particular más, aunque muy específico, de la función simbólica: entre dos se genera un nuevo modo de entender un conjunto de hechos, un nuevo modo de operar, un nuevo código...
[16] Uso "interferencia” en el sentido de la física ondulatoria pues, como ocurre con las ondas luminosas, los encuentros y desencuentros que se producen en una franja de superposición de ambas darán en la pantalla imágenes típicas (que varían de acuerdo a variaciones en longitud de onda, frecuencia, distancia de focos, etc.)  Destaco así el sentido etimológico (inter=entre y fere=llevar, llevar entre) y no el vulgar que asimila interferir a interponer, obstaculizar.
[17] Puede pensarse que éste es un uso abusivo del concepto de transferencia, si se considera el sentido original que Freud le dio al término. Pero pocos dudan ya que Freud, al descubrir la transferencia, asió la punta de una madeja que inevitablemente nos introduce en la comprensión de la red de vínculos fundante de la naturaleza propia de lo humano y generadora de la cultura.
[18] Todo campo psicológico personal (el llamado "mundo interno") denota este carácter de “insondab1e" apoyado en su modo especial de operar, a través de la condensación y el desplazamiento (metáfora y metonimia) lo que le permite una continua creación de escenas y sentidos (como en el soñar).
[19] Esta presencia del tercero (presencia” dentro" de la escena del análisis y también presencia "fuera” de ella, presencia presente y también pasada o futura) desliza hacia muchos temas específicamente humanos y sólo menciono algunos a título de ejemplo:
·        la invocación de la plegaria:
Defiéndeme, Señor (el vocativo
No implica a Nadie. Es sólo una palabra...”
J .L Borges, "Religio médici, l643".
·        Dios, en su atributo de tercero omnipresente (su "ojo").
·        la voz del oráculo,
·        el Destino.
·        y otros terceros que la teoría misma señala (v. gr. "el Nombre del Padre”)
[20] La memorable película de Woody Allen.
[21] En el sentido del constructivismo o estructuralismo genético de Piaget.
[22] Nadie podrá negar que Freud cambió, que modificó notablemente su trato con los pacientes luego de aprender de su experiencia con Dora y, aunque menos ostensible, con todos sus pacientes, que también fueron sus "analistas" aún en su posición de pacientes. Las consecuencias de la acción de Ana 0 como “analista” o "intérprete" (talking cure, chimney sweeping) fueron muy distintas en Freud que en Breuer pero eso sólo señala la variedad infinita de los encuentros y sus consecuencias.
[23] Esto me recuerda a las conocidas "confidencias a desconocidos" (en viajes u otras situaciones)y a su vez aclara algo respecto al impacto del encuentro con el analista fuera de la sesión (o con el analizando). Es notable de observar el mismo efecto de "inquietante extrañeza" en niños bastante pequeños que luego "olvidan" ese encuentro. Si bien el efecto se desgasta con su repetición frecuente, nunca desaparece totalmente.
[24] En este contexto uso “jugar" y "realidad" en el sentido de Winnicott.

miércoles, 19 de junio de 2013

A. Weigle, El texto suicida en la psicoterapia



EL TEXTO SUICIDA EN LA PSICOTERAPIA

En la tarea como psicoterapeutas, que es nuestro oficio, a veces -más veces de las que quisiéramos- nos encontramos con un texto suicida.
Entiendo por texto suicida, aquellas manifestaciones del paciente -verbales o no- que nos indican de una manera, directa o indirecta, su intención o, mejor, su deseo de poner fin a su vida. Y lo llamo deseo reconociendo que es un deseo complejo, como todos los deseos humanos, pues no podemos sostener la existencia de deseos simples y únicos. Digo, además, "poner fin a su vida" porque me voy a referir al deseo de no vivir, de interrumpir la vida.
Diferente es el deseo de la muerte, de ofrendar la vida, de morir como símbolo supremo de otros valores y que vemos en los llamados suicidios altruistas, sacrificiales, que más exacto sería llamarlos "inmolaciones". Este deseo nunca he tenido ocasión de verlo en el ámbito privado del consultorio, quizás porque sólo cobra sentido en tanto toma estado público, en tanto es compartido e incluso, aplaudido.
Volviendo, entonces, al deseo de poner fin a la vida, a las penurias de la vida, consideraremos tres aspectos:
         en qué nivel de conciencia o de inconciencia está ese deseo,
         qué sentimientos lo acompañan,
         qué estructura de personalidad subyace a ese deseo.
Estas consideraciones me son necesarias, no por un objetivo puramente académico, sino por algo más práctico -que hoy me motiva- en relación con la posición a adoptar frente al deseo suicida en nuestro rol de psicoterapeutas.
Si pensamos primero en la estructura de personalidad subyacente, debo reconocer que, si bien hay patologías estadísticamente más proclives al suicidio, este dato me sirve poco para el caso particular: sólo para estar más atento ante esa eventualidad. Pero, en realidad, cualquier persona, con cualquier patología, e incluso sin ella, puede encontrarse en la circunstancia de desear abandonar este mundo.
Además, ese deseo puede presentarse de mil formas diferentes: puede ser súbito, intempestivo, o ser insidioso, permanente. Puede ser dicho por el paciente, dicho a medias, o celosamente ocultado. Puede aparecer claro a su conciencia o puede mostrársele disfrazado, engañoso. Puede manifestarse en palabras, en actos o en complejas conductas.
Estas circunstancias tan variadas de aparición nos obligan a precavernos, a dos puntas, con respecto a nuestras posibles actitudes frente a un tema tan ansiógeno:
         en un extremo, el texto suicida -claro o encubierto- puede inducirnos a minimizarlo en una suerte de defensa maníaca o, simplemente, a no verlo, a negarlo.
         en el otro extremo, el paciente puede lograr movilizar nuestras tendencias aprensivas y estaremos proclives a ver inminencias suicidas donde no las hay.
¿Cómo orientarnos, entonces, al no contar con una segura guía diagnóstica, pues, como dijimos, cualquier paciente puede desear e intentar un suicidio más allá de su eventual patología de base?
El diagnóstico, pensamos, acá debe ser, más que de patologías, de circunstancias.
Este diagnóstico, que nunca es sencillo, se torna más difícil cuanto menor sea el grado de confianza, de empatía y de proximidad que se haya obtenido entre terapeuta y paciente.

1) La primera circunstancia a evaluar será si el "alma" del paciente está suficientemente viva como para que pueda ser muerta.
Esta observación -que a algunos podrá parecer extraña- se basa en la idea que el suicida mata el cuerpo porque no encuentra otra vía mejor para cumplir con su intención básica que es matar el "alma". Incluso en aquellos suicidios motivados por enfermedad física grave, la intención está puesta en matar el alma para que ésta no asista al sufrimiento y la destrucción progresiva e ineluctable de ése, su cuerpo.
Ustedes comprenderán que cuando me refiero al alma, no me refiero a una entelequia de orden filosófico o religioso, sino simplemente a la "psiqué", que viene a constituir nuestro principal objeto   de estudio... y de preocupación... A menudo la nombramos de otros modos: el yo (total), el sujeto, el self... y yo prefiero llamarla "persona" para soslayar un poco la antigua, radical división alma-cuerpo.
Y bien, reformulando, debemos evaluar que esa "persona", esté lo suficientemente viva como para ser muerta. Sabemos bien que, si la persona está muy destruida, muerta o casi, como en las disociaciones psicóticas muy graves o en la melancolía profunda, el riesgo de suicidio se aleja y sólo reaparece cuando la chispa de la vida renace, aunque sea por un momento.
Winnicott expresa, con notable claridad, esta situación, definiéndola en términos de verdadero y falso self ("EL PROCESO DE MADURACIÓN EN EL NIÑO", 1965, p. 173).

Dice: “... el suicidio consiste en la destrucción del self total a fin de, evitar el aniquilamiento del self verdadero... le toca al self falso organizar el suicidio... lo que entraña su propia destrucción, pero, al mismo tiempo, elimina la necesidad de la continuidad de existir, ya que la función del self falso reside en proteger de agravios al self verdadero".
Es necesario, pues, que la persona esté viva para ser protegida y destaco, además, la necesidad de proteger la dignidad de la persona, protegerla de agravios.

2) Una segunda circunstancia a evaluar es la intensidad de sufrimiento del posible suicida. No puedo menos que subrayar enfáticamente esta circunstancia porque es el elemento imprescindible que conduce a la decisión suicida y es también el pivot sobre el cual girará nuestra posición como psicoterapeutas.
Quiero decir con esto que no son las motivaciones -concientes o inconcientes- las que explican de por sí la decisión suicida pues esas mismas motivaciones (por ejemplo: culpa, pérdida, huida, venganza, chantaje, etc.) son componentes habituales de nuestro bagaje motivacional como personas. Por supuesto que trabajar con el paciente sobre estas motivaciones es parte sustancial de la tarea psicoterapéutica; pero eso vale para todos los casos -suicidas o no- y no nos agrega nada sobre el particular caso del texto suicida.
Es, pues, un intenso, lacerante, insoportable sufrimiento anímico[1] lo que conduce a la decisión suicida. Y, al averiguar algo más sobre la procedencia de ese sentimiento, lo hallamos sistemáticamente vinculado a una vivencia, de parte del paciente, de una grave disminución de sus valores como persona. Vivencia de disminución, no sólo de su autoestima, sino de la estima de los demás y, muy especialmente, de aquellas personas más cercanas.
Digo esto porque los valores intrínsecos, individuales y aislados, no existen. Los juicios de valor, exclusivos de la especie humana, sólo emergen de la red de vínculos entre las personas y se tornan intrapsíquicos en los momentos de la formación de nuestra identidad y autoconciencia. Toda autoestima está apoyada, pues, en el juicio de los otros significativos (actuales o del pasado) y así, de ese entrecruzamiento de valoraciones mutuas, surgen los sostenes que apreciamos como imprescindibles para una vida digna.
Es justamente esa dignidad lo que está en cuestión para el suicida y lo expresa a través de variados sentimientos: humillación, despecho, culpa, odio, desconfianza, reproche, desesperanza. Todos éstos, son sentimientos que emergen porque el otro -a juicio del paciente- está fallante.

3) Y así arribamos a la tercera -y última- circunstancia que es condición para el surgimiento del deseo suicida: la soledad.
El suicidio mismo es un acto solitario, no compartido. No conozco estadísticas de suicidios compartidos de dos o tres personas. En todo caso, son excepcionales; más de la novela que de la realidad. Los suicidios colectivos parecen corresponder más bien a inmolaciones como aclaré al principio.
La despedida del suicida, que se caricaturiza con el “¡Adiós, mundo cruel!"  viene a condensar, en tres palabras, esta vivencia de soledad, de oposición yo-mundo, de ruptura de vínculos.

Se me hará la objeción que no todos los suicidios son actos impulsivos, ejecutados en medio de una importante alteración del ánimo. Muchos de ellos son llevados a cabo tranquilamente y con todo cuidado. Es muy acertada la objeción y la voy a contestar, para terminar, con este breve relato:
Un joven de 26 años entra a su sesión. El paciente está distendido, sereno; con la actitud, fatigada pero satisfecha, de quien ha terminado una dura tarea. Hace un silencio, mira con leve sonrisa a su terapeuta y le dice:
- Me parece verlo un poco sorprendido. Se preguntará dónde está aquel sujeto desesperado de los últimos tiempos... pues bien... la cosa ha cambiado. Bueno, en realidad todo sigue igual... yo cambié... ahora estoy tranquilo... como me ve, todo en orden... ¡qué cambio! ¿no?...
Un silencio tenso y luego el terapeuta dice:
- Entonces debo pensar que usted ya se sentenció. Ejecutar la sentencia es sólo un detalle final... una cuestión de trámite. Usted siente que ya se mató.
La respuesta es casi inmediata:
- Exacto!... Usted es un demonio... Simplemente no quiero implicarlo. Esto es algo puramente personal...
Titubea un poco y agrega:
- Si se le ocurre hacer algo, algún medicamento... una internación... desde ya le digo que es inútil. Voy a aceptar todo sumisamente hasta encontrar mi oportunidad. Es sólo cuestión de paciencia.
El silencio es ahora largo y denso. El terapeuta medita. Luego dice o, más bien, piensa en voz alta:
- Y, sí... ¿qué puedo hacer?... Usted ha estado sufriendo de una manera muy dura... Se entiende que así no quiera vivir. Es otra, la vida que usted quisiera... Pero no estoy de acuerdo en eso de que es una cuestión personal y de no implicarme. Usted sabe cómo pienso: no hay cuestiones personales exclusivas, siempre hay alguien implicado. Y yo ya lo estoy.
- ¡Pavadas! -interrumpe el paciente- ¡A usted lo que le importa es su estadística! Yo soy un fracaso terapéutico, un signo de menos...
Luego de una pausa, el terapeuta prosigue -pensativo-:
- Claro, pero el fracaso ya está sobre la mesa. Y el fracaso lo compartimos los dos; porque hasta ahora no hemos encontrado otra salida a su sufrimiento... Usted tiene todo el derecho a cortar de una vez con todo esto... Absurdo sería querer torcer su deseo sin su consentimiento... con internaciones u otras cosas... Un derecho, es un derecho... pero ¿qué hacer?, me vuelvo a preguntar... Sólo se me ocurre que ... si me sigue otorgando su confianza... lo acompañaría en su camino... hasta que usted lo decida...
El paciente comenzó a pasearse inquieto por el consultorio y al fin dijo:
- Tiempo al tiempo... nos vemos el lunes.
Y se fue.


¿Cuál fue el desenlace? Difícil saberlo. El paciente estaba demasiado sereno, demasiado lúcido, demasiado decidido. Sólo al final se volvió a inquietar, quizás pensando en su posible reingreso a este "mundo cruel".
No sabemos cuánto fue escuchado el terapeuta, pero, al menos, él atendió a las tres circunstancias que antes señalamos:
          apreció la vida que el paciente exhibía,
          empatizó con su sufrimiento,
          se ofreció a mitigar su soledad acompañándole hasta su posible muerte.
Impedir la muerte a todo trance, puede ser un modo de empujar a ella.
Cualquiera fuere el desenlace, el terapeuta, al igual que el paciente a su modo, se jugó por la vida. ¿Qué vida? No la del cuerpo, claro. La del alma...la "psiqué"...la persona.

Alberto Weigle
2001-2017



MÁS SOBRE SUICIDIO


Agrego aquí las meditaciones, muy pertinentes y profundas, que me comunicó una colega que ha trabajado extensamente sobre el tema:

El deseo de poner fin a la vida que se construyó o que el suicida siente que “le tocó en suerte” puede descubrirse en el texto del paciente, que puede venir en forma de palabra, gráficos, juegos u otras acciones que encubren la intención suicida como pueden ser ciertos “accidentes”, adicciones y otras conductas auto agresivas. El suicida ha perdido la esperanza de que su situación vital pueda cambiar; a veces transita biológicamente con gran esfuerzo por largo tiempo otras veces el impulso suicida parece invadir casi súbitamente al individuo.
¿Qué sentimientos acompañan a quien decide suicidarse? En general un sufrimiento profundo, intolerable; dependiendo de su edad y sus creencias, busca pasar a un plano donde su existencia sea mejor o dejar de sufrir, terminar con el padecimiento sin importar que después de muerto no exista nada, o mejor dicho “la nada”, el no dolor, el no sufrimiento. No siempre vista desde afuera, la situación del suicida parece tan intolerable, pero lo es para él; no disponemos de un instrumento que pueda medir el sufrimiento emocional y es como si el suicida tuviese en ocasiones un umbral diferente para el dolor emocional, una suerte de hipersensibilidad frente a determinadas circunstancias vitales, así como todos tenemos un umbral diferente para el dolor físico. Suele decirse que quien decide suicidarse siente una gran soledad vinculada a un profundo sentimiento de abandono. Hay soledades que pueden ser una opción, incluso disfrutable, pero si es por abandono no es nunca una elección e implica a otro que abandona. Esa soledad va unida al sentirse no querido y la vivencia de minusvalía concomitante. El abandono puede ser real o no, pero opera en el psiquismo del individuo como real. Una adolescente, frente a una frustración me dijo en una sesión (casi parafraseando a J.C.Baglietto) “cuando pasan cosas como estas, llego a lugares oscuros de mí, donde de vuelta soy chiquita y estoy muy sola…y es ahí que me quiero morir¨.
Es cierto que otros intentos de autoeliminación con motivaciones muy diferentes. Veamos este caso: Franco, de 5 años, ingresó por intento de autoeliminación con ingesta de psicofármacos. Se trataba de un niño que vivía con su madre en la cárcel de Cabildo y había presenciado muchos intentos de autoeliminación. Estaba viviendo en la cárcel con su madre desde el fallecimiento de su abuelo, quien se había hecho cargo de él cuando su madre cayó presa. Él pensaba que su abuelo estaba en “el cielo”, es decir que después de su muerte, había pasado a “vivir” en un lugar mejor que el que le había tocado a él. Él deseaba morir según su idea de la muerte, para volver a estar con su abuelo. Aquí opera una poderosa identificación con el entorno actuando en una tierna y crédula personalidad en crecimiento, pero es también la búsqueda de alivio a un sufrimiento en pos de una vida mejor.
Cuando el acto suicida no llega a consumarse y queda en el intento de autoeliminación, es muy frecuente que el paciente sufra una victimización secundaria tanto por parte de sus familiares como por parte del personal de salud.
¿El acto suicida es auto y heteroagresivo por eso despierta en los otros también actitudes agresivas, que obviamente en nada ayudan al paciente?  Hay una forma de agresividad vuelta hacia sí mismo en tanto consideremos la agresividad como una acción que va contra una regla fundamental como es atentar contra la vida, aunque sea la propia vida. Sin embargo, la agresividad tiene una dimensión mucho más amplia que la de ir contra el derecho del otro, dañar o degradar, es también la fuerza que puede ayudar a enfrentar las dificultades de la vida cuando se le da un uso positivo y para algunos autores es la base de la apetencia epistemológica. En un intento de sistematización, se incluye a la muerte por suicidio dentro de las muertes violentas. Pero la violencia, en una de sus definiciones, alude a la destrucción, implica obligar, forzar a cosas o personas para vencer su resistencia con impulso y fuerza, fuera de la razón y la justicia, acción impulsada por la ira. No parece que quien comete suicidio esté impulsado por estas fuerzas y no tiene en general intención de dañar a otro, por el contrario, cree que su muerte no sólo lo aliviará a él, sino que será también un alivio para sus seres queridos. [2]
 ¿Qué pasa con el manejo de la culpa frente al suicidio? Tendemos a culpabilizar al suicida o a la familia, ¨alguien tiene que ser culpable¨, como si se tratase de un homicidio. Hacemos juicios de valor sobre la conducta, la sociedad suele hablar de cobardía o valentía, fortaleza o debilidad, etc.  (desde etapas tempranas de nuestro desarrollo cognitivo hacemos el ejercicio de clasificar cosas, personas, actitudes y nos es muy difícil abstenernos de ello).
En el caso de una familia del interior que me tocó asistir, se había suicidado uno de los niños con sólo diez años.  Había en la familia una larga historia de maltrato, toda esa agresividad, en el caso de este niño, se volvió un dolor insoportable. En caso de uno de sus hermanos, en una posición más saludable se expresaba en trastornos de comportamiento, ese manejo de la agresividad a este último le permitía sobrevivir. Hubo una condena social muy fuerte hacia la madre del niño que se suicidó, pues, por tratarse de un niño, nadie ¨culpaba al suicida¨; se culpó a la madre.  Además, era muy fácil la condena a una mujer, de contexto socioeconómico desfavorable, sola, que había tenido varias parejas violentas.       
Existe   una particularidad en la memoria del paciente que comete suicidio.   Lord George Byron, en su poética escéptica y melancólica, afirma que los recuerdos tristes siempre prevalecen sobre los recuerdos felices, en tanto el recuerdo feliz es rememorado como algo que ocurrió y no volverá a ocurrir, para él, aparecerá el sentimiento de pérdida y no de alegría al rememorar una situación de felicidad pasada. Esta cualidad de la memoria es referida ya en la mitología griega, donde se describe una isla donde crece una flor, cuyo té hace perder la memoria y es a esa isla a donde deben viajar los ¨melancólicos´´ para tomar el té y perder la memoria como método para revertir su tristeza. La tristeza aparece desde siempre ligada a la memoria. Ya lo vimos en las palabras de la adolescente que decía “…de vuelta soy chiquita y estoy muy sola…”.
 Desconozco qué mecanismos y neurotransmisores entran en juego y no es el objetivo de esta reflexión.
Esa percepción de que los momentos felices no se repetirán, es una visión negativa, pesimista del futuro.  ¡El ¨futuro¨, construcción humana si las hay! En tanto el futuro no existe de manera concreta, es lo que todavía no es; es nuestra construcción y por algún motivo el suicida no puede visualizar una imagen esperanzadora del mismo. Sólo ve en el futuro acontecimientos nefastos y pérdidas. Aquí aparece otra vez la noción de pérdida, del mismo modo que en el sentimiento de abandono que ya fue expuesto.   
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Dra. María Beatriz Golluchi Fleitas
CP:53672
2015







[1]Como los literatos escriben maravillosamente, prefiero ampliar esta idea con una cita textual de Rosa Montero (de su libro: “La ridícula idea de no volver a verte”) a propósito del sufrimiento anímico en el duelo, aplicable a nuestro caso también: El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra. Es probable que reconozcas lo que digo; quizá lo hayas experimentado, porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la alegría). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro, sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Y así estás. Tan enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena que no puedes ni hablar. Estás segura de que nadie va a oírte.
Hablo del dolor psíquico, que es devastador por lo inefable. Porque la característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad, pero una soledad monumental. Una soledad tan grande que no cabe dentro de la palabra soledad y que uno no puede ni llegar a imaginar si no ha estado ahí. Es sentir que te has desconectado del mundo, que no te van a poder entender, que no tienes palabras para expresarte. Es como hablar un lenguaje que nadie más conoce. Es ser un astronauta flotando a la deriva en la vastedad negra y vacía del espacio exterior. De ese tamaño de soledad estoy hablando. Y resulta que, en el verdadero dolor, en el dolor-alud, sucede algo semejante. Aunque la sensación de desconexión no sea tan extrema, tampoco puedes compartir ni explicar tu sufrimiento. Te callas y te encierras.

[2] Para reafirmar esta idea quiero decir que el acto suicida de ninguna manera debe considerarse partiendo de una vivencia agresiva sino de una decisión tendiente a curar un sufrimiento. Podemos equipararla a la decisión de un cirujano que agrede al cuerpo con esa misma intención. O, en el mismo sentido, el sacrificio de una mascota muy querida para que no sufra más. O, si se quiere, la eutanasia. (A. Weigle)