jueves, 16 de enero de 2025

EL ENIGMÁTICO TABÚ DEL INCESTO (y Gardel como anécdota)

 

EL ENIGMÁTICO TABÚ DEL INCESTO

(y Gardel como anécdota)

 

Alberto Weigle

 

El acto incestuoso provoca habitualmente notable repudio y censura y, además, es tan universal y antigua en la humanidad su prohibición (o tabú) que debe haber motivaciones poderosas que la sustenten.

Se objetará que hay ejemplos de casamientos incestuosos permitidos en diversos grupos humanos, pero estas excepciones son preestablecidas por normas expresas, incluso obligatorias, y están fuertemente destinadas, no a diluir esa prohibición sino a preservar privilegios de castas y de familias poderosas dentro de sus comunidades.  Pueden verse, como ejemplo, las reglas estrictas de casamientos entre hermanos en la clase noble de la cultura Inca precolombina.

Además, las excepciones reglamentadas de otras culturas que conocemos se refieren exclusivamente a casamientos entre hermanos y no de madres con hijos o padres con hijas. No conocemos culturas que permitan estos últimos matrimonios y, que sepamos, nadie en absoluto defiende su legalidad.

Hasta ahora no hemos encontrado explicaciones científicas valederas a la comprobada universalidad del tabú por lo que intentaremos ensayar alguna otra, partiendo de una muy simple definición de incesto:

 

Relaciones sexuales de cualquier tipo, consensuadas, entre parientes consanguíneos

 

Pues bien, el acento puesto en todas las legislaciones es el control de las relaciones sexuales; pero el parentesco es tan inherente a la condición humana y se da tan por supuesto, que ha quedado fuera de todo análisis. Sin embargo, es ese análisis el que interesa, pues constituye una de las claves para entender el porqué de las prohibiciones o impedimentos legales al incesto. Según Wikipedia “pariente” viene del latín parens ("progenitor") y este de parire ("engendrar"). De modo que es el núcleo “progenitores e hijos” quien genera las relaciones de parentesco en los humanos y funda la institución universal “familia”.

En cuanto a consensuadas refiere a la necesidad de consentimiento mutuo y, por tanto, se descartan los casos de violación o abuso, así como la minoridad o discapacidad de los participantes, situaciones que se guían por otras normas y donde el parentesco puede existir o no.

Y respecto a la prohibición (tabú) hay consenso entre los investigadores, no sólo sobre su universalidad sino sobre su antigüedad. Existe desde que podemos rastrearla en los datos históricos y arqueológicos. Se piensa, incluso, que podría ser una prohibición fundante de la sociedad y la cultura humanas. Deducción: los factores que la generaron deben continuar operando hoy día, pero puede suponerse que son factores tan básicos y elementales que pasan a ser invisibles. Es posible, pues, hipotetizar sobre algunos de esos factores invisibles.

Antes que nada, es necesario destacar (como lo señalan varios autores, aunque sólo al pasar y no como fundamento) que la prohibición apunta a reglamentar la unión sexual pero no por ella misma sino para evitar sus consecuencias, es decir la fecundación y el consiguiente nacimiento de un nuevo ser que pasa a integrar la comunidad humana. Son tantos los millones de nacimientos diarios que difícilmente se nos ocurre pensar que cada nacimiento siempre produce una verdadera revolución en su entorno, sea en la familia más humilde como en una comunidad entera (v. gr. el delfín en una monarquía; o el niño Jesús). 

Son varios los argumentos que se encuentran en la literatura científica hasta ahora para explicar esta prohibición universal y sólo mencionaremos los más corrientes:

1.        promover la circulación de mujeres y evitar así el enclaustramiento dentro de sus comunidades (Claude Lévi-Strauss)[1] Las mujeres, entonces, se usan como objetos de cambio entre grupos, argumento patriarcal ya inaceptable en nuestra época.


2.        eludir la patología hereditaria al sumarse genes patógenos entre parientes cercanos (varios autores)[2] ¿Cómo el homo sapiens iba a saber de esa compleja patología genética (que se presenta sólo a veces) hace decenas de miles de años y evitarla con el tabú? 

3.        evitar el parricidio de los hijos varones al disputar con el padre por la posesión erótica de la madre. En la pretérita época de la horda salvaje humana quizás esa prohibición ya funcionara, pero hoy no puede sostenerse que esté integrada para siempre en nuestro programa genético, como pensaba S. Freud[3].

 

Estos argumentos no pueden asociarse entre sí pues son excluyentes y ninguno de ellos, hasta ahora, ha satisfecho a la comunidad científica para explicar el tabú, como bien lo señala Robin Fox[4].

 

Intentaremos, pues, asociar por lo menos tres conocidos factores, éstos sí compatibles y que, al actuar reunidos, adquieren enorme fuerza normativa:


a)              La preservación de la arquitectura humana de parentesco

b)             La distribución de roles dentro del grupo FAMILIAR primario (progenitores               más hijos)

c)              Los poderosos vínculos afectivos entre los miembros de dicho grupo

 

El factor a) indica los parentescos dentro de la familia y parece un factor imprescindible pues define quién es quién en todos los grupos humanos conocidos, sean actuales o pasados, sean primitivos o avanzados culturalmente. Tomemos como ejemplo una anécdota incestuosa conocida:

Declara el famoso cantante Carlos Gardel sobre su origen: nací en Tacuarembó y mis padres son Carlos y María. Ya hasta los porteños admiten el auténtico origen de Gardel, probado por numerosas investigaciones y testimonios. Pero, ¿quiénes son Carlos y María?: Carlos Escayola, de familia pudiente, apuesto veinteañero de fines del siglo XIX en la ciudad de Tacuarembó (un Casanova de la época), tiene amoríos con su hermosa vecina, Juana Sghirla de Oliva (casada), también de familia pudiente, 15 años mayor que él y que ya tenía varios hijos. De ese vínculo carnal nace la última hija de Juana, origen que, por supuesto, se oculta y aparece falsamente como hija legítima del matrimonio de Juana y se la inscribe como María Lelia Oliva Sghirla, siendo el padrino de bautismo ¡Carlos Escayola! su biológico progenitor. La cosa no termina ahí porque María Lelia crece y, a sus 17 años, Escayola (su progenitor y padrino, que ya se había casado con la hermana mayor de María Lelia y enviudado luego de ella) tiene vínculo carnal oculto con María adolescente y de esa unión nace ¡Carlos Gardel! cuyo origen es también ocultado y se lo envía a Buenos Aires con Marie Gardés empleada doméstica que pasa a ser su madre adoptiva. El tema sigue porque Escayola vuelve a enviudar y termina casándose con María, con quien tiene varios hijos más, siendo éstos incestuosos, pero legítimos para la ley. Todo normal; basta mentir y ocultar para que todo esté en regla frente a la ley humana. Pero era necesario ocultar el origen de Gardel porque si no, debería llamarse Escayola y vendría a ser hijo de María y a la vez su hermano. Y, además, hijo y nieto a un tiempo de Escayola.

Si se continúan los vínculos incestuosos con nuevos nacimientos en esa familia (y si se permite esto a todas las familias) se derrumbaría, en pocas generaciones, toda la arquitectura humana de parentesco (como dicen Les Luthiers en su conocida canción Edipo de Tebas, “Yocasta es abuela de sus propios hijos”). Parecería éste, un argumento sólido para que en todos los grupos humanos no se permita el casamiento entre progenitores e hijos y así bloquear la descendencia de esas uniones. Es lo que ocurre en la realidad y, repetimos, no conocemos culturas, actuales o pretéritas, que lo permitan.

Debemos señalar acá, con total énfasis, la aparición en los humanos –no sabemos en qué momento de su evolución - de una nueva y enorme función (llamada simbólica o semiótica) que le permitirá hablar, dibujar, proyectar, planificar, escribir, etc., etc., y por ello, generar a pleno lo que llamamos la cultura cuyo inicio y desarrollo dependerá justamente de la existencia de dicha función simbólica.

Pues bien, de la mano de esa función e insertándose en el mundo cultural y social humano, nace la arquitectura humana de parentesco. El respeto a las leyes culturales del parentesco no existe, por ahora, en ninguna otra especie y por tanto nada parecido a FAMILIA. Pero la organización llamada FAMILIA, bajo formas más o menos semejantes, con su núcleo progenitores/hijos/hermanos, está presente en todos los grupos humanos, actuales o pretéritos, que conocemos.

Pero la salvaguarda, tanto personal como social, de la identidad de sus miembros y de la armonía de los parentescos, parece no explicar suficientemente la poderosa carga afectiva negativa que suscitan las prácticas incestuosas entre padres e hijas y mucho más entre madres e hijos. El incesto entre hermanos es más tolerado y produce efectos menores en dicha arquitectura humana de parentesco y causan aún menos efectos las uniones entre tíos y sobrinos, entre primos hermanos, etc. La prohibición de esos matrimonios entre parientes ya más lejanos (y que varía en distintos grupos humanos) parece más bien destinada a anteponer una especie de barrera protectora a la desorganizante unión incestuosa progenitores/hijos.

 

El factor b) sobre la distribución de roles, es también claramente cultural y, por lo tanto, deriva de la función simbólica. Su cometido es trazar guías y ordenamientos entre los miembros familiares para asignar los diversos roles que debe asumir cada uno para el sostén familiar.

Sabemos bien que el perfil de esas responsabilidades está estrechamente ligado al lazo de parentesco entre los miembros, no siendo el mismo para padres, madres, hijos, hermanos, etc., aunque dichas responsabilidades varíen según cada cultura, cada tiempo y cada composición familiar.

El trastorno producido en los roles familiares al instalarse relaciones incestuosas puede llegar a ser enorme. Pensemos, por ejemplo, en una relación incestuosa, consensuada y admitida por la cultura entre un padre y su hija de 18 años, ¿qué dislocaciones tendrían en esa familia los roles de los esposos, de la madre, del padre, de otros hijos, de hermanos? Y, si aparece un nuevo vástago fruto de ese incesto, ¿qué otros desórdenes esto provocaría? Y, como veremos en el párrafo siguiente, ¿cuántas emociones gravemente perturbadas se generarían?:

 

El factor c) se refiere a la conducta de apego (el attachment de J. Bowlby[5] una conducta programada genéticamente para cuidado de la cría que la ejercen tanto aves como mamíferos) y que en los humanos se extiende y dura toda la vida, correspondiendo a lo que habitualmente llamamos amor entrañable que sentimos por las personas cercanas, familiares o no, incluidas las mascotas, el terruño, etc..

Como puede fácilmente apreciarse, este factor es totalmente diferente de los dos anteriores porque no emerge de la organización cultural humana sino está profundamente enclavado en nuestra naturaleza mamífera. Y, más antiguo aún, está el atractivo erótico, que forja los lazos para reproducir la especie.

Pero no se piense que estos poderosos vínculos afectivos y eróticos que transportan nuestros genes son inequívocos, pues arrastran tras sí no sólo elementos muy positivos como el cariño, la generosidad, la solidaridad, la dedicación, la abnegación, la renuncia, etc., sino también elementos muy negativos como los celos, la envidia, el odio, la rivalidad, la venganza, el abuso, llegando, incluso, al crimen intrafamiliar bajo la forma de filicidio, parricidio, fratricidio, uxoricidio, etc.

 

Todos estos factores, originados tanto a partir de la cultura humana como de nuestra genética mamífera, interactuando y potenciándose mutuamente, parecen justificar las prohibiciones universales establecidas para los matrimonios incestuosos. Son prohibiciones tan hondamente insertadas en las relaciones humanas que, al observar niños - ya desde los 4 o 5 años - jugando a la familia, vemos que “aprendieron” (sin saber decirnos cómo) que los padres “no se casan” con sus hijos y los hermanos entre sí “tampoco”, haciendo respetar esas reglas en los personajes de sus creaciones lúdicas infantiles.



[1] Lévi‑Strauss, Claude. Las estructuras elementales del parentesco.

[2] Aberle, David; Ember, Melvin; etc.

[3] Freud, Sigmund; Totem y tabú

[4] Fox, Robin; Sistemas de parentesco y matrimonio

[5] Bowlby, John; Una base segura

 

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