martes, 16 de octubre de 2018

A. Weigle, Reflexiones sobre el símbolo


REFLEXIONES SOBRE EL SÍMBOLO
 (1977)
Introducción a la noción de símbolo:
_ "Urgente, en todo caso, nos parece la tarea de desbrozar, en nociones que se amortiguan en un uso de rutina, el sentido que éstas recobran tanto por un retorno a su historia como por una reflexión sobre sus fundamentos subjetivos”.  Lacan (5)
A poco que comencemos a meditar sobre la noción de símbolo percibimos que no constituye de ningún modo una noción fácilmente definible, sino más bien que concita a numerosos otros conceptos, se derrama insensiblemente en diversas direcciones según el contexto, atrapa a quien la usa en su característica indefinición.
Es éste un desafío al que no supimos escapar al elegir este tema para nuestra reflexión, sospechando -y confirmando luego- que el desafío continuaría en pie, pero, de acuerdo al acápite, igual es cierto que no nos ha sido vano el esfuerzo.
Como bien nos dice Laplanche (7, pág. 462) a propósito de la noción de simbolismo, ésta es tomada de muy, diversos modos según su contexto, incluso dentro del campo del psicoanálisis. Si bien nos vamos a restringir a buscar su sentido casi exclusivamente en el texto de Freud, el solo hecho de poner límites implica hablar de lo limitante además de lo limitado, por lo cual nos veremos obligados a hacer incursiones en campos linderos.
A) A MODO DE DICCIONARIO.
Para hablar de símbolo entonces, diremos algo sobre conceptos vecinos: signo, señal y síntoma. (Sintetizamos estas 4 nociones, de 2, pág. l2l y siguientes).
SIGNO: Noción básica de toda ciencia del lenguaje. Es una entidad -verbal o no- que:
1- Puede hacerse sensible (el significante), y
2- para un grupo definido de usuarios señala una ausencia en sí misma (el significado).
La relación que mantienen estas 2 partes se llama: SIGNIFICACION.
Esta relación es inmotivada; ambos (significante y significado) son de naturaleza diferente y es impensable que una serie gráfica o sonora se parezca a un sentido. Al mismo tiempo es una relación necesaria en el sentido de que no pueden existir el uno sin el otro.
SÍMBOLO: Un signo, además de su relación de significación, puede establecer otra llamada de SlMBOLlZAClÓN, relación entre dos o más “cosas reales" (referentes o denotaciones del signo) o sus “imágenes psíquicas" (representaciones), constituyéndose entonces en un SÍMBOLO.
La relación de simbolización se distingue de la de significación, en que es no necesaria (contingente) _porque sus términos (que llamaremos SIMBOLIZANTE Y SIMBOLIZADO) existen independientemente el uno del otro (por ejemplo: "llama" y "deseo"); precisamente por esta razón la relación no puede ser sino motivada: nada obligaría a establecerla. Estas motivaciones se clasifican en dos grandes grupos:
a) parecido (semejanza o analogía), y
b) contigüidad (conexión asociativa).
SEÑAL: Entidad percibida que provoca determinada reacción, pero no implica ninguna relación de significación ni de simbolización (la comunicación de los animales no humanos se reduce a señales).
SÍNTOMA: En su sentido más general es un signo natural que es parte constituyente del referente (o de su representación). Por ejemplo: la fiebre es un síntoma de una enfermedad. (Mucho más complejo es el concepto de síntoma para Freud, pero a ello nos referiremos brevemente más adelante).
En torno a la raíz "simbol" gira otra serie de derivados que podemos ordenar así:
SIMBOLIZAR:
(a) Verbo transitivo. Servir una cosa como símbolo de otra, o sea establecerse una relación de SIMBOLIZACIÓN entre ambas; 1
(b) Verbo intransitivo. Acto, función o capacidad de establecer una relación de SIMBOLIZACIÓN. _
SIMBÓLICO: Adjetivo:
” Perteneciente o relativo al símbolo o expresado por medio de él" (1 - T.IX, pág.. 757). Este adjetivo, según el contexto en que se lo ubique, permite una enorme ampliación del uso de la raíz "simbol" que puede extenderse a "todo lo que tiene sentido" y que, aplicado a la función simbólica, "distingue al hombre de los animales, que sólo poseen sistemas de recepción y de acción, y le vale el nombre de "animal symbolicum" (2 pág. 107).
Debería establecerse una distinción terminológica, que en la práctica no ocurre, entre el adjetivo que señala la existencia de una relación de simbolización (diríamos, aquí sí, SIMBÓLICO) y el adjetivo que indica el carácter de función o capacidad de simbolización (podría usarse SIMBOLIZANTE en lugar de simbólico como se hace habitualmente). Estos adjetivos se corresponderían con los sentidos (a) y (b), respectivamente, del verbo simbolizar.
LA SIMBÓLICA: Sustantivo. Teoría general de los símbolos.
También: ciencia tendiente al descubrimiento del significado oculto de los símbolos de antiguas religiones (6 - pág. 1081) y que Freud aplica a los encontrados en diversas formaciones del inconsciente (die Symbolik).
LO SIMBÓLICO: Sustantivo. Para Lacan "designa el orden de fenómenos de que se ocupa el psicoanálisis en cuanto están estructurados como un lenguaje. Este término también alude a la idea de que la eficacia de la cura se explica por el carácter fundamentador de la palabra". (6 - pág. 424). Aunque Lacan no elige porque sí el vocablo simbólico para designar lo que quiere decir y se podrían establecer los puentes que justifican el uso de la raíz "simbol" en este caso (5), el sentido de este término se aleja mucho del objetivo más limitado que perseguimos, y dejaremos de lado su desarrollo.
SIMBOLISMO: Sustantivo:
(a) "Sistema de símbolos con que se representan creencias, conceptos o sucesos". (1 - T.IX, pág. 757).
(b) Se usa también para indicar el sentido simbólico de algo.  
Otros términos como LA SIMBOLOGÍA (por la simbólica) o el adjetivo SIMBOLISTA (por simbólico) son derivados que pueden encontrarse en algunos textos, pero que no figuran en el Enciclopédico (1).

B) EL SIMBOLO EN PSICOANALISIS
Más o menos delimitado el concepto de símbolo y sus afines de modo general y puramente descriptivo, desarrolla remos algunos de sus aspectos relacionados con el campo del psicoanálisis. Para facilitar la exposición trataremos de ser fieles al pequeño vocabulario precedente.
Si partimos del hecho que un símbolo consta de dos términos, el simbolizante y su simbolizado, inmediatamente se nos impone el análisis de ambos términos, así como de la relación entre ellos establecida.
         1) La relación de simbolización
                   a) su conformación:
Freud aborda de inmediato esta cuestión y nos dice que "la relación simbólica” es "una comparación, pero de un género harto particular" y se pregunta cuál sería, en cada caso, el "tercium comparationis" (3 - T.II, pag. 134). Como lo hace Freud en otro contexto “sólo invocando en nuestra ayuda a la Filologia comparada" (o Lingüística), (3d. T.lI, pag. 138), y dentro de ella, al modelo de la Retórica, que es justamente la disciplina que enfoca este aspecto, podremos continuar cierto trecho en esta dirección.
La comparación, como figura retórica, exige la presencia de ambos términos unidos por la conjunción "como" o similares, pero en el símbolo uno de los términos (el simbolizado) está ausente. Por ello se asemejaría más bien a las figuras retóricas en las que expresiones cambian de sentido, figuras que se agrupan bajo el nombre de TROPOS (sinécdoque, silepsis y, las más usadas, a las cuales podrían quizás las demás reducirse: metáfora y metonimia).
No queremos decir con esto que un símbolo sea un tropo pues éstos se refieren estrictamente a estructuras lingüísticas y los símbolos pertenecen a otra categoría de la representación, pero hay una estructura similar como trasfondo que nos permite el cotejo.
Así vemos, que si las motivaciones de la relación de simbolización pertenecen a dos grupos: parecido y contigüidad, éstos pueden analogarse respectivamente a la metáfora ("un objeto es designado por el nombre de un objeto semejante") y a la metonimia ("un objeto es designado por el nombre de un objeto que está asociado a él en la experiencia") (2, pág. 134 subrayado nuestro). `
Siguiendo esta ruta no podemos menos que recordar las conceptualizaciones en donde Lacan asimila la condensación a la metáfora y el desplazamiento a la metonimia.
Atendiendo a estas dos series, parecido - metáfora - condensación, por un lado, y contigüidad - metonimia - desplazamiento por otro, podremos pues, encontrarnos aquí con el símbolo como un producto de la encrucijada de estos dos movimientos del proceso primario.
                       b) su naturaleza:
En este punto Freud nos dice algo que nos hace meditar: "La relación simbólica parece ser un resto de antigua identidad" y se apoya en H. Sperber que “... es de la opinión que todas las palabras primitivas se refieren a cosas sexuales y habiendo perdido posteriormente el significado sexual se ha aplicado a cosas y actividades similares a las sexuales". (3c. pág. 434, T.I).
Buscando en el origen griego de la palabra símbolo vemos que se trata de un "signo de reconocimiento, formado por las dos mitades de un objeto quebrado que se aproximan". (6 - pág. 1079). El hecho que simbolizante y simbolizado tengan su existencia propia sin que sea necesario que entre ambos se establezca una relación, hace que ésta, cuando se produce, adquiera las características de un “reconocimiento", o también de una reunión, integración o conciliación, en definitiva "un pacto". (5, pág. 92) nociones éstas que pueden dar cuenta de la "antigua identidad" a la que Freud se refiere.
Esto nos adentra en la circunstancia de que simbolizante y simbolizado participan de algo común, pero de tal modo que cada uno imprime al otro una característica particular, enriqueciéndose mutuamente a consecuencia de dicho pacto (no es lo mismo que el simbolizante del pene sea un arma o un lápiz; o a la inversa, que el simbolizado de "sombrero" sea un pene o una vagina). En este sentido, la mayor riqueza corresponde al simbolizante debido al enorme número de ellos en relación a los escasos simbolizados.
c) la constancia:
Además, estos "pactos", por ser tales, tiene otra característica que Freud señala: la constancia. Ésta es no sólo individual sino transindividual (3d. T.lI, pág. 138). ¿qué importancia tiene este carácter?
Nada más ni nada menos que:
—establecer un fuerte lazo entre simbolizante y simbolizado y así instituir al símbolo como una unidad.
-habilitar su uso como mediatización para la ampliación de los intereses del individuo: “Diríase que el hombre primitivo no se resignó al trabajo sino haciéndolo equivalente y sustitutivo de la actividad sexual" (3d. T.II, pág. 134). Podríamos agregar, en una dimensión ontogenética, que también al niño y su actividad lúdica podría aplicársele el mismo juicio y de aquí extenderlo a los orígenes del instinto epistemofílico que hace uso de los símbolos a través de una identificación -"primitiva identidad"— de lo conocido con lo desconocido (4 y 8).
—habilitar también su uso para la comunicación interhumana. 
Si no hay una constancia, como en el lenguaje verbal, nada podríamos comunicar. En este punto es la universalidad, señalada por Freud, la ventaja de la comunicación simbólica con respecto a la verbal (a su vez tiene desventajas que no creemos del caso detallar). Esta universalidad está justamente determinada por la "relación interna" existente entre simbolizante y simbolizado, que no existe entre significante y significado: podemos entender fácilmente el simbolismo de los sueños con que ejemplifica Freud y no necesitamos la versión "alemana" como sucede cuando el interjuego es entre significantes y significados. Esto nos conecta con el "idioma fundamental" que volveremos a mencionar.
d) la distancia:
Hay también una distancia particular entre simbolizante y simbolizado. La relación debe permanecer en los dominios del "como si" pero si realmente se produce una "identidad” entre t ambos términos tenemos una "ecuación simbólica", mecanismo primitivo y psicótico que, así sea conciente o inconciente, impide j la utilización del símbolo como tal. (8) Simbolizante y simbolizado son dos términos que se enriquecen el uno al otro permaneciendo en sí distintos, sin llegar a ser uno el real "sustituto" del otro, como en una ecuación.
         2) El simbolizante.
Haciendo una recopilación de los simbolizantes que Freud menciona en sus trabajos podemos dividirlos fácilmente en dos grupos:
a) Aquéllos que representan objetos: cosas, animales o personas (casa, paraguas, rey, etc.)
b) Aquéllos que representan actos: volar, viajar, cabalgar, arrancar, etc.
Está cubierta por lo tanto la exigencia para formar frases y textos mediante símbolos (sujeto-verbo-complemento), estando además asegurada la función adjetivante y adverbial por el gran abanico de simbolizantes con respecto a cada simbolizado. Los elementos de enlace y relación (conjunciones y preposiciones) a los que Freud llama "las relaciones lógicas", tienen su expresión en los diversos "medios de representación" que Freud detalla para los sueños en general y que remite en esencia a los diversos movimientos y posiciones que pueden realizar los simbolizantes como en una puesta en escena.
De este modo es posible, y Freud nos da varios ejemplos, interpretar íntegramente un sueño traduciendo su simbolismo (9). El texto de estos sueños no es en conjunto un símbolo, sino que está compuesto con símbolos a modo de relato, descripción, discurso, escenificación, que por referir a otra cosa de lo que directamente dice, entra en la categoría de la alegoría, la fábula, la parábola, el mito, la leyenda, la saga.
A medida que nos alejamos de estas representaciones concretas (objetos y actos) para adjudicar el status de simbolizante a conceptos más extensos como los de sustituto, representante y hasta alusión (T.II, pág. 134), se desliza insensiblemente el sentido hasta coincidir con el de "toda representación indirecta" y de allí, ¿por qué no? hasta "todo lo que posee un sentido".
En dirección opuesta, el deslizamiento puede producirse hacia conceptos de otra índole como los de vocablo o fonema donde puede atribuirse el carácter de simbólico al parecido de los significantes (homonimia o paronimia como en el ejemplo de: violet-violate en Freud, pág. 274) o a la similaridad de los significados (sinonimia, como en el mismo ejemplo: birthday, cumpleaños, día de nacimiento).
Pensamos que sería menos confuso, reservarle al simbolizante el carácter de “representación indirecta fundamentalmente. plástica y concreta de objetos y actos".
            3) El simbolizado:
Mientras que lo dicho hasta aquí podría aplicarse a cualquier simbólica, hablar de lo simbolizado nos va a introducir de inmediato en lo más esencial del tema para el psicoanálisis que es la simbólica inconciente.
Cuando Freud nos habla de los elementos "mudos" del sueño (Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, N°10) lo que está "mudo" es precisamente lo simbolizado, pues permanece inconciente, reprimido.
Aventuramos la opinión de que esa característica puede ser debida:
           a) Por un lado, a que no existen cadenas asociativas entre simbolizante y simbolizado que nos permitan acercarnos paso a paso de uno hacia el otro, como sucede con otros elementos del sueño.
           b) Por otro, a que lo simbolizado pertenece en último término a lo más intensamente reprimido. Veamos, a propósito, cuáles son sus temas: la desnudez, los genitales, el cuerpo humano en su totalidad, los lazos más próximos de parentesco (padres, hijos, hermanos), la masturbación, el coito, el nacimiento, la muerte. (3d, Tll, pág. 134). Todos temas vinculados a las relaciones, los sentimientos y, en definitiva, los deseos más íntimos del sujeto.
Pueden, igualmente, estar allí representados todos los componentes de la pulsión: sus fuentes, sus metas y sus objetos.
            Y es justamente la "presencia" del simbolizado reprimido la que imprime a los textos simbólicos de las formaciones del inconciente sus caracteres de mensaje cifrado, enigma, disfraz, acertijo, rebus, incitándonos a su "des-cubrimiento".

              4) Símbolos y figurabilidad: l
Los símbolos se prestan magníficamente para la representación plástica de los pensamientos. Podríamos decir más: todo símbolo corresponde a una representación sensible, generalmente visual, aunque no podemos incurrir en el error de aplicar esta afirmación a la inversa pues no a toda representación plástica debemos tomarla como un símbolo. Esta propiedad permite el uso de símbolos en diversas formaciones del inconciente: los sueños, los sueños diurnos, los recuerdos encubridores, los actos sintomáticos, las alucinaciones, la actividad lúdica, las producciones plásticas e incluso fragmentos del discurso oral con claro sentido simbólico. Podríamos citar, a fuerza de ser extensos, los fragmentos del texto de Freud en que aparece indicada la existencia de símbolos en cada una de las formaciones mencionadas.
Generalizando, podríamos afirmar que los símbolos tienen lugar a existir en todas aquellas formaciones que suponen una percepción o una representación sensible de actos o cosas. En una palabra, donde quiera que haya una ESCENA.
Pero, y éste es para mí un punto difícil de dilucidar, también en aquellas formaciones que, de por sí, no tienen una representación plástica (como podrían ser las manifestaciones del inconciente a nivel corporal) al ser mediatizadas por el lenguaje, acceden a la posibilidad de la representación simbólica que éste les concede.
No otra cosa piensa Freud cuando en los "Estudios" nos dice: “...la enferma había creado o intensificado, por simbolismo, su perturbación funcional, que había hallado en la astasia-abasia una expresión somática de su impotencia para modificar las circunstancias y que sus manifestaciones de "no lograr avanzar un paso en sus propósitos" o "carecer de todo apoyo" constituían el puente que conducía a este nuevo acto de la conversión..." (3a. T.I. pág.101).
Pensamos que, en los casos que es necesaria un traducción al lenguaje (o sea que no aparecen plásticamente símbolos) mejor sería hablar de expresión metafórica como, por otra parte, lo hace el propio Freud usando indistintamente los términos metafórico y simbólico (3a. T.l. pág. 104). La expresión "simbólico" es tomada aquí en su acepción más amplia como “aquello que posee un sentido". El problema que Freud se plantea en ese texto es de otra índole: la palabra fundamenta la expresión corporal (como lo prueba la desaparición del síntoma con la re-traducción a palabras); pero, ¿por qué Freud, al amparo de Darwin, elige para la génesis de este fenómeno la explicación que antes, en la filogenia, la expresión corporal fundamentó a la palabra? Es para pensar.

                5) Origen y formación de los símbolos:
Freud se muestra preocupado por dilucidar el origen del "conocimiento inconciente" de los símbolos por quien los usa (3d.T.lI., pág. 141/2). Pienso que el hecho de que la representación simbólica esté profusamente presente en el mito, la religión, el folklore, la fábula, las costumbres, los usos, los cantos, el lenguaje poético y el común, hace que el individuo se halle inmerso en un mundo de símbolos de los cuales no conoce conscientemente su sentido pero sí lo adquiere como ya dado, como herencia cultural, como conocimiento "inconciente", como supuesto para su inserción en la cultura y la comunicación.
Este acervo común es lo que hace también posible la interpretación de los símbolos por otro individuo. Podríamos adscribir a esta circunstancia el origen "externo", cultural, de los símbolos en un sujeto.
Pero, a nuestra opinión, debemos pensar también que "algo pone" el sujeto para ser capaz de absorber, de “conocer" el idioma simbólico. Esa capacidad, esa función simbolizante, debe estar presente en él, así como en sus semejantes, premisa necesaria para la existencia de los símbolos. Justamente al estudio sobre la formación de símbolos en el niño pequeño nos remite un artículo de M. Klein (4).
Nos quedaría, entonces, como esquema explicativo del origen del símbolo una "serie complementaria" (3e. T.ll, pág. 239 y 246):
            a) la "herencia” cultural, más
            b) la función simbolizante.
Serie complementaria ésta que ofrece una característica inversa peculiar: lo "heredado" es externo, lo "adquirido" es interno. (O sea, está basado en una función).
Pero no podemos menos que resaltar la importancia concedida por Freud a la herencia cultural del símbolo lo que nos conduce a subrayar la existencia de ese “idioma fundamental", de esa urdimbre que va a imprimir su sello al sujeto, inscribiendo en él una heráldica particular y marcando, a modo de oráculo, su existir.
Por estos derroteros podríamos intentar arribar a "lo simbólico" de Lacan (7, pág. 425).
{
             6) Uso del símbolo:
Si hablando del símbolo en general, se puede decir que sirve para representar lo irrepresentable (libertad, patria), lo mismo reza para el símbolo en psicoanálisis. Pero lo irrepresentable aquí, no lo es por abstracto sino por concreto. Lo irrepresentable del sexo, del parentesco, de la vida y de la muerte, en tanto muy íntimo y concreto, cuerpo con cuerpo con el sujeto, es lo que necesita ser mediatizado por símbolos.
Estos surgen como un rico y variado desfile de representaciones del deseo y sus metas; y de sustitutos del objeto ausente y como tales los usa el inconciente bajo las leyes del proceso primario y de modo ”independiente de la censura" (3d. T.II, pág. 143),
Ésta tiene que ver con la prohibición, con la represión, con el preconciente, y el proceso secundario;
La represión cierra el paso hacia la conciencia al simbolizado y se lo permite, en tanto disfraz, al simbolizante pero no rompe el lazo que los une y se cuela entonces, inconciente, el simbolizado. Así, el símbolo es a la vez que un ocultamiento, un señalamiento de lo que oculta.
En términos de deseo, la censura permite al sujeto realizar (simbólicamente) sus deseos en tanto él no sepa (concientemente) de qué se trata. Y bajo esta luz aparece usado el lenguaje simbólico como transacción entre el deseo y su prohibición. Es decir, como expresión de un conflicto y cierta solución del mismo. Avanzando en esta dirección algunos autores afirman categóricamente la importancia del simbolismo como base para la sublimación “...llegué a la conclusión de que el simbolismo es el fundamento de toda sublimación y todo talento..." (4, pág. 63). Y también: “...la formación de símbolos en la posición depresiva requiere una cierta inhibición de los fines instintivos directos en relación con el objeto original, quedando así estos símbolos disponibles para la sublimación" (8, pág. 401). Tema polémico, nos parece.
          7) Símbolos e interpretación:
La conformación bipolar del símbolo con uno de sus elementos reprimido, su representación plástica y su condición de unidad apta para la formación de "textos", son todos atributos que lo habilitan para su participación en numerosas formaciones del inconciente quedando pues en posición inmejorable para su interpretación.
A esto se agrega la posibilidad del intérprete de saltar el obstáculo de la "mudez" del símbolo y de lograr su traducción inmediata a través de la comunidad cultural con el soñante y de su conocimiento del simbolismo. Puede así traducir un sueño, símbolo por símbolo, como lo hace Freud en varios ejemplos, obteniendo un texto que le permite cierto reconocimiento de lo universal del deseo allí expuesto. Pero, ¿no cabría aquí aplicar el viejo proverbio de “traduttore, traditore"? Cuando quiera el intérprete dar cuenta de la singularidad del deseo del soñante se encontrará con el obstáculo de su propio y singular deseo que interviene para traicionar su traducción.
Y aquí la prudencia y el rigor científico de Freud: "Un semejante virtuosismo es muy apropiado para halagar al intérprete al impresionar al sujeto... Mas no debéis dejaros seducir por esa facilidad. Nuestra misión no consiste en ejecutar brillantes habilidades. La interpretación basada en el conocimiento de los símbolos no constituye una técnica que pueda reemplazar a aquélla que se funda en la asociación, ni siquiera compararse con ella, y no es sino un complemento de la misma..." (3d. T.II, pag. 133).
Freud evita cuidadosamente ponerse en la posición del que “sabe". ¿En qué se diferenciaría pues, de los onirocríticos populares? (3x. T.I, pág. 308 y nota al pie). El saber está allí, entre ambos, inconciente, y debe ser descubierto por ambos. Y no se refiere solamente a la traducción de los simbolizados inconcientes del sujeto sino a la develación del singular discurso que abarca toda su historia y se apoya en la indestructibilidad de su deseo: "...
como las sombras de la Odisea..." o "... los titanes de la leyenda..." (3c. T.I, pág. 556).

CONCLUSIÓN.
Debería ir aquí algo que, a modo de síntesis, quisiera ser una definición del símbolo.
Luego de varios frustrados intentos, textos donde campeaba la aridez, la oscuridad o la amputación, concluimos que, para decir sintéticamente algo, necesitábamos de un interlocutor que ya supiera a qué nos referíamos. Entonces, ¿para qué la definición? Además, hemos visto en el propio curso de nuestro trabajo, que cada nuevo conocimiento modificaba nuestras provisorias definiciones que permanecían siempre “indefinidas".





BIBLIOGRAFÍA
1. Diccionario Enciclopédico - UTEHA.
2. DUCROT, O; TODOROV, T. - Enciclopedia de Lingüística.
3. FREUD, S. — Obras Completas (Biblioteca Nueva):
        a) “Estudios sobre la histeria". (1895).
        b) "Recuerdos infantiles y encubridores". (1899).
        c) "La interpretación de los sueños”. (1900).
        d) "Conferencias dc introducción al psicoanálisis". (1916~l 7).
        c) "Mi relación con Josep Popper-Linkeus”. (1932). 
4. KLEIN, M. -” La importancia dc la formación dc símbolos en el desarrollo del yo” (Contribuciones).
5. LACAN, J. · "Lectura estructuralista de Freud". (Ed. S.XXI, 1971).
6. LALANDE. - "Vocabulario técnico y critico dc la filosofía".
7. LAPLANCHE y PONTALIS. -” Diccionario de psicoanálisis".
8. SEGAL, H. · "Introducción a la obra dc M. Klein".




A. Weigle, Simbolización y comunicación en el niño


SIMBOLIZACION Y COMUNICACIÓN EN EL NIÑO[1]
(1979)

Hemos visto cómo los modos de vínculo hasta ahora relatados, el amamantamiento, el contacto, la mirada, incluso formas precursoras del juego, pueden ser objeto de estudio para los etólogos.
Pero la comunicación propiamente dicha, la comunicación en el nivel simbólico, es especifica del hombre y -como dice Ducrot- lo distinguen de los animales, que sólo poseen sistemas de recepción y de acción, lo que le vale el nombre de "animal symbo1icum".
El sistema simbólico se intercala entre los de acción y reacción y es el que nos permite -ahora, por ejemplo- a mí hablar y a ustedes escucharme, de modo que esta secuencia de sonidos posee, para ambos un sentido. Sentido éste que es el campo común que nos reúne, nos comunica, sin por ello articularnos rígidamente en un sistema de acción - reacción.
Ahora bien, daremos por sentada sin más, la existencia de ese vasto campo intermedio de la comunicación, de este mundo de símbolos y signos en que estamos incluidos como humanos, y nos preguntaremos qué le ocurre a ese individuo que accede por vez primera a dicho mundo.
Es un nuevo nacimiento, distinto del- biológico, que bien podríamos llamar el nacimiento a la cultura.
¿Qué necesita ese niño para poder nacer en este sentido? Por lo menos, tres condiciones imprescindibles:
1a.   Haber recibido - y continuar recibiendo - las formas de vínculo que han sido expuestas, pues ellas preparan y sostienen, a modo de matriz, el nuevo advenimiento y bien sabemos qué profundas alteraciones sobrevienen cuando ellas fallan. Pensemos, por ejemplo, en el autismo infantil.
2a.   Estar inmersos en el mundo de la cultura. Pensemos en los “niños-lobo" o sin llegar a eso, en otras situaciones de severa privación cultural.
3a.   Tener en sí el equipo anátomo - fisiológico básico para el desarrollo de la función simbólica o, mejor llamada, semiótica.
No sabemos cómo, en la Filogenia, se adquirió este equipo, pero, por la patología, sabemos de la necesidad de su presencia para el surgimiento de dichas funciones. Aunque sabemos también, que éstas necesitan, además, y de modo imprescindible, del estímulo de la comunicación interhumana.
***
Estos planteos nos conducen a mirar ese nuevo nacimiento del que hablábamos, como un descentramiento que se da en momentos privilegiados en que el bebé adquiere noción de sí y del mundo como distinto de sí, y luego, de sí y del otro como distinto pero semejante a él.
Ya no está más superpuesto a su ser biológico. Algo se descentró, algo nació que no sabría bien como llamar: ¿el yo?, ¿el sujeto?, ¿la persona?, pero que sí podría decir que será capaz de representar y representarse, de pensar y pensarse, de nombrar y nombrarse.
Aparecen con ello, nuevas posibilidades, nuevos intereses, nuevas funciones. Este recién nacido recibe entonces, a diferencia del animal, una doble herencia que deberá coordinar y organizar para sobrevivir como tal:
   - por un lado, la herencia biológica de sus capacidades, sus necesidades, sus instintos,
   - por otro, la herencia cultural con sus leyes, su historia, su lengua.
Y la tarea de coordinar ambas herencias le acompañará toda la vida en tanto pretenda convivir y comunicarse. Su abandono o su fractura representa la muerte como sujeto y creo que todos ustedes conocen claros casos (por·ej. las psicosis graves) en los que esa muerte se ha producido (aunque puede discutirse la reversibilidad o irreversibilidad de la misma).
***
Con respecto a este nuevo nacimiento los investigadores se han planteado numerosos problemas que, al modo habitual, podemos sintetizar así:
1a. gran pregunta: ¿qué es lo que lleva a la especie humana a este logro?
Se ha invocado en este sentido al extenso período de indefensión, de desamparo, que recorre el recién nacido humano y que lo hace depender durante largo tiempo de sus progenitores, conduciéndolos a compartir tareas y comunicarse, como modo de proteger la cría.
También a la inversa, podemos pensar que el período de desamparo deba su existencia al hecho de ser tolerado, e incluso estimulado, por sociedades protectoras. (Hoy aún vemos cómo en sociedades primitivas la maduración psico-biológica es más precoz que entre nosotros).
Quizás sea mejor considerar ambos factores - desamparo y protección- como interactuantes a un mismo nivel, en mutua potenciación.
De acá sólo nos queda un paso para considerar, de acuerdo a Freud, dos fenómenos que confluyen para la génesis de la cultura y el acceso a la expresión simbólica:
      - por un lado, la presión de las leyes de convivencia, como la prohibición del incesto,
      - y por otro, la mutación de las conductas instintivas fijas en pulsiones con metas y objetos intercambiables.
Se habilita así el mecanismo de la represión y el camino a la sublimación.
2a. gran pregunta, (con sus dos vertientes): ¿En qué momento y mediante qué medios se convierte la cría humana en “animal symbolicum", es decir, en ser pensante, receptor y emisor intencionado de mensajes?
Estas dos cuestiones nos introducen en intrincadísimos problemas, pero diremos algo sobre dos momentos, de aparición sucesiva, en el proceso de simbolización:
      a) la creación del espacio simbólico, y
      b) la integración de un código. `
***
a) La creación del espacio simbólico está en relación con la necesidad del niño -inmaduro y dependiente- de tolerar la espera y la separación.
Aparecen entonces los primeros sustitutos de la figura materna: el chupete, los juguetes, que no son la cosa en sí pero que la representan. Ya se está creando allí una relación de simbolización que, si bien aún no es comunicación, la está preparando.
Claro que se podría objetar que también los monos de la experiencia relatada,[2] sustituyen la figura materna por algo que se le parece. Pero es distinto; es una sustitución total en los términos de ”ecuación simbólica" como la describe Hanna Segal, permanece siempre como tal y no conduce a la representación de una ausencia como sucede en la verdadera relación de simbolización.
Estos hechos suceden ya durante el primer año de vida y habilitan para las primeras conductas de juego y aprendizaje.
Implican la capacidad de representar y, por lo tanto, de pensar.
Podemos optar por suponer un desarrollo progresivo de estas capacidades o, por lo contrario, tratar de descubrir momentos privilegiados en donde se estructuran, en un solo acto elementos hasta entonces dispersos.
Fenómenos de este tipo son, por ejemplo, el estadio del espejo que toma Lacan, o la angustia del 8º mes de Spitz, justamente relacionadas con el reconocimiento de sí y del otro, imprescindible para el establecimiento de la comunicación en el nivel simbólico.
b) Pero ¿podemos decir que una representación simbólica es, de por sí, una comunicación?
Creemos que no. El juego es un cabal ejemplo de representación simbólica que, si bien puede ser usado como medio de comunicación, no es ésa su función más primaria.
Es necesario, entonces, que el niño nos muestre su capacidad de recibir o comunicar un mensaje y esto lo podemos asegurar cuando comienza a entender y usar intencionadamente un código.
Tales conductas se establecen en el segundo año de vida y sabemos que la comprensión de mensajes se anticipa a su emisión, en plazos variables según el caso.
Podemos establecer 3 niveles de códigos, sin que la instalación de uno nuevo implique la desaparición de los anteriores:
1) El código mímico-gestual, que, de manera general, tiene validez universal y que no admite modos de registro escrito. Adquiere formas muy evolucionadas en los sordomudos, por ejemplo, en donde pasa a ser un código de signos.
2) El código de los símbolos.
Tiene también validez universal. Pensemos que cualquiera, no importa cuál sea su lengua, podría captar la simbología de un sueño, o del juego de un niño, o de una expresión plástica en el campo del arte.
Un símbolo surge en realidad de una relación entre dos componentes - lo simbolizado y el simbolizante - que tienen existencia independiente y que se aproximan mediante una motivación de semejanza o de contigüidad. Esta división le permite a Freud descubrir la simbólica inconciente en los sueños, donde lo simbolizado se halla reprimido, y que aplicamos también al juego infantil, abriéndose la "vía regia" de comunicación con el inconciente del niño.
3) El código de los signos verbales, o sea la lengua.
No tiene validez universal sino para determinado número de usuarios. La relación establecida entre los dos componentes del signo - significado y significante - es convencional y, por lo tanto, necesaria e inmotivada a diferencia del símbolo.
Pero admite modos sencillos de expresión y registro y es el único nivel de código que es capaz de expresarse sobre sí mismo.
Está contenido en el acervo cultural de los pueblos y su presencia inaugura la historia de la humanidad, así como la historia del individuo.






[1] Esta nota forma parte de un conjunto de cinco que expusimos un grupo de colegas sobre el tema: "Formas normales de la comunicación en el niño” en las JORNADAS DE APPIA, en 1979.
[2] Se refiere a las experiencias de Harlow que pueden verse en el video “El arrullo materno” (youtube).

A. Weigle, Identificación proyectiva


IDENTIFICACION PROYECTIVA
(1980)

Grinberg, León, (Rev. de Psic., Bs. As., 1965, T. XXII, Nº4) nos describe cincuenta y siete modalidades de la identificación proyectiva, pero eso nos indica más bien modos de aplicación del concepto así como también la posición central que se le adjudica en la teoría y de allí su posibilidad de articulación en variados contextos.
No nos agrega mucho, sin embargo, sobre la definición misma y las definiciones habituales que hemos encontrado no dan cuenta, creemos, de toda la versatilidad y complejidad que encierra el concepto y que intentaremos recuperar, en parte, por el re-examen de sus implicancias a partir de un brevísimo material clínico.
A su vez, la identificación proyectiva nos reenvía, por un lado, al problema mucho más amplio de la identificación, y por otro, a la consideración del par proyección - introyección: “Es usual que la identificación proyectiva e introyectiva ocurran simultáneamente" (H.A. Rosenfeld, Estados psicóticos, Ed. Hormé 1974, p.201).
***
“Estoy en un callejón sin salida... ¿y Ud. que hace?... ¡Ud. es un voyerista!", me dijo con llanto de rabia y angustia una paciente, luego de varias sesiones en que se empeñaba - acuciada por su frustración - en descubrir, en el detalle de su conducta sexual, los motivos de su frigidez.
Creo que su exclamación estaba justo en el centro de una problemática compleja. En un sentido directo, me acusa. Acusación que hace blanco en mi voyerismo; ¿Cómo escapar a ello desde mi posición de analista?; ¿Acaso esa posición no implica cierto voyerismo, cierto placer en mirar-escuchar que, proveniente de mis estratos más antiguos, se ha “sublimado", diría, en mi función?
Puedo tranquilizarme entonces y decirme: "es una acusación injusta; es cierto mi voyerismo pero mi fin no es poseerla sexualmente sino analizarla”.*
Se comporta ella aquí como el joven con una paranoia de celos del que Freud relata: (Algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad -1922- A.E. T. XVIII, p.2l9 y sig.).
”...extraía su material de la observación de mínimos indicios, por los cuales se le había traslucido la coquetería de la mujer, por complete inconsciente e imperceptible para otro..." Y algo más adelante: “Ahora sospechamos que describimos de un modo harto insatisfactorio la conducta del paranoico, tanto del celoso como del perseguido, cuando decimos que proyectan hacia afuera, sobre los otros, lo que no quieren percibir en su propia interioridad. Sin duda, que lo hacen, pero no proyectan en el aire, por así decir, ni allí donde no hay nada semejante, sino que se dejan guiar por su conocimiento de lo inconsciente y desplazan sobre lo inconsciente del otro la atención que sustraen de su inconsciente propio" (subrayados nuestros).
La paciente proyecta entonces su voyerismo en el área donde puede encontrarse con el mío. Ese es su punto de apoyo. "Sabe" de mí porque "sabe" de ella. Allí está lo “semejante" que menciona Freud. De otro modo, podemos decir que se identifica conmigo o me identifica con ella; Esta igualación tendrá consecuencias insospechadas como lo sugiere Freud aquí y como luego lo conceptualizará Klein a propósito de la identificación "... para identificarse fuertemente con otra persona es esencial sentir * que hay dentro del yo suficiente base en común con ese objeto"- y que esto "... es concomitante con la proyección de sí mismo en esa persona (y Io mismo se aplica a la introyección)" (“Sobre Ia identificación" en ‘”Nuevas direcciones..." Paid, 1977, pp.33O y 332).
Hagamos ahora un paréntesis de teorización.
Una identificación implica dos términos. Supone además su “conocimiento", su comparación y luego la constatación de su "semejanza" (o identidad) en todo o en parte. (Esto es, quizás, desmenuzar un proceso que puede darse como un todo simultáneo).
La proyección (como la introyección) en cambio, es otro proceso. Nos habla del movimiento de un término de un campo a otro: lo que está contenido en un lugar pasa a estarlo - real o virtualmente - en otro.
La identificación está tomada de un modelo lógico - matemático (juicio, ecuación). La proyección se sirve de un modelo físico (mecánico, óptico).
La identificación se vincula con el “conocer" (relación) la proyección con el actuar (proviene del latin “iacere": arrojar, arrojar fuera). La paciente entonces utiliza ese doble procedimiento: “conocerse-conocerme" y a un tiempo "arrojar" sobre mí su voyerismo.
Como vemos, esto implica la escisión: algo que le pertenecía, se ha clivado y separado; y aparece, en su exclamación, como mi voyerismo. Esta escisión se extiende además de ella hacia mí, pues paso a ser un "objeto malo", alguien que la ataca, la viola en su intimidad.
Pero todo este procedimiento sólo es posible en base a un desconocimiento del mismo. Ella no sólo no reconoce su voyerismo sino tampoco el procedimiento que ha usado para su expulsión y en sus palabras sólo aparece mi voyerismo con todo el refuerzo que ha recibido de prestado.
En la escisión puede verse claro, este desconocimiento pues ¿quién podría considerarse escindido y a la vez tener conocimiento de sus partes? El sólo conocimiento es un proceso unificador que desvanece la escisión. El fenómeno sólo puede ser descrito del lado del observador. Podríamos decir más: la condición de su existencia es ese des - conocimiento.*
Llegamos entonces a un punto contradictorio: la identificación proyectiva supone un conocimiento de sí y del otro, pero a su vez su existencia depende de un desconocimiento de todo el proceso. Freud lo resuelve apelando al “conocimiento inconsciente” lo que, por un lado, es una sonora bofetada al narcisismo de nuestro yo que ni siquiera sabe que sabe y, por otro lado, funda una nueva dimensión del inconsciente atribuyéndole una “desconocida" capacidad de conocer.
***
Abordando desde otro lado el tema de la identificación, Laplanche y Pontalis (Diccionario de Psicoanálisis) distinguen tres tipos:
            -identificación centrípeta
            -                       centrífuga
           -                        recíproca

que se corresponden. con las formas verbales: identificar – se con... (el objeto), identificar - lo con... (el sujeto) e identificar - nos, (mutua).
Para aclaramos en algo todo esto, podríamos recurrir a la premisa teórica de la existencia en el ser humano de un primer movimiento simultáneo de reconocimiento de sí y del otro que sea fundante, a un tiempo, de la aparición del sujeto y su contrapuesto, el objeto.
Pensamos que es en esta simultaneidad de conocimiento de sí y del otro en que se apoya la noción de identificación.*
Quizás debamos señalar aquí que lo semejante constituye el cuerpo básico del reconocimiento entre humanos, tan básico y obvio que por eso mismo arriesgamos a pasarlo por alto, pero que reúne en sí todos aquellos datos que nos permiten establecer sin dudas la distinción con lo no humano, así como la captación directa en el otro, por analogía, de nuestras experiencias intrapsíquicas (deseos, emociones, etc.).
Las identificaciones que, sobre ese cuerpo identificatorio básico se agreguen, son como un ropaje que tomamos del otro, (identificar - se) o ponemos en el otro nuestras propias vestiduras (identificar - lo) o nos uniformamos (identificar - nos).
Este juego de atribuciones corresponde al carácter proyectivo o introyectivo de la identificación según Klein y todo ello - como vimos·- funciona en un nivel inconsciente (descriptivo).
Este planteo puede ser, pensamos, una salida teórica al problema que surge de los distintos tipos de identificacién y otros conceptos como incorporación, interiorización, internalización y la propia introyección, que serán entonces sólo diversas formas del ingreso de algo a la psique y otras tantas estaciones del camino por el cual lo ajeno pasa a ser propio.*
También nos es posible establecer así una distinción más neta entre identificación proyectiva e introyectiva: mientras que la primera implica necesariamente una escisión y pérdida para el yo, en la segunda - por el contrario - algo se agrega al yo. Ello no supone que las consecuencias de una u otra sean favorables o desfavorables; esto último no depende de los procesos en sí sino de otros caracteres como su cualidad, su intensidad, la mutua integración, la interacción con el objeto, etc.
***
Volviendo a la paciente, podemos también decir que me acusa de aquello que desea para sí: ella quisiera estar en mi lugar (sin perder el suyo) usar de mi voyerismo (como "pene terapéutico") y obturar así, en un solo movimiento, su envidia al pene y su angustia de castración.*
Pero, ¿qué ha sucedido? Sólo logra escindirse y redoblar así su pérdida (su llanto de rabia y de angustia) porque al proponerse eliminar el conflicto que su deseo genera, sólo lo logra amputándose, perdiendo una parte (¿efecto de castración?), ataque duplicado en su acusación a mi (su) voyerismo.
Destruir en el otro lo que se desea para sí, es la envidia y Klein nos muestra el estrecho vínculo entre ésta y la identificación proyectiva: “la envidia.; la he definido como el aspecto-destructivo de la identificación proyectiva que actúa desde el principio de la vida" (Envidia y Gratitud, Ed. Hormé, p.26).
Podemos afirmar entonces que la emoción básica que sustenta la exclamación de la paciente es la envidia, lo que subraya el nivel dual de la relación conmigo en ese momento. Y aunque el trasfondo triangular edípico sea evidente (la frigidez como expresión del bloqueo del deseo incestuoso hacia el padre en un sentido, y de la envidia al pene en otro) el acento se desliza, regresivamente y a través de la ecuación pene-pecho, hacia la remoción de los sentimientos primarios en relación al pecho: "Mi trabajo me enseñó que
el primer objeto envidiado es el pecho" (M. Klein, op. cit., p.3l).
No puedo dejar de mencionar aquí la cita que Klein hace de la etimología de la palabra envidia: "...proviene del verbo latino `invideo': mirar con recelo a, mirar maliciosa o rencorosamente dentro de, dirigir una mirada maligna SOBRE..." (op. cit., p.26) y relacionarla con el voyerismo de nuestro caso. En un nuevo giro de la identificación proyectiva, mi voyerismo (yo contemplando la escena primaria) le resulta a ella también envidioso pues pervierte el sentido del análisis y la destruye en su papel de paciente...
***
Este tema de la envidia nos conduce, en un nivel mayor de abstracción, al juego de pulsiones que sustenta al material y que podríamos distribuir así:
- la pulsión de muerte está bien representada, en su faz hetero-destructiva, por la envidia y, en la autodestructiva, por la propia escisión.
- la libido objetal se ve en el deseo incestuoso (yo, padre "voyeur") como situación edípica directa, y en el deseo de ocupar mi lugar (ella, analista “voyeur") como situación edípica invertida. l
- la libido del yo está tanto en su deseo de completud narcisista que ya mencionamos (p. 16, Nota 2), como en su visión idealizada de mí como “su" analista en propiedad ("Y Ud. ¿qué hace?", refiere entre otras cosas, a mi omnipotencia y al uso discrecional que de ella hago).
Se hace así evidente la mezcla pulsional que encuentra también otra expresión en el componente sádico del deseo "voyeur" proyectado.
Pero frente a esta compleja interacción pulsional, la identificación proyectiva, ubicada en su lugar de "mecanismo" y usando cierto modelo tópico, se asemeja a un guardagujas que marca las vías a seguir a las poderosas fuerzas en juego. En ese particular lugar de encuentro con las pulsiones, muestra sus vínculos con el enfoque económico y dinámico de las mismas.
Más que teorizar de dónde la identificación proyectiva toma su energía, lo importante radica en el análisis de sus funciones.
***
“EI carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas", es decir, "relevadas por una identificación”, nos dice Freud en El Yo y el EIIo (A.E. T. XIX, p.30-3l).
Podemos entonces decir que el yo, al menos el que interesa al psicoanálisis, se construye en base a identificaciones, no existe fuera de ellas y se apoya en el cuerpo biológico, frágil unidad bioquímica en equilibrio inestable que sólo puede tener alguna pretensión de supervivencia a través de la reproducción.*
Pero estas identificaciones son "constructivas", diríamos, y se basan en una introyección. Y, por oposición, ¿acaso sería la identificación por proyección, "destructiva"?
En nuestro ejemplo parece, en primera instancia, tener esa consecuencia: la escisión y la pérdida por proyección parecen evidentes.
Sin embargo, no todo termina allí. La paciente espera algo de mí. Pues, ¿por qué señalarme que está en un “callejón sin salida"? Busca que yo le ofrezca una salida.
En Elementos de Psicoanálisis (Ed. Hormé, 1966, p.54), Bion nos propone un modelo que podría aplicarse a nuestro caso:
"Enunciaré la teoría primero en términos de un modelo a seguir: el niño que sufre hambre y temor a estar muriendo, deshecho por la culpa y la ansiedad, e impelido por la avidez, se ensucia y llora. La madre lo levanta,lo alimenta y tranquiliza y eventualmente, el niño se duerme.
Reformando el modelo para representar los sentimientos del niño, tenemos la siguiente versión: el niño, lleno de dolorosos pedazos de heces, culpa, temores de muerte acechante, trozos de avidez, ruindad y orina, evacúa estos objetos malos dentro del pecho que no está ahí. Mientras Io está haciendo, el objeto bueno transforma al no-pecho (boca) en un pecho, las heces y orina en leche, los temores de una muerte acechando y la ansiedad en vitalidad y confianza, la avidez y ruindad en sentimientos de amor y generosidad y el niño succiona de vuelta sus cosas malas, ahora traducidas en bondad.
El mecanismo está implícito en la teoría de la identificación proyectiva (M. Klein: Notes on some schizoid mechanisms)".
En términos bionianos mi paciente necesita un continente para sus contenidos proyectados.
Necesita que yo esté ahí. Es sabido que ese estar ahí, no es fácil, pero parece ser parte de mi tarea. Otra parte de la misma sería la transformación de lo proyectado para su posterior re-introyección (“las heces y la orina en leche").
Todo esto parece significar algo más complejo que hacer conciente lo inconsciente.
Para aclararnos un poco, ensayemos con distintas interpretaciones del material.
Si le dijera, por ejemplo: "Ud. desea ocupar mi lugar y ser Ud. la que mira" representaría sin duda, si puede aceptarlo, una ampliación importante del campo de su conciencia, un "conocimiento" que el yo adquiere, sea en el orden de los mecanismos como en el de los deseos inconscientes.
Pero esas palabras que yo le diría, vendrían, al fin y al cabo, a definir justamente lo proyectado y entonces, ¿qué esperanzas puedo tener que sea introyectado tal cual?
El destino de esa interpretación (que puede ser vivida como una contra - proyección) será quizás, la re - proyección, o la desestimación, o la negación o la aparente aceptación “racional" o cualquier otro procedimiento que, acompañando la fuerza de la identificación proyectiva primera, contribuya a mantenerla.
Ensayemos otra interpretación "de laboratorio":
"Ud. me acusa; sin embargo, quizás en mi voyerismo está la salida que Ud. busca. Ud. quisiera poder usar de su voyerismo como yo uso del mío como analista".
En este caso la interpretación emerge desde otro lugar. No empuja para volver a su sitio lo proyectado tal cual fue emitido, sino que practica una abertura en mí como analista para dejar penetrar la proyección; la identificación conmigo es tácitamente aceptada ("nuestro" voyerismo); la idealización y la envidia son señaladas (mi poder, su acusación) y, en la implícita no adhesión mía a su autocensura, quizás ella acepte que su "capacidad" de voyerista puede ser ejercida en otros planos.
No pretendemos con esto encontrar una interpretación sin fisuras o de efecto mágico, sino sólo despejar cierta posición del analista frente al material, atendiendo al juego de identificación, proyección e introyección.
Veámoslo por pasos:
a) la interpretación así formulada no reintroyecta la proyección tal cual, sino que muestra cómo el analista puede “introyectar" la proyección de su paciente ofreciéndose, en términos de Bion, como continente de ese contenido
b) esta introyección se hace en base a la aceptación de la identificación propuesta por el paciente: los dos términos de la identificación pasan a ser conscientes para el analista y, por ende, puede mostrarlos a su paciente.
c) lo proyectado vuelve al paciente transformado: lo que surgió como un voyerismo sádico, puede ser reintroyectado como un voyerismo sublimado en otra función posible, abriéndole paso así al deseo identificatorio con el analista.*
De este modo se patentiza la intrincación de los fenómenos proyectivos e introyectivos que sólo puede darse sobre un campo de identificación.
Y si el proceso es así en la dirección de la cura, ¿qué podremos decir cuando, en la dirección opuesta, una exacerbación de la identificación proyectiva conduce a un estado psicótico?
Volviendo al ejemplo de Freud citado al comienzo, allí el delirio surge, no para obturar el efecto de la desestimación (verwerfung) de una realidad externa frustrante, sino como efecto mismo de la acción de los mecanismos usados frente a una realidad interna intolerable.
No es una "realización" sino una expulsión "alucinatoria" de deseos intolerables (hostiles o libidinales).





*Dejé tal cual esta sintaxis del manuscrito inicial, aunque advertí -·pequeño, gran desliz - que en el “la” de analizarla se deslizaba algo de poseerla, y que esto señalaba algo del "incesto" analista-paciente que, inconsciente a inconsciente, podía estar como telón de fondo en la escena del análisis. Debería haber puesto "analizar junto con ella” o simplemente "analizar”.
* Aparece la palabra "sentir" en esta cita. Menudo problema... Tan usada y tan indefinida. ¿Tiene que ver con “conocer"? ¿O con "tener conciencia de"? ¿Qué relación tiene con lo "no verbalizable", lo indefinido de las sensaciones, sentimientos, emociones, intuiciones, afectos? Hay quien diría que debería ser excluida del vocabulario psicoanalítico. Otros se apoyan marcadamente en ella. Yo preferiría acotarla en cada uso. Acá se refiere a cierto “conocimiento” intuitivo en un sentido similar al "conocimiento” del paciente de Freud recién citado.

*Se podría objetar que cuando Freud describe la escisión del yo justamente se refiere a dos corrientes paralelas y contradictorias que conviven una junto a otra: el paciente desmiente por un lado la falta de pene en la mujer y, por otro, la reconoce. Pero, ¿sabe realmente lo que en él sucede? Las dos corrientes estén allí pero su existencia simultánea está justamente basada en un no reconocimiento radical. La diferencia con nuestro caso es que nuestra paciente "desmiente" algo intolerable de su realidad interna (el deseo voyeur) mientras que el fetichista o el obsesivo de Freud desmienten algo intolerable de la realidad externa (la falta de pene en la madre, la muerte del padre).
*Parentesco con esto tienen las conceptualizaciones de “un nuevo acto psíquico" (Freud), "estadio del espejo" (Lacan), "angustia del 8º mes" (Spitz), pues todas ellas nos hablan justamente del surgimiento de esa nueva "GestaIt" que, como articulación estructurante, viene a establecer la diferencia de lo humano en la escala animal.

*Los “objetos internos" - en realidad internalizados - serían una estación intermedia de ese camino pues, como su nombre lo dice, ni son externos ni llegan a formar parte de la identidad del sujeto.

*Castración en su sentido más amplio, de ella mujer como ser castrado, pero también del varón como ser castrado, incompleto, estando simbolizado en el pene - que ella no posee y el varón sí, pero como adherido y siempre en riesgo de perder - el lazo que une (el "und" de Tristan und lsolde), la conjunción que fusiona ambos sexos en la completud narcisista que cada cual quiere para sí.
* Es por una participación identificatoria con los demás yos y con los productos más o menos permanentes de la cultura, que ese yo llega a creerse inmortal, repudia la muerte remitiéndola sólo a su cuerpo material y se refugia en el "delirio compartido" de las religiones u otras organizaciones de pertenencia y poderío. Recordemos el lema de la familia Zorrilla de San Martin: “Velar se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte".
* Podría objetarse que en esto el analista “se exhibe" como “modelo” a seguir por su paciente. No sabemos cómo se puede sortear este escollo (y ni siquiera si hay que hacerlo) máxime teniendo en cuenta que siempre es así en el juego identificatorio paciente - analista (juego que también funciona - por qué no - a la inversa).