jueves, 12 de diciembre de 2019

A. Weigle. Deconstruyendo la "teoría" del attachment (apego)







DECONSTRUYENDO LA “TEORÍA” DEL ATTACHMENT (apego)


Todos conocemos la explicación que, en el siglo II, daba Ptolomeo al movimiento de los astros que se observa desde nuestro punto de vista en la Tierra. La Tierra estaba fija (al final, ¿quién se apercibe que nos estamos moviendo a una enorme velocidad?) y todo el conjunto de astros giraba en torno a ella. El problema era explicar por qué algunos astros giraban de un modo diferente al resto, dentro de los que estaban el sol, la luna y los planetas hasta entonces descubiertos.
La explicación muy ingeniosa que encontró Ptolomeo a dicho problema fue plantear que los astros que no acompañaban a la gran mayoría, era porque giraban en esferas diferentes. Nace así, su teoría de las esferas celestes que fue aceptada por la humanidad durante 1400 años y sigue siendo útil para los navegantes que mirando el cielo se guían por “la posición y el movimiento” de los astros.
Tuvo que venir Copérnico en el siglo XVI quien demostró con total claridad que era la Tierra que se movía, girando sobre sí misma y alrededor del sol y, además, estando inclinada sobre su eje.
La humanidad demoró 200 años en aceptar esos planteos: primero pasó por encima de Galileo (siglo XVII) y sus confirmaciones de los descubrimientos de Copérnico con su telescopio, pues no eran acordes a las creencias religiosas de la época y constituían una herejía. Y luego la humanidad esperó hasta el advenimiento de Newton (siglo XVIII) y su descripción matematizada de la gravitación universal, para barrer definitivamente la idea de la Tierra como centro del universo.
Quiero destacar con estos comentarios la enorme diferencia entre una TEORÍA como la de Ptolomeo (que tuvo su utilidad) y un DESCUBRIMIENTO como el de Copérnico que abre el campo para nuevos descubrimientos y nuevas teorías.
Salvando las distancias con ese enorme descubrimiento, podría decir algo similar en mucho menor escala con respecto a lo que hoy día se menciona continuamente como TEORÍA a propósito de un sustancial DESCUBRIMIENTO en el área de la ciencia de la psiquis.
Me refiero al descubrimiento de una función fundamental para la vida, función que en idioma español se denomina apego, como traducción inexacta de la palabra inglesa attachment (francés attachement). Y subrayo especialmente lo de función, para distinguirla claramente de la idea de teoría del apego, como se la denomina habitualmente hoy día (como puede comprobarse hasta en los últimos trabajos publicados este año 2019) y como la menciona continuamente el propio Bowlby, tema que desarrollaremos algo más adelante.
Es una función cuyo descubrimiento debemos atribuir enteramente a John Bowlby (1907-1992) aunque haya habido nociones precursoras, como ocurre muy a menudo en ciencia. Me refiero, por ejemplo, a la descripción que hace Konrad Lorenz del imprinting (impronta o troquelado) que observó principalmente en aves, una conducta innata que interpretó como necesaria para la protección de la cría aún inmadura. En este sentido, se corresponde enteramente con el objetivo de cuidado de la cría de la función de apego.





Adjuntamos ahora, dos cuadros que esquematizan lo esencial de este descubrimiento de Bowlby:

CUADRO 1:


CUADRO 2:



Creo que estos esquemas muestran de modo muy sintético los conceptos medulares surgidos de una extensa investigación empírica que, rigurosamente, ha fundamentado una función que hasta ese momento había permanecido oculta para la ciencia.
No es nuestra intención ampliar el contenido de estos conceptos pues esos desarrollos están representados abundantemente en la literatura científica sobre el tema.
Hemos tenido la suerte de estar en contacto con el tema del apego desde los primeros trabajos producidos por Bowlby, allá por las décadas de 1970-80, así como la empiria sobre el tema llevada a cabo por Mary Ainsworth, por Joyce y James Robertson y por muchos otros.
Además, pensamos que, si este descubrimiento hubiera estado en conocimiento de Sigmund Freud, Anna Freud, Melanie Klein, Jacques Lacan y otros famosos psicoanalistas, sus aportes científicos hubieran cambiado radicalmente. Desgraciadamente, esos cambios sustanciales en el enfoque de los temas psicológicos no se han producido en la medida de lo deseable y seguimos escuchando opiniones que tratan de conciliar viejas teorías con el nuevo descubrimiento.
Por ejemplo, Bernard Golse se refiere al apego como pulsión de apego o pulsión de aferramiento, tratando de ubicarlo simplemente como una aplicación de la pulsión sexual, es decir, de la libido:
No se trata de ser conciliador a cualquier precio sino sencillamente honesto. Bajo mi punto de vista no creo que la TEORÍA DEL APEGO nos obligue a revisiones tan profundas de la metapsicología como se ha podido decir.
Esto ya lo he intentado mostrar varias veces y no voy a volver hoy, salvo para volver a decir que el apego –en tanto que necesidad primaria del niño– puede muy bien verse libidinizado como el resto de necesidades y esto sería coherente con la teoría freudiana del apuntalamiento (o apoyo). (Golse, B.;  www.sepypna.com › Artículos › Psicopatología en la perinatalidad)

Estas opiniones son con las que estamos en profundo desacuerdo pues pretenden subordinar el aporte de Bowlby al pensamiento clásico del psicoanálisis como lo es la teoría de las pulsiones, teoría ésta que, según nuestra firme opinión, no resiste ni el más mínimo análisis para la epistemología actual y debería ser abandonada para siempre en beneficio del avance de la ciencia.
Desde el ejemplo inicial sobre Ptolomeo y Copérnico estamos tratando de mostrar toda la evidencia que se ha creado para afirmar que el fenómeno del apego es mucho más que una teoría; es un descubrimiento totalmente firme que nadie puede negar, descubrimiento sobre el que se puede teorizar, pero no para minimizarlo, desplazarlo o desconocerlo sino para comprender y visualizar mejor todas las consecuencias que se derivan de su real existencia. Por ese motivo es absolutamente necesario hablar del apego como una FUNCIÓN. Esta función era ya intuida de varias maneras por científicos y literatos, pero nadie la había descrito con la firmeza y los argumentos sólidos y empíricos que desarrolla Bowlby.
Sin embargo, no nos ayuda para nada el propio Bowlby pues continuamente se refiere a la TEORÍA DEL APEGO y extraemos, de sus últimos escritos, sólo una de sus numerosas referencias al respecto:

Aquello que, por conveniencia, yo designo como TEORÍA DEL APEGO es un modo de concebir la propensión que muestran los seres humanos a establecer sólidos vínculos afectivos con otras personas determinadas y explicar las múltiples formas de trastorno emocional y de alteraciones de la personalidad, incluyendo aquí la ansiedad, la ira, la depresión y el apartamiento emocional, que ocasionan la separación involuntaria y la pérdida de seres queridos. Como cuerpo de TEORÍA se ocupa de los mismos fenómenos que hasta ahora habían sido tratados como "necesidad de dependencia" o de "relaciones objetales" o de "simbiosis e individuación". Aunque incorpora mucho pensamiento psicoanalítico, la TEORÍA difiere del psicoanálisis tradicional al adoptar diversos principios que derivan de las disciplinas relativamente nuevas que son la etología y la teoría del control; al hacerlo así puede prescindir de los conceptos de energía psíquica y de impulso y establecer también estrechos vínculos con la psicología cognitiva. Se le atribuyen los méritos de que, mientras que sus conceptos son psicológicos, son compatibles con los de la neurofisiología y de la biología evolutiva y también el hecho de ajustarse a los criterios corrientes de una disciplina científica. (Bowlby, J., “Vínculos afectivos” 7ª conferencia, ed. Morata, 1986)

Para comprender esta posición de Bowlby debemos, antes que nada, situarnos en la época y el lugar en donde estaba realizando su tarea científica. Era Londres en la mitad del siglo pasado y allí florecían varios pensadores que exponían teorías psicoanalíticas derivadas de la obra de Freud. Estaban, por ejemplo, Melanie Klein, Anna Freud, Donald Winnicott, Wilfred Bion, Michael Balint, Ronald Fairbairn y dejamos muchos en el tintero, como también obviamos a otros investigadores de países donde florecía el psicoanálisis (p. ej. Jacques Lacan en Francia o Heinz Kohut y Erik Erikson en Estados Unidos).
Creemos que Bowlby se refiere a todos ellos como dependientes, en buena medida, del psicoanálisis tradicional mientras que sus planteos se alejan sustancialmente del mismo, al estar sustentados por disciplinas muy diferentes, como lo son la etología y la teoría del control ya mencionadas en la cita transcripta. Es en ese medio científico donde él expone su descubrimiento de la FUNCIÓN DE APEGO y piensa sinceramente que es sólo una “teoría” más, de todas las que están desarrollándose y lo que intenta es demostrar que esa “teoría” tiene un serio fundamento empírico.
Parecería que Bowlby, en muchos de sus textos, intuye la importancia de su aporte a la ciencia, pero no llega a darse cuenta de la enorme dimensión del mismo y que, por lo tanto, no destaca el hecho de que ese aporte ya no es una “teoría” sino que ha pasado a la superior categoría de DESCUBRIMIENTO de una nueva FUNCIÓN que abarca no sólo a los humanos sino a todas las aves y mamíferos.
Es una función que lleva no menos de 100 millones de años de existencia pues tiene que ver con el salto evolutivo que conduce a la aparición de los mamíferos y de las aves, con sus compartidas condiciones de regulación de la temperatura corporal (homeotermia) y de alimentación de las crías - amamantamiento u otras formas - pues nacen inmaduras (neotenia). Estas dos condiciones – homeotermia y neotenia – permitieron a estas clases una adaptación mucho mayor a los ambientes cambiantes del planeta, ya sea a los variables climas como a otras diversas características del medio.
Los humanos poseemos una inmadurez programada (neotenia) mayor que ninguna otra especie lo que nos hace mucho más frágiles al nacer y mucho más dependientes de protección y cuidado, pero a su vez, mucho más adaptables a las variaciones del entorno. Y, como nos lo dice Wikipedia en parte de su definición de “neotenia”:
  Esto nos permite seguir aprendiendo y adquiriendo nuevos hábitos durante toda o casi toda nuestra vida. Por su parte, el etólogo y antropólogo Desmond Morris ha relacionado ciertas sensaciones gozosas de adultos de nuestra especie, el sentirse protegidos o queridos, con la neotenia (The Nature of Happiness, 2004)

Creemos que Bowlby conocía bien estos aspectos relacionados a la aparición del apego en la filogenia, sin embargo, sólo en pocas ocasiones aparece en sus escritos la palabra función para calificarlo. Muchas más veces está calificado como comportamiento o conducta. Pero veamos tres citas donde está de ambas formas.

Una:
El comportamiento de apego es una forma de conducta instintiva que se desarrolla en el hombre, al igual que en otros mamíferos, durante la lactancia y tiene como finalidad o meta la proximidad a una figura materna. La FUNCIÓN del comportamiento de apego consistiría en la protección contra depredadores. (Bowlby, J.; “Formación, desarrollo y pérdida” pág. 111)

Otra:
Si bien la conducta de apego es muy obvia en la primera infancia, puede observarse a lo largo del ciclo de la vida, sobre todo en situaciones de emergencia. Dado que se observa en casi todos los seres humanos (aunque según pautas variables), se la considera parte integral de la naturaleza humana y como algo que compartimos (en distinto grado) con miembros de otras especies. La FUNCIÓN biológica que se le atribuye es la de la protección. Tener fácil acceso a un individuo conocido del que se sabe que está dispuesto a acudir en nuestra ayuda en una emergencia es evidentemente una buena póliza de seguros...cualquiera sea nuestra edad.
Al conceptualizar el apego de este modo, como una forma fundamental de conducta con su propia motivación interna distinta de la alimentación y el sexo, y no menos importante para la supervivencia, a la conducta y a la motivación se les concede una categoría teórica que nunca se les había dado, aunque tanto los padres como los clínicos durante mucho tiempo han sido intuitivamente conscientes de su importancia. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 41)

Otra:
Aunque los alimentos y el sexo en ocasiones desempeñan un papel importante en la relación de apego, esta relación existe por derecho propio y tiene una FUNCIÓN propia y clave para la supervivencia, es decir, de protección. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 142)

Entendemos, pues, que la FUNCIÓN básica del apego (como lo dice el CUADRO 1 supra) es la búsqueda de proximidad y esta proximidad es la que otorgará protección en todos los sentidos posibles. Volveremos luego para mayores precisiones sobre esos diversos sentidos protectores.
Pero agreguemos algo más sobre el mundo científico en la época de Bowlby (y que aún se mantiene en muchas comunidades de enseñanza del psicoanálisis) para comprender mejor su cuidado al comunicar su pensamiento.
Las nuevas ideas que contradicen lo establecido, muy a menudo merecen fuertes críticas (el fenómeno “Galileo” parece que es eterno entre nosotros) y sobre eso nos habla Bowlby en este fragmento que transcribimos, donde se nota su disgusto por el rechazo a sus aportes y, además, nos advierte sobre la excesiva adherencia a las teorías, pues se obstaculiza así el desarrollo de la ciencia:

 Un problema con el que se encuentran todos los analistas que han propuesto nuevas IDEAS TEÓRICAS es el de la crítica de que la nueva TEORÍA no es “psicoanálisis”.
Tales críticas dependen, por supuesto, de nuestra definición del psicoanálisis. Lo más lamentable es que definirlo desde el punto de vista de las teorías de Freud es demasiado frecuente.
 Esto está en contraste con las definiciones adoptadas por las disciplinas académicas, que están siempre en función de los fenómenos que deben ser estudiados y de los problemas que deben ser resueltos.
 En tales disciplinas, el progreso está frecuentemente señalado por cambios en la teoría, en ocasiones de carácter revolucionario.
 Mientras los analistas continúen definiendo el psicoanálisis desde el punto de vista de una teoría particular, no podrán quejarse de que su disciplina sea tratada con indiferencia por los académicos. Más aún, definiéndola así la están condenando a una fría inercia. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 74)
*********
Volviendo ahora al CUADRO 1, vemos que allí se establece al apego, no solamente como “búsqueda de proximidad” sino “con despliegue de afectos característicos”. ¿A qué se refiere esta acotación? ¿Cuáles son esos afectos?
Digamos primero que la mayor parte de las funciones somáticas se cumplen de modo automático, sin acceder al campo de conciencia. Unas pocas sí lo hacen (motricidad voluntaria, alimentación, eliminación, cópula…) y el apego pertenece a ese grupo al realizar actos y vivenciar afectos.
Además, es una función que señala un particular modo de unión entre las personas. S. Freud era muy drástico al afirmar que la función sexual era la más válida para entender esa unión y no un supuesto instinto gregario como se pensaba en su época. Nadie niega que el sexual sea un factor de unión muy poderoso y mucho más antiguo pues remite a los orígenes de la vida sobre la Tierra. Pero el apego nos habla de un factor de unión también poderosísimo, ya no para la conservación de la especie, pero sí para la supervivencia y la protección social, como nos lo decía Bowlby en la cita transcripta.
Presentamos de modo sintético en el siguiente cuadro, las distintas funciones que hasta ahora se pueden detectar para explicar la unión de los humanos, siempre teniendo en cuenta que la acción de estas funciones es conjunta e interactiva, aunque en distintas proporciones según el caso considerado:
CUADRO 3:



En tercer lugar, si ahora nos preguntamos sobre la naturaleza de los afectos inherentes al apego y buscamos una respuesta en los textos de Bowlby, encontraremos muy abundantes referencias y sólo pondremos algunas como ejemplo:

…muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la renovación de aquellas relaciones en las que una de las partes está proporcionando una base segura a la otra, o en las que alternan los respectivos papeles. Mientras que el mantenimiento imperturbable de tales relaciones es experimentado como una fuente de seguridad, la amenaza de ruptura o pérdida da lugar a ansiedad, y con frecuencia a ira, y la pérdida afectiva, a pesadumbre. (Bowlby, J.; “Formación desarrollo y pérdida” pág. 131)

En resumen, y en mis términos, el niño —y posteriormente el adulto— tiene miedo a sentirse apegado a cualquiera por temor a otro rechazo y a toda la angustia, la ansiedad y la ira a las cuales conduce. Como resultado, existe una obstrucción importante que se contrapone a la expresión o incluso al sentimiento de su deseo natural de una relación íntima y confiada, de cuidados, consuelo y AMOR... que yo considero las manifestaciones subjetivas de un sistema importante de conducta instintiva. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 70)

Otro punto que quiero subrayar acerca de la conducta de apego consiste en que es una característica de la naturaleza humana a lo largo de nuestras vidas, desde la cuna hasta la tumba. Es cierto que por lo general resulta menos intensa y menos absorbente en los adolescentes y en los adultos que en los primeros años de vida. Sin embargo, el deseo de AMOR y cuidados es muy natural cuando una persona está ansiosa y perturbada. (Ibídem. pág. 100)

…es aquélla en que la madre —cuya infancia ha transcurrido desprovista de AMOR— busca en su propio hijo el AMOR del que ha carecido hasta ese momento. Al actuar así, invierte la relación normal progenitor-hijo, exigiendo al niño que actúe como progenitor mientras ella se convierte en hija. (ibídem pág. 127)

Cuando en un grado notorio ese individuo intenta vivir su vida sin el AMOR y el apoyo de otras personas, intenta volverse emocionalmente autosuficiente y con posterioridad puede ser diagnosticado como narcisista o como poseedor de un falso si-mismo del tipo descrito por Winnicott (1960). (ibídem pág. 146)

La amenaza de negar el AMOR a un niño como medio de control (ibídem pág. 169)

Si bien en estas citas se nombran distintos afectos podemos afirmar que el afecto básico en torno al cual giran todos los demás es el que, universalmente, se denomina AMOR y así lo destacamos en los pasajes que seleccionamos de entre los muchos donde aparece.
O sea, la búsqueda de proximidad está animada por ese sentimiento particular definido como amor, sentimiento que tiñe todas las conductas desplegadas en ese vínculo particular que llamamos apego.
El amor aparece muy tempranamente en el niño acompañando la aparición del apego ya programado genéticamente. Esta aparición se produce en nuestra especie entre los 4 y los 8 meses por la marcada inmadurez humana al nacer a diferencia de lo que ocurre en la inmensa mayoría de aves y mamíferos.
Una manifestación de la falla o distorsión de la programación genética del apego se puede observar en el elemento común que une a los diversos trastornos del espectro autista, es decir el componente AUTISTA. Estas características típicamente autistas se señalan con claridad en los manuales que describen los criterios diagnósticos de estos trastornos:

Del DSM 5 (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fifth Edition) extraemos:

Deficiencias persistentes en la interacción social… deficiencias en la reciprocidad socioemocional… acercamiento social anormal… disminución de emociones o afectos compartidos… anomalías del contacto visual… falta total de expresión facial… dificultades para ajustar el comportamiento en diversos contextos sociales…o para hacer amigos… hasta la ausencia de interés por otras personas.

Aún más claro es el CIE 10 (Clasificación Internacional de Enfermedades) en su código F84.0:

Alteración cualitativa de la interacción social recíproca:
a.              Fracaso en la utilización adecuada del contacto visual, de la expresión facial, de la postura corporal y de los gestos para la interacción social.
b.              Fracaso del desarrollo de relaciones con otros niños que impliquen compartir intereses, actividades y emociones.
c.              Ausencia de reciprocidad socio-emocional, puesta de manifiesto por una respuesta alterada o anormal hacia las emociones de las otras personas, o falta de modulación del comportamiento en respuesta al contexto social o débil integración de los comportamientos social, emocional y comunicativo.
d.              Ausencia de interés en compartir las alegrías, los intereses o los logros con otros individuos.

Luego de muchos años en los que se sostenía que la falla en el apego en estas afecciones se debía a déficits en la interacción con las figuras de apego, pasó a estar hoy está claramente establecido que la falla proviene, no de la interacción sino del sistema neurológico. Y que la parte autista del trastorno consiste en la incapacidad para entender el vínculo que denominamos amor, cariño, ternura, etc. Esto está plenamente mostrado en el extraordinario caso de Temple Grandin que describe el eminente neurólogo Oliver Sacks bajo el título “Un antropólogo en Marte” (extraer de la app. ebiblioteca). También lo vemos con claridad en la película ADAM (2009. direc. Max Mayer) que está en las redes.

Son totalmente distintos los trastornos que proviene de interacciones patológicas. El salto es bien evidente: se pasa de una etiología individual a una etiología vincular. Los ejemplos claros que nos presenta, tanto el DSM 5 como el CIE 10, son el trastorno de apego reactivo y el trastorno de relación social desinhibida que exhiben idéntica etiología que transcribimos tal cual:

El niño ha experimentado un patrón extremo de cuidado insuficiente, como se pone de manifiesto
por una o más de las características siguientes:
1.              Negligencia o carencia social que se manifiesta por la falta persistente de tener cubiertas las necesidades emocionales básicas para disponer de bienestar, estímulo y afecto por parte de los cuidadores adultos.
2.  Cambios repetidos de los cuidadores primarios que reducen la oportunidad de elaborar un apego estable (p. ej., cambios frecuentes de la custodia).
3.  Educación en contextos no habituales que reduce en gran manera la oportunidad de establecer un apego selectivo (p. ej., instituciones con un número elevado de niños por cuidador).

Es necesario destacar - Bowlby lo hace continuamente - que los vínculos eróticos son totalmente diferentes de los vínculos de apego. Para Freud, estos vínculos - que él llamaba tiernos (no llegó a conocer el pensamiento de Bowlby) - eran sólo una expresión de la libido. Pero le fue muy difícil explicar su carácter duradero, tan distinto al de los vínculos placenteros eróticos y su carácter de descarga pasajera. (Ver la opinión de Freud en el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche, “Inhibido o coartado en su fin”, Zielgehemmt = meta inhibida)

Afirmaremos, pues, que son claras las “leyes” del CUADRO 2 (denominadas leyes por nosotros, porque los autores les llaman efectos) y están todas apoyadas en empiria plenamente convincente.
También diremos que son claras las emociones que acompañan al vínculo de apego, empezando por lo que ya hemos señalado como amor, cariño, afecto, querer y otras vivencias muy próximas como protección, amparo, cobijo, sostén (Winnicott), continentación (Bion), empatía (Kohut), etc.
(Como a menudo se usa la palabra amor vinculada a lo sexual, hemos optado por usar la expresión amor entrañable para referirnos a lo que las personas sentimos intensamente por padres, hijos, hermanos, parejas, amigos, mascotas, terruños, querencias, oficios etc. y que bien sabemos que es algo muy distinto al atractivo erótico.)
Son igualmente claras las emociones que se despiertan con la pérdida o la separación de un importante objeto de apego y eso está bien señalado en la casuística de Bowlby.
Para decirlo con sus palabras:

Un rasgo de la conducta de apego de enorme importancia clínica, prescindiendo de la edad del individuo, es la intensidad de la emoción que la acompaña, dependiendo el tipo de emoción originada de cómo se desarrolle la relación entre el individuo apegado y la figura del apego.
 Si la relación funciona bien, produce alegría y una sensación de seguridad. Si resulta amenazada, surgen los celos, la ansiedad y la ira. Si se rompe, habrá dolor y depresión. Finalmente, existen pruebas fehacientes que el modo en que la conducta de apego llega a organizarse dentro de un individuo, depende en grado sumo de los tipos de experiencia que tiene en su familia de origen o, si es desafortunado, fuera de ella. (Bowlby, J.; “Una base segura” pág. 16)

Como puede apreciarse, el amor entrañable está expresado en esta cita como la intensidad de la emoción que… acompaña a la conducta de apego…Pero, además, están indicadas aquí emociones básicas que se despiertan cuando, por diversos motivos se frustra o se distorsiona el vínculo de apego: ansiedad, ira, depresión, celos, dolor anímico…

Para terminar, haremos un comentario sobre los distintos tipos de apego que se han descrito ya desde la época de Bowlby especialmente de la mano de Mary Ainsworth. En este tema sí que podemos hablar de TEORÍA, generada a partir del descubrimiento de la función de apego, porque es un tema difícil, complejo y oscuro sobre el que es posible discrepar, corregir o cambiar por otras teorías.
En un intento de ordenar las distintas formas que presenta el apego en las numerosas observaciones que realizan continuamente un conjunto cada vez mayor de investigadores interesados en el tema, se clasificaron las siguientes:
ü   apego seguro, la forma normal y deseable
ü   apego ambivalente
ü   apego evitativo
ü   apego desorganizado
…siendo estas tres últimas, indicadoras de sufrimiento anímico.
No vamos a describir aquí las características de estas diferentes formas pues están abundantemente presentadas en la literatura al respecto y a ella nos remitimos. Sí diremos que han sido obtenidas, sobre todo, de numerosas observaciones del modo de vínculo de niños con sus figuras de apego. Además, han podido ser corroboradas en adultos por conflictos claramente relacionados con situaciones similares vividas en su niñez.
Pero parece de muy difícil definición, el lograr perfilar trastornos claramente identificables del apego para así incluirlos en un manual clasificatorio como el DSM o el CIE10.
Y al pensar en qué consiste esta dificultad, podemos pergeñar los siguientes puntos:

Ø     El hecho de estar observando una interacción entre dos (o más) participantes. Ya sabemos lo difícil que ha sido (y sigue siendo) clasificar tipos de familia, justamente por la gran variabilidad que se desprende de las interacciones múltiples generadas entre varios participantes y que se complican de modo exponencial a medida que aumenta el número de los mismos. Pues bien, la misma situación la tenemos cuando analizamos las conductas de apego porque lo observado no depende sólo de la acción de uno de los participantes sino de ambos. El propio Bowlby nos muestra que la mejoría que observa en la calidad de vida de las personas que lo consultan, está apoyada no sólo en el mayor conocimiento que adquieren de sí y de sus vínculos, sino en la generación con su terapeuta de un vínculo de apego que oficia como corrector de experiencias actuales o pasadas. Es la propia interacción la generadora de cambios en la experiencia.

Ø     Al tratar de definir sólo a uno de los participantes. Puede sucedernos que encontremos rasgos coexistentes de varias de las formas descritas y en distintas proporciones según con qué figura de apego esté interactuando. Sólo es más clara la definición del caso cuando consideramos características bien opuestas. Así sucede en los dos tipos descritos por los manuales clasificatorios pues en ellos, el niño es o excesivamente desconfiado (para la forma “inhibida”) o excesivamente confiado (para la forma “desinhibida”). Se nos dirá que estas dificultades clasificatorias son habituales para muchos de los trastornos que describen estos manuales. Esto es sustancialmente cierto, motivo por el cual no debemos ser para nada estrictos con las clasificaciones y servirnos de ellas como orientadoras, para comunicarnos entre nosotros o para comparar resultados. Pero quizás debemos ser muy cautos al tipificar casos particulares.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

A. Weigle. La Homosexualidad no existe



octubre de 2019

LA HOMOSEXUALIDAD NO EXISTE

Alberto Weigle
psiquiatra pediátrico
psicoanalista



Haremos algunas aclaraciones que surgen de meditaciones a lo largo de muchos años sobre un tema tan sensible como lo es el de la llamada homosexualidad y que, afortunadamente, está sobre el tapete del interés de la sociedad como nunca antes - que sepamos - en la historia humana. Si alguien conoce una época con las enormes, masivas manifestaciones humanas que hay hoy día sobre el tema, por favor nos lo comunica.
Le rogamos al lector que desista ya de leer este artículo si no está dispuesto a enfrentarse con un texto de teoría psicológica y lingüística pura y dura lo que significa dejar a un lado lo que corresponde a moral, derechos, libertad de elección, políticas, reivindicaciones - y otras implicancias del tema que se me puedan escapar - que son todas harinas de otros costales. Pero la teoría, si es fecunda, tendrá consecuencias sobre todos estos aspectos.
Lo primero que vamos a abordar es una cuestión de definiciones. Si no nos ponemos de acuerdo sobre el significado de los términos que usamos, terminamos en discusiones totalmente inútiles.
Veamos entonces homosexual: es palabra compuesta, homo (igual) sexo, del mismo sexo. Cualquiera puede inferir que se refiere a la persona que busca relacionarse sexualmente con una persona de su mismo sexo. Ésta sería la versión standard que se usa habitualmente para referirse al tema, sin apercibirse de las complejidades que encierra.
Empecemos por ver con lupa la palabra sexo; aquí es tomada claramente en dos sentidos muy diferentes:

Ø     si decimos relacionarse sexualmente estamos claramente aludiendo a una viejísima función biológica que se puede detectar hasta en los seres unicelulares, que cumple el objetivo de mantener la especie y, más allá de eso, a través de los mecanismos de mutación y selección viene a explicar la evolución de las especies hasta nosotros los humanos, como brillantemente nos lo demostró Darwin. Al ser necesaria la unión de los dos gametos - XX + XY - para llevarse a cabo el proceso, la biología se vale entonces del atractivo para unir a los individuos portadores de esos gametos. Ese atractivo, en nuestra especie, lo conocemos bien, aparece con toda su intensidad en la adolescencia y dura casi toda la vida, apagándose lentamente en la vejez más tardía.
No entraremos en detalle sobre semejanzas y diferencias entre varón y mujer de dicha función, pero diremos que, para ambos, se refiere a todas aquellas acciones y sensaciones que, a partir de estimulaciones específicas generadoras del deseo sexual, se organizan con la meta de la descarga placentera bajo la forma del orgasmo o sus equivalentes. Estas acciones se llevan a cabo a través de la cópula macho/hembra que cumple con la finalidad biológica imprescindible para mantener la especie.
Pero existen, para los humanos, finalidades alternativas de enorme importancia que mencionaremos luego y
entre tanto agreguemos dos aspectos importantes que caracterizan a la función sexual:
-                       es una función que puede ser aplazada indefinidamente pues su ausencia no acarrea ningún riesgo de vida para el soma individual. Para que se cumpla - y salvar así a la especie - la programación genética le ha adjudicado el mayor monto posible de placer, a través de los centros de recompensa cerebrales. Otras funciones pueden ser aplazadas, como la alimentación p. ej., pero no indefinidamente, por lo que su carga placentera es sensiblemente menor.
-                       es una función que tiene una peculiaridad única: no es individual sino necesita del vínculo entre individuos – o sea: indivisos - para su cabal realización. Usamos, entonces, la expresión relacionarse para la necesidad que haya otra persona. No es, pues, una función individual, incluso en la auto estimulación donde, lo más a menudo, juega un papel esencial la fantasía con un otro imaginado; más raramente sólo se acude a la estimulación mecánica sin imágenes. Este tema del vínculo ha dado lugar a extensísimos desarrollos y sobre él volveremos luego.
-                        
Ø     si decimos mismo sexo usamos la palabra sexo con un sentido totalmente diferente: ya no es más referida a una función con un supuesto elevado monto de placer sino referida a una diferencia esencial que divide a los individuos de las especies en general: la diferencia entre hembra (latín: fémina) y macho (latín: másculo). Pasamos de la función a la identidad. Preguntamos ¿es justo mantener esta homonimia de la palabra sexo que da lugar a innumerables confusiones? Nos negamos enfáticamente a mantener ese equívoco y pasamos a usar sistemáticamente la palabra género para referirnos a la diferente identidad masculina-femenina.[1]
Pero el asunto no es sencillo porque hay otro uso de género donde las cosas vuelven a enredarse. Veamos esto:
 “El Diccionario Panhispánico de Dudas asegura que las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género) (Google)
Esto se corresponde con el uso de sexo como diferencia y no como actividad. Actividad supuesta placentera, aunque muchos dirían que no tanto, o que no en absoluto, o que lo contrario, pues es una actividad que se presta para múltiples usos; si no, que lo digan l@s trabajador@s sexuales.
Ampliando el tema del sexo como actividad placentera podemos observarlo como:
1.                   oficio y fuente laboral - “el oficio más antiguo de la humanidad” - tanto para mujeres como para varones
2.                   actividad comercial: la venta de pornografía en todas sus formas; también se ve en la promoción de cualquier producto que, muy a menudo, se reviste del atractivo erótico para lograr su fin
3.                   actividad adictiva, cumpliendo las funciones de toda adicción, o sea, atenuar el sufrir psíquico en sus variadas formas (ansiedad, depresión, exaltación, ira)[2]
4.                   actividad recreativa que toma mil formas de acuerdo al ingenio y la creatividad de sus participantes (y que no debería ser juzgada – como lo es a menudo -  mientras se respeten los consentimientos)
5.                   complemento del amor. En este sentido podemos decir que amor y sexo se potencian el uno al otro siendo ambos componentes del amor romántico - que idealiza a la otra persona - o del amor entrañable, que es ese amor inamovible, implícito y que se evidencia especialmente cuando amenaza perderse [3]
6.                   al servicio del odio y no del amor. Allí están los sádicos, los violadores, los torturadores, los abusadores, los pedófilos, es decir, la maldad bajo la forma de actividad sexual
7.                   al servicio de la reproducción. Es la forma original de la función que, por supuesto, se cumple ampliamente para asegurar la sobrevivencia de la especie, más allá de la intención de quien la ejecuta.

Pensamos que bastan estos ejemplos de uso de la función para señalar su enorme difusión e importancia en la conducta humana, lo que llegó a impresionar de tal modo a Freud que pensó que era el primum movens del drama humano. Tal es así que no distinguió entre sexo como función y sexo como diferencia (es decir, género) y a todo le llamó SEXO contribuyendo a una confusión de definiciones que se mantiene fuertemente hoy día en los medios académicos psicoanalíticos más ortodoxos.
Otra observación: una función de tal magnitud y repercusión en el transcurrir de la vida humana será inexorablemente sometida a su regulación por leyes, normas, usos y costumbres que abarcan desde el control del pudor más nimio a las condenas y castigos más rigurosos. Pasa a ser la función humana con mayor monto, por lejos, de regulaciones de todo tipo.

Volviendo al tema del sexo como diferencia – es decir, al género – no podemos ponernos de acuerdo con el diccionario panhispánico de dudas pues no analiza en profundidad el asunto y nuevamente usa sexo para referirse, no a la función placentera de cópula, sino a la clasificación – macho/hembra - de los seres vivos, indicando ex-profeso no usar género para ese fin (¡qué lío!).
Recapitulando:

v    SEXO = término usado para señalar una función destinada a la conservación de las especies, programada genéticamente, con características peculiares para cada especie. La cultura humana no puede, ni generarla ni suprimirla, aunque puede, como ya vimos, aplicarle diversos usos, además del específico.

v    GÉNERO = término usado con un criterio clasificatorio que se aplica a muchos temas que no necesitamos detallar (numerosas cosas son de diverso género). A nosotros nos interesa cuando se aplica para clasificar femenino/masculino, tanto a las palabras como a los seres vivos. En las palabras, además se agrega el neutro que es poco usado en español, pero mucho en otros idiomas (inglés, por ejemplo). No nos ocupa ese tema de las palabras y nos parece insensato modificar el idioma para atenuar el machismo cultural pues son dos cosas muy disímiles.
Pero en los seres vivos tenemos dos usos de la palabra género:

-   género biológico: es una clasificación nítida. Si excluimos a los casos de inter-género que pertenecen a la patología genética u hormonal (con una incidencia escasa de 0,01%), todos los individuos de cualquier especie pueden clasificarse como femeninos o masculinos. Todas sus células serán distintas pues unas serán XX y otras XY. Éste es el género que en todos lados se nombra como sexo (formularios, documentos, fichas, cualquier referencia identificatoria de las personas; también, sexo femenino, sexo masculino, sexo débil, etc., etc.) ¿Cómo hacer para aclarar y modificar semejante entuerto?  

-   género cultural: aquí viene el tema, el gran tema, el profundo, oscuro y tergiversado tema que intentaremos ampliar en lo que sigue.

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La cultura, nuestra cultura humana, nace con el gran desarrollo del neo córtex y la consecuente aparición de la función semiótica, hace quizás 100.000 años. A partir de allí y gracias a la continua acumulación por transmisión inter generacional, la cultura se ha transformado en una enorme herencia por fuera de los genes, cosa que nos distingue del resto de las especies. Es en ese sentido amplio que tomaré la noción de cultura, implicando todo lo adquirido en la historia de la humanidad.
Pues bien, esa cultura, entre sus tantas e importantísimas funciones, cumple una que es crucial: generar, preservar y armonizar la identidad de cada persona, la que pasará así a insertarse en el universo de todas las demás personas.
El tema es éste: ¿quién soy? ¿quiénes son los demás? ¿cómo nos reconocemos mutuamente? ¿cómo hace la cultura para responderme esas interrogantes?
Pensemos que, si no se genera esa identidad, si no se preserva para que no se borre y si no se armoniza con el conjunto de todas las otras identidades, la cultura total se volatiliza.
Un ejemplo: si el inter juego de identidades no está resuelto, ¿cómo identificar al culpable? ¿o al pecador? ¿o al inocente? ¿se disuelve la moral? ¿se acaba la justicia? ¿se derrumba la ética religiosa?
Otro ejemplo: si queremos coordinar acciones para cualquier tarea conjunta ¿cómo definir papeles y responsabilidades de los participantes si éstos no han sido claramente identificados? Y así siguiendo…
Pues bien, la cultura - es decir, nosotros - necesita imperiosamente identificar a cualquiera de sus miembros y lo hace de múltiples formas: lo incluye en la red pronominal de la lengua (yo, tú, él, ella…), o en las redes de parentesco (padre, madre, hijo… nombre y apellido…), o en los grupos de pertenencia (patria, profesión, oficio…), o en las clasificaciones de cualquier tipo (personalidades, talentos, patologías…).
Y una manera básica de identificarlo es definir su género femenino/masculino.
Pero, estamos hablando de la identidad que otorga la cultura y ahora debo señalar un punto fundamental en relación al objeto de estas meditaciones: la identidad otorgada es sólo una pata de este proceso pues no basta con otorgarla; es imprescindible que el identificado asuma ese otorgamiento.
La identidad humana, entonces, se está formando y reformando continuamente en esa franja de interacción entre lo que otorga la cultura y lo que asume el sujeto.
Podemos decir, por tanto, que el sujeto se apropia de lo que le ofrece su entorno y así se va constituyendo como persona. Pero la propiedad más importante para una persona es su propio cuerpo, el soma, sin el cual no existe. Y allí, en ese cuerpo, radica la marca biológica ineludible de su pertenencia a un género, sea femenino o masculino.
Pero el afán identificatorio de la cultura sobre el género es muchísimo más intenso. Para nada se contenta con la comprobación que le ofrece la biología. A todos nos pasa que, enfrentados a algún ser humano cualquiera, inmediatamente queremos saber a qué género pertenece y al no poder comprobarlo por la observación de sus genitales - privilegio de los campos nudistas y de los pueblos de costumbres muy primitivas - nos guiamos por los mil detalles que la cultura ha desarrollado para definir el género. Si ese ser humano exhibe una serie de datos contradictorios o ambiguos respecto a su identidad de género, nos despierta una inquietud que no cesa hasta que definimos el tema (o nos damos por vencidos).[4]  
 ¿Acaso no establecemos desde el nacimiento esa distinción, con el rosado, el celeste u otros símbolos? Pues bien, esa distinción se multiplica de una manera tan extensa que podemos decir que la cultura imprime un carácter femenino o masculino a las formas de hablar, caminar, bailar, saludar, comer, gesticular, etc. etc.
Un supuesto intento de unificar los géneros como la moda unisex - que debería llamarse unigender - en realidad conduce a unificar para el lado masculino. No veo que se haya unificado para el lado femenino y por lo tanto todos pasar a usar faldas, gasas, puntillas, rostros maquillados, tacos alfiler.
Pero sí se unificó para el lado masculino usando vaqueros, botas, camperas, camisas, camisetas, gorras, dando a estos abalorios masculinos un sesgo femenino claro. Siempre la maldita predominancia masculina: ¡sacame de ahí al sexo débil! ¡mirá si voy a convertirme en una mujercita!
Decimos que el niño de unos 2 años, cuando inaugura su función semiótica pasa a estar inmerso en el baño de lenguaje que le proporciona su medio cultural. Esa función, también llamada simbólica, está ya programada en su acervo genético y es la que le permite hablar, jugar, dibujar, representar, etc. Pues bien, lo mismo podemos decir del baño de identidad de género que también le ofrece la cultura.
Cuando están atravesando esa etapa de su desarrollo - que representa su primer acceso a su status como persona - podemos decir que los niños son una esponja ávida de integrar identificaciones que provienen de los semejantes que los rodean y sostienen.
Freud observó los comportamientos de estos niños muy pequeños y atribuyó las conductas identificatorias con ambos géneros a una especie de bisexualidad básica. Analizando el caso de Juanito[5], notó que el niño tenía conductas que podían corresponder a ambos géneros así como momentos de “enamoramiento” del niño tanto de niñas como de niños. De allí dedujo esa bisexualidad básica que luego maduraría a la mono sexualidad futura. Para eso aunó, sin percatarse de ello, tres elementos que incluyó en el rubro sexualidad:
·                     identidad de género (el tema del género aparece ya incluido en el prefijo bi de la expresión bisexualidad que alude a masculino-femenino)
·                     libido: ésta viene a ser, para él, la energía de la pulsión sexual regida por el principio del placer y que nosotros tipificamos como la función sexual de cópula, elevadamente placentera, esencial para el mantenimiento de la especie pero que en los humanos tiene múltiples usos, como ya enumeramos.
·                     amor, que debemos diferenciar de sexo, como aclaramos en la nota nº 3

Asistimos así a una unificación, bajo el rubro sexual, de sexo, género y amor.[6]

Estamos aquí tocando el meollo del asunto que nos ocupa. No deberíamos llamar homosexualidad a un tema que no tiene que ver con la función sexual sino con la identidad de género.

En ese período tan sensible, entre los dos y los cinco o seis años, está tomando forma un nuevo ser humano, y adquiere, no sólo la lengua (sabemos que puede aprender hasta veinte palabras nuevas cada día), sino muchos otros aspectos que le ofrece su medio y que, conjuntamente con los aportes de su herencia genética, pasarán a formar parte de su status como persona.
Ese niño, entonces, enfrentado a la oferta identificatoria que le otorga de forma profusa el medio humano que lo rodea, pasará a asumir e integrar de manera variada numerosos caracteres entre los que se hallan, por supuesto los rasgos que la cultura define como femeninos o masculinos.
Si queremos determinar los patrones que rigen ese proceso identificatorio nos encontramos con un serio problema pues dichos patrones son profundamente ignorados por nuestra ciencia actual.
En principio, podemos decir que ese proceso es completamente automático. No decimos inconciente porque el inconciente freudiano es un concepto totalmente distinto que no es del caso definir aquí. Decimos solamente “automático” como lo son la inmensa mayoría de las complejísimas funciones que realiza el sistema nervioso sin que podamos tener el más mínimo dominio sobre ellas.
Pues bien, esa enorme nueva función que debe llevar a cabo nuestro sistema nervioso que es, nada más y nada menos, que la constitución de una identidad, de una persona (propiedad exclusiva de los humanos) es, por supuesto, totalmente automática. Dentro de esta función pasarán a organizarse, de alguna manera, ambos rasgos femeninos/masculinos que ofrece la cultura.
Al no tener el niño, desde su auto-conciencia en formación, dominio alguno sobre dichos complejos procesos, mal puede decirse que elige su destino identificatorio de género. En realidad, no elige, es elegido.
Lo mismo ocurre con muchas otras características de esa futura personalidad que se está fraguando. Incluso podríamos decir que toda esta circunstancia de formación identificatoria de la personalidad, que es restallante a esta temprana edad, durará toda nuestra vida, con momentos álgidos, como en la adolescencia y en otros avatares destacados de la vida, y con períodos más estables, pero nunca fijos totalmente. El dominio conciente que podemos tener sobre estos procesos es muy escaso. No elegimos, somos elegidos.
La pregunta es ésta: ¿por qué tiene tanta importancia la identidad de género en comparación con otros caracteres identitarios? Por supuesto que, como dijimos, un niño adquiere, por identificación con las personas que lo rodean, diversos caracteres que, unidos al temperamento que le llega por sus genes, irán conformando su personalidad. Vemos con naturalidad el desarrollo de todo este proceso, que será peculiar para cado niño, y lo respetamos, pues es algo totalmente esperable.
Pero no es esperable que le ocurra lo que es descrito en el manual clasificatorio (DSM 5) como disforia de género (gender dysphoria, expresión creada por John Money, ver en Wikipedia) es decir que la persona - en la niñez o luego - sienta un claro malestar por poseer genitales de un género biológico diferente del género cultural con el que se está identificando.
Tomamos como ejemplo a los niños portadores de esa disforia porque en ellos es restallante la diferencia en relación a los adolescentes o adultos con la misma disforia. En los niños, sólo muy embrionariamente se ha desarrollado el potente atractivo erótico que va a aparecer en la pubertad bajo la forma de una función copulativa intensamente placentera que, como ya dijimos, así asegura su cumplimiento en beneficio de la especie.
Es cierto que los niños descubren la fina sensibilidad de sus genitales cuando éstos son estimulados y eso tiene un cierto atractivo y un cierto uso, pues esta estimulación genital, que no se acompaña de fantasías eróticas, tiene un efecto que mitiga la ansiedad por su leve carga placentera, cosa que también aprovechan los abusadores sexuales. Pero esto está muy lejos de la completa función sexual que aparece con la maduración hormonal.
Quiero señalar acá que, en los niños con disforia de género, incluso con sólo 3 o 4 años, hay una neta separación entre el tema del rechazo a su género biológico y el tema del placer sexual pues está apenas insinuado a esa edad y no toma la forma de un atractivo erótico hacia personas de su misma anatomía.
En ellos, podemos ver con claridad meridiana la diferencia entre atractivo sexual e identidad de género cultural, siendo esta última de una importancia crucial para la conformación de la personita que se está generando por primera vez en él.

La única respuesta que se nos ocurre al por qué de la importancia de la identidad de género en nuestra especie es su relación, pensamos, con la magnitud enorme de consecuencias que se derivan del reconocimiento mutuo de dicha identidad. Y subrayamos reconocimiento mutuo porque buscamos no sólo reconocer con precisión el género de cualquier persona que se nos presente (como ya dijimos) sino, del mismo modo, buscamos ser reconocidos por nuestros semejantes con la identidad de género que se ha plasmado en nosotros.
Y con lo de plasmado queremos decir dos cosas:

o    primero, plasmado significa que adquirir la identidad es un proceso automático, es decir, se produce sin que podamos intervenir para modificarlo: ni actuando sobre nosotros mismos, ni actuando sobre otra persona. Por supuesto que este automatismo no es exclusivo para la identidad de género, sino que es lo habitual para todos los procesos identificatorios con que se construye nuestra personalidad. Sin embargo, la humanidad se ha encargado - y lo sigue haciendo - de censurar y condenar de mil maneras, incluso terribles, tanto las identidades como los atractivos eróticos que no se ajusten al binarismo normativo masculino/femenino, sin tener en cuenta que, para estas mal llamadas “elecciones”, no interviene para nada una decisión voluntaria.[7]
Erradicar esa “moral binaria” es un objetivo irrenunciable, pero acá más bien nos preguntamos por qué la humanidad se ha ensañado de esa manera con la identidad de género cuando se aparta de dicho binarismo.
Este ensañamiento es muy variable en las distintas épocas y en los distintos pueblos, pero igualmente podemos ensayar algunas – y escuálidas - hipótesis explicativas:
- para casi todas las religiones es atentar contra la creación de la familia, la fecundidad, el orden y la rectitud en los vínculos eróticos, etc., etc.
                    - para el mundo masculino es inadmisible ser marica porque, por lo menos, es aceptar una debilidad ante cualquier enfrentamiento, sea en la guerra, en el fútbol o en cualquier otro: ¡hay que poner huevos!
                   - para el mundo femenino ser marimacho es algo así como la negación de la feminidad que debe ser delicada, sensible, maternal, etc.
                 

o    segundo, plasmado significa que esa identidad no se expresa claramente como femenino/masculino, sino que adopta variadas formas intermedias (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans y sus ampliaciones: LGBTQ+). Es necesario insistir sobre una situación que sólo se da en la especie humana. Las otras especies no pueden tener variantes de identidad de género al estilo humano simplemente porque en ellas no existe nada que se iguale a la nueva estructura psíquica que exhiben los humanos: entre esos otros seres no está la estructura persona, pues carecen, en sus cerebros, de la función semiótica imprescindible para generarla. Los que afirman que la “homosexualidad” se observa en muchas especies, en realidad se refieren a repuestas eróticas producidas por variados estímulos aplicados a algún individuo de dichas especies, pero eso es muy distinto a las identidades de género y sus adaptaciones eróticas.
Importa destacar que las características femeninas y/o masculinas que proporciona la cultura son asumidas por cada una de las personas en distintas proporciones.
Así, en algún varón se pueden plasmar 98% de rasgos masculinos y 2% de femeninos convirtiéndose en un “súper-macho” que en absoluto puede entender a las mujeres (misteriosas, idealizadas, amenazantes, terribles, brujas, lujuriosas y otras lindezas).
Lo mismo vale, pero a la inversa, para alguna mujer.
Proporciones menos extremas corresponden a la inmensa mayoría de las personas que se clasifican como heterosexuales y que mejor sería llamarlas “homogenéricas” (o simplemente “homogéneas”) porque en ellas están igualados el género biológico con el social/cultural, así como llamar “heterogenéricas” (o simplemente “heterogéneas”) y no homosexuales a las personas en quienes no coinciden esos géneros.[8]
Pero quitar la palabra “sexual” de toda la inmensidad de lugares en que es usada, no como actividad sino como identidad parece una tarea ímproba.
Igualmente creo que vale la pena intentarlo para que todos en el mundo pasen a distinguir claramente entre género como identidad y sexo como una actividad que se rinde ante la identidad y por eso llega a cambiar su direccionamiento habitual hacia el otro género biológico.
Para comenzar esa tarea de distinción de términos coloqué como título provocador la homosexualidad no existe. En realidad, el título exacto sería: a las personas homosexuales mejor llamarlas heterogenéricas (o heterogéneas), pero es un título incomprensible antes de leer el artículo.
Este cambio de denominación conduce a hacer a un lado la actividad sexual de la persona y a distinguir solamente su característica identitaria que es intangible, es decir, no puede, ni debe, ser tocada.
 
*****

Queremos abundar un poco más sobre sobre esos tres grandes temas, estrechamente vinculados, que hemos estado abordando:
ü la identidad cultural de género: claramente diferenciada de la identidad biológica de género
ü  la actividad sexual placentera: el erotismo, esa poderosa actividad recreativa, esa función que cuenta con la mayor carga de recompensa en nuestro sistema nervioso
ü el tema del amor ese complejo tema del que ya no podemos decir que es simplemente “sexual”

Si bien, en nuestra función como psicoterapeutas y debido al largo tiempo que dedicamos al trabajo con cada persona, la casuística que podemos reunir no es muy extensa, lo que perdemos en número lo ganamos en la profundización, en el detallismo y en la observación de los cambios que sobrevienen a lo largo de la evolución de cada caso abordado.
Lo que he podido observar durante largos años de dicha actividad psicoterapéutica con toda clase de personas, desde niños muy pequeños, pasando por adolescentes y luego adultos de todas las edades me ha proporcionado una visión multifacética de estos temas. Para aclarar lo de multifacética voy a ejemplificar a partir de la experiencia adquirida, pero sin referirme a casos concretos sino más bien mostrando algunas ideas que surgen de dicha experiencia.

A.                   Es a partir del trabajo con niños que me he encontrado con variadas situaciones que desbordan claramente lo definido como disforia de género en el DSM 5. Me atrevo a decir que la gran mayoría de niños y niñas que presentan claros caracteres de identidad de género cultural no acordes con su género biológico no sienten un desagrado notorio (disforia) por ese motivo. Es decir que no están deseando cambiar su género biológico para corregir así su descontento. Viven tranquilamente esa identidad que están asumiendo mientras - y aquí viene lo importante – el medio humano que los rodea y que le ofrece los rasgos identitarios de ambos géneros, acepte y tolere también tranquilamente el proceso identificatorio que está ocurriendo.
Pero raramente las cosas transcurren tranquilamente. Lo más a menudo, ese entorno humano va a exigirle a esa niña o a ese niño que acepte su género biológico y se comporte de acuerdo a él.
Esas exigencias, esos reproches, esas burlas, esos castigos - incluso físicos- vienen de todo el ambiente vital del niño/a y son tanto más graves cuanto más próxima afectivamente sea la persona que los manifiesta.
¿Qué puede hacer un niño/a frente a esta situación que está viviendo? Pensemos que no puede hacer nada para modificar esa instalación automática en su persona de su identidad de género, identidad con la que, además, se siente en sintonía.
Es como si se dijera: “YO soy éste (o ésta); si mi cuerpo no concuerda, cambiemos el cuerpo”[9]
Podemos pensar también que, en lugar de cambiar el cuerpo, intentemos cambiar esa identidad de género cultural (ese YO) a través de intervenciones psicoterapéuticas en la niñez temprana.
Pues bien, mi dura experiencia de intentarlo como terapeuta de niños, así como la experiencia recogida por muchos otros colegas y por los relatos de psicoterapias de la niñez de numerosas personas adultas, me han llevado al convencimiento de que estamos muy lejos de obtener algún resultado positivo para ese cambio (no conozco excepciones). O sea que, por ahora, es tal cual dijimos: “la característica identitaria de género es intangible, no puede ni debe ser tocada”.
Por otra parte, en la niñez, de los tres temas en análisis (género, sexo y amor), se destaca claramente el tema del género; el sexo intenso aún no aparece y el amor es sólo amor entrañable que los niños, a veces, tildan como “enamoramiento” al modo de los adultos, pero sin saber bien de qué se trata pues no lo han experimentado aún.

B.                   En etapas posteriores a la niñez, destaquemos:

Ø  primero, las innúmeras identidades culturales de género que se van decantando durante la adolescencia y, más allá de ella, en la adultez temprana o incluso en la plena adultez.
El esfuerzo para agrupar (LGTBQI+) en diversas clases esa enorme variedad, obedece más bien a la necesidad de las personas de sentirse protegidas y defendidas por la pertenencia a cierto grupo a lo que se suma el rechazo a que se les atribuya pertenencia a grupos muy disímiles comparados con su perfil identitario particular.
Opino que cada persona tiene su perfil y lo más común es poseer características de más de un grupo. Estas clasificaciones – ocurre lo mismo en la clasificación de personalidades y en muchas otras – deben ser tomadas como lo que son: una simple aproximación a un tema muy complejo que la humanidad está lejos de dilucidar. Sirven sólo a los efectos de profundizar en dicho tema, pero de ninguna manera deben considerarse como absolutas.[10]
Pero, incluso dentro del binarismo normativo femenino/masculino, encontramos innúmeras combinaciones como, p. ej., las mujeres “viriles”, los varones “afectados” etc., personas en quienes no se ha producido la reorientación del atractivo erótico hacia su mismo género biológico pero su género cultural aparece como, por lo menos, impreciso.
Incluso, un número no menor de personas reducirán al mínimo voluntariamente el ejercicio de su función erótica para dedicarse a pleno a otras actividades y evitar así la problemática social de dicho ejercicio.
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Ø   Estamos ya en el segundo gran tema, la actividad sexual placentera que, gracias a la notable plasticidad y creatividad de los humanos, puede desarrollarse de forma plena y satisfactoria en todas las personas, independientemente de su identidad de género.

Pero nos quedan enormes interrogantes que necesitan investigación, referidas al cuándo, al cómo y en qué medida se producen esas adaptaciones del placer sexual a las variantes de las identidades culturales de género.
Los atractivos eróticos, incluyendo los actos de cortejo, se establecieron en la filogenia para asegurar la cópula y, por ende, la sobrevivencia de la especie, estando ya instalados en nuestra herencia genética.
Y al hablar de cortejo nos referimos, p. ej., a las conductas exhibicionistas de la hembra humana (hablando en términos biológicos) en articulación con las conductas voyeristas del macho humano, aspectos que ya señalaba S. Freud. La predominancia visual en nuestra especie marca un rasgo diferente a la mayoría de las especies mamíferas pues en ellas predomina la atracción olfatoria del macho en consonancia con los efluvios de la hembra en celo. En las aves, a la inversa de los humanos, predominan las conductas exhibicionistas en los machos y las voyeristas en las hembras.
Si queremos un ejemplo más vinculado al desarrollo cultural de los humanos, consideremos el fino cortejo en el llamado amor cortés, de uso por la nobleza en la edad media y que, en cierta medida, aún hoy sigue vigente. Pues bien, pueden verse cambios en las conductas de cortejo en las personas heterogenéricas (es decir, homosexuales) en su necesaria adaptación a las variantes de género, como ya dijimos.
Entonces, podemos afirmar con contundencia que las conductas eróticas se ponen al servicio de las diversas identidades culturales de género y no a la inversa, mostrando así la enorme fuerza del factor identidad cultural por encima del factor erotismo pues lleva, incluso, a la modificación de pautas genéticas.
Volvemos a insistir en la producción automática de estas conductas pues no interviene para nada la voluntad de las personas involucradas. Lo único que la voluntad puede hacer es aceptar, estimular o inhibir estas conductas identificatorias y eróticas.
Recurro ahora a la imaginación del lector para que ponga frente a frente estos dos grupos de datos:
ü   por un lado, la enorme gama de distintas identidades culturales de género que exhiben las personas, identidades que oscilan dentro de los polos hembra/macho que marca la biología
ü   por otro lado, la profusa variedad de actividades recreativas eróticas que desarrolla la imaginación humana
La articulación de estas conductas identificatorias y eróticas en cada persona da lugar, como de hecho sucede, a una variedad inagotable de combinaciones posibles.
Creo que deberíamos, entonces, abandonar toda pretensión clasificatoria de una persona y respetar en cada caso, su complejo perfil propio. La clasificación, como dijimos en nota 10, será sólo orientadora.
Y subrayo de nuevo: las reglas culturales rígidas y “moralizantes” sobre estos aspectos siempre han conducido a graves injusticias y severos maltratos.[11]

Ø   Y, en tercer lugar, pero para nada menor, está el tema del poderosísimo factor de unión de los seres humanos que llamamos amor y que, en nuestro caso, lo referimos a la formación de la pareja y el enamoramiento, a la formación de la familia y la crianza de hijos. Es decir, a la creación de vínculos estables de convivencia, tan fundamentales para la buena calidad de vida y la realización personal de cada uno.
La creación de estos vínculos constituye un desafío para todas las personas, sean homo o heterogenéricas (hetero u homosexuales) pero para las personas heterogenéricas (homosexuales) los desafíos son aún mayores por razones que cualquiera puede deducir y que desbordan los alcances de esta nota.
Pues bien, la necesidad imperiosa de crear estos vínculos afectivos genera otra enorme variable que se agrega a las ya mencionadas identidad cultural de género y actividad sexual.
Entre las tres forman un entramado de innúmeros matices que nos obligan a ser muy prudentes al observar y analizar las conductas de cualquier persona, sabiendo que la ciencia está aún lejos de comprender a cabalidad ese complejísimo campo al que llamamos vínculo humano.
Para graficar este triple entramado podemos servirnos del conocido emblema heráldico llamado nudo borromeo (ver Wikipedia) que mucho usó J. Lacan con otros fines. Aquí nos sirve para indicar la fuerte interacción de los tres elementos considerados, es decir, cómo interactúan y se potencian mutuamente y que, cuando uno de ellos está fallante o ausente, los otros dos quedan sueltos y pierden gran parte de su fuerza motivante. 

 identidad cultural de género                                     atractivos eróticos
             

vínculos afectivos estables









[1] Es tal el arraigo del uso de sexo para referirse al género que, a pesar de nuestro empeño, a menudo nosotros mismos nos descubrimos en falta. Un ejemplo, hasta cómico, de esa confusión podemos observarlo en la traducción española de los criterios diagnósticos del trastorno disforia de género del manual de diagnóstico psiquiátrico (DSM-5, pág. 452); la versión inglesa (gender dysphoria, misma pág.) siempre usa allí género (gender) mientras que la española usa indistintamente género y sexo en una continua mezcla confusionante.

[2] Es necesario aclarar que la noción de adicción es tomada en su modo más amplio. En ese sentido, las actividades adictivas son universales y de todos los tiempos, como parte constitutiva de la naturaleza humana: adicción al sexo, al trabajo, al coleccionismo, al deporte, a muchísimas sustancias, a las competencias, etc., etc. Calificarlas luego como favorables, dañinas o inocuas, es harina de otro costal.

[3] Como puede apreciarse distinguimos claramente entre amor entrañable y sexo que no son la misma cosa, como sostenía Freud. El amor entrañable proviene de la función de apego (attachment) que descubre J. Bowlby, función fundamental para el cuidado de la cría en aves y mamíferos y que, en los humanos, dura toda la vida. Amamos a nuestros seres próximos, a nuestras mascotas y ellas nos aman. También se observan variados vínculos afectivos poderosos entre individuos de especies distintas. Basta que tengan en su programación genética la función de apego y se den las condiciones para su desarrollo.
[4] Esto me recuerda a un artefacto llamado taquitoscopio que nos muestra una imagen durante tiempos brevísimos. Al principio no vemos nada pero si aumentamos el tiempo de exposición empieza a aparecer la imagen todavía indefinida. Si seguimos aumentando ese tiempo se va definiendo cada vez más la imagen hasta un borde que nos genera una notable inquietud hasta que por fin podemos identificarla y cesa la inquietud (¡ah! ¡era eso!, nos decimos).

[5] Freud, S. Análisis de la fobia de un niño de cinco años (1909) Amorrortu Ed. T X pág. 1-118
[6] A la luz de nuevos conocimientos adquiridos (y aceptados; aunque no por todos), podemos decir que la opinión de Freud se basa en una amplísima extensión del término sexualidad que muchos ya no podemos aceptar pues no da cuenta de la gran complejidad que supone el surgimiento y desarrollo de la persona humana durante la niñez. Procesos como la función de apego, la función semiótica, la construcción identitaria, la empatía, la génesis de la moral, etc., quedan fuera de la motivación sexual casi exclusiva que sostiene Freud. Como sucede con tantos investigadores y creadores que no se dan cuenta clara de cuál ha sido su mayor mérito, Freud no captó que el suyo no fue la explicación pan-sexualista que tan cara le era, sino sus impresionantes y profundos descubrimientos sobre los modos de operar de la mente humana (inconciente, represión, proyección, negación, formación reactiva, etc., etc.).

[7] En la Biblia, Antiguo Testamento, un versículo del Levítico reza: «Si un hombre se acuesta con varón como hace con mujer, ambos han cometido una abominación: morirán sin remedio, su sangre caerá sobre ellos». Esto es muy antiguo, pero sigue tal cual en muchos lugares.
[8] Atendiendo a la etimología de estos términos podemos resumir diciendo que homo (igual) y hetero (diferente) se unen con genus (género, raza, estirpe) para formar esos dos conceptos opuestos
[9] Decisión trágica si se quiere porque ¿cómo hacer para cambiar todas las células del cuerpo de XX a XY o viceversa? Y si sólo nos atenemos a los genitales, debemos extirpar órganos de un género y fabricar falsos órganos del otro, lo que constituye, no un cambio de género sino un disfraz en el cuerpo a costa de mutilaciones irreversibles. Y ni hablar de la medicación permanente para cambiar el perfil hormonal. Afirmar que es posible el cambio de género biológico es simplemente un engaño o, como reza el dicho, tapar el sol con un harnero.

[10] Para este tipo de clasificaciones imprecisas Carlos Vaz Ferreira, en su Lógica viva, nos recomienda:
 "En estos casos, el espíritu humano puede tomar tres actitudes: dos malas, que son las que quiero enseñarles a evitar, y otra buena”. La primera actitud mala, que es la más común, "es tomar las clasificaciones vagas (uctuantes, apenumbradas) como si fueran clasicaciones precisas.”  La segunda, que representa una reacción a la anterior, sería “concluir que las clasificaciones no sirven (…) Y la verdadera actitud hacia esas clasificaciones es la siguiente: tomarlas como lo que son; a saber, como esquemas para pensar, para describir, para enseñar y hasta para facilitar la observación (…) Lo que debo hacer es servirme de esta clasificación: manejarla sin dejar que ella me maneje”
[11] Los ejemplos son infinitos. Sólo cito uno: Ayer nomás, en 1952, la “justicia” inglesa condenó a Alan Turing de 40 años a una castración química por tener un vínculo sexual con un joven. Turing fue quien descifró los mensajes alemanes en la segunda guerra mundial inventando nada menos que la computadora. Alan se suicidó dos años después.
Pasados 55 años (2009) y a pedido de numerosas personas, el gobierno inglés se disculpó considerando que el tratamiento de la justicia de la época fue “atroz”. (Ver Wikipedia)