martes, 16 de octubre de 2018

A. Weigle, Sexualidad femenina



SEXUALIDAD FEMENINA*
(1985)

Al prestar atención al título propuesto, de inmediato surgen interrogantes sobre temas muy polémicos: ¿Sexualidad?, ¿Femenina? ¿Sexualidad femenina?...
Sobre estas tres preguntas haremos algunas reflexiones.

I) Sexualidad
Cada vez que vemos usar esta palabra se nos impone preguntarnos en qué sentido se hace. Porque es necesario aclararlo y delimitarlo. La primera restricción que nos imponemos es: lo que se refiere al sexo sí, pero no el sexo como diferencia. Esto lo dejamos para cuando pensemos en “femenina", que en realidad tiene que ver con el género.
Sexo, entonces, (tanto femenino como masculino), hace referencia, por un lado, a la persona y, en ella, al deseo y su satisfacción (principio del placer).
Por otro lado, hace referencia al vínculo entre personas y de allí a variadas interacciones (metas) sujeto / objeto.
Estas dos grandes vertientes: placer y vínculo, están presentes en toda actividad sexual, incluso la autoerótica. Pero ¿la inversa es válida? ¿Todo placer y todo vínculo son sexuales? A esta pregunta podemos contestar apresuradamente que así es para el psicoanálisis más ortodoxo.
Si consideramos lo sexual como un saco cuya malla se estira ilimitadamente, cabrá allí, por una vía u otra de nuestra especulación, todo lo que en él queramos poner.
Esto se produce, por ejemplo, si partimos diciendo que toda conducta vinculatoria emocional humana es, por definición, sexual; de allí podemos inferir fácilmente que todo placer, toda alegría, todo logro, toda satisfacción (y sus contrarios) por el hecho de ser reductibles a algún vínculo humano tienen, por fuerza que ser de índole sexual.
Y se produce, más aún, si consideramos a todo placer como sexual por naturaleza. Excluyendo entonces las estrictas acciones para la satisfacción de necesidades, todo el resto de la actividad humana es, directa o indirectamente (sublimación), de origen sexual. Esto abarca, desde el lenguaje en adelante, toda la cultura.
Curiosa extensión de lo sexual que, si bien tiene la ventaja de unificar, profundizar, simplificar y articular una cierta concepción del hombre, igualmente nos sume en un mar de dudas, complicaciones y callejones sin salida.[1]
Volvamos entonces a algo más práctico. Cuando nos referimos a lo sexual en nuestra conversación diaria e incluso en el diálogo sobre casos u otros temas científicos, le adjudicamos una cualidad más limitada, mucho más específica y decimos, por ejemplo: excitación sexual, inclinación sexual, atentado sexual, conducta sexual, meta sexual. En todos estos casos el uso de "sexual" es mucho más restringido que las otras aplicaciones que incluye la teoría. A veces, para dar cuenta de esa restricción hablamos de "erótico" y la referencia a Eros como pulsión de vida, de mayor extensión que "sexual", introduce más contradicciones en el tema.
Tomaremos entonces el término sexualidad en este sentido restringido (función sexual, placer sexual, vínculo sexual, perversión sexual, fantasía sexual). Es decir, todas aquellas acciones y sensaciones que, a partir de estimulaciones especificas generadoras del deseo, se organizan con la meta de la descarga placentera (orgasmo o equivalentes) a través de la cópula (finalidad que implica también a la especie) o alguna otra acción (escena) sustitutiva (finalidad alternativa para el individuo).
Esta acepción permite hacer coincidir la sexualidad humana y la del resto de las especies en una definición común para poder así discriminar sus semejanzas y diferencias (en lo que no entraremos).
Así consideradas, tanto la sexualidad femenina como la masculina, presentan un enorme terreno común en el que son absolutamente idénticas y eso es lo que nos interesa destacar. Pero no es cuestión de negar las diferencias y esto nos lleva a considerar el punto siguiente.

II) Femenina
Lo femenino está definido por su contrapartida, lo masculino. Biológicamente hablando, la diferencia de sexos se refiere exclusivamente a que se atribuye el género femenino a aquel individuo que luego de la cópula alberga durante un tiempo a ambos gametos permitiendo su unión (huevo) y, en los vivíparos, su posterior desarrollo. Si existiera (no lo sabemos) alguna especie en que tal unión se realizara fuera de los individuos, sería imposible adjudicarle sexos distintivos por función y la única diferencia estaría dada por la existente entre los gametos (sexos cromosómicos). No creo que esta diferencia nos interese a propósito de la sexualidad femenina (sí, en los intersexos).
Nos interesa en cambio, la diversa anatomía (dimorfismo de género), la diversa función y las pautas de comportamiento heredadas correspondientes.[2]
Es en estos puntos donde se apoya fundamentalmente la diferencia de género. No podemos, a nuestro criterio, partir de una diferencia: fálico-castrado (considerada como etapa universal del desarrollo) aunque sí nos parezca clara la presencia de esta fantasía fálico-narcisista en un número importante de varones como de niñas (en ambos con un sentido muy diferente por la lógica que uno es "fálico" y la otra es "castrada").
Siempre recordamos a propósito de este punto un caso ejemplar: un varoncito de 3a 1/2, el menor de varias hermanas, había tomado ciertas actitudes de corte femenino (travestismo, juegos de niñas, etc.) y su madre, preocupada, le señala en una ocasión "pero tú no eres una nena, ¿no ves que tienes pito y tus hermanas no?". El niño contesta de inmediato: "Si, pero cuando sea grande como ellas se me va a caer".
Como espejo del "ya le va a crecer" de Freud, nos obliga a meditar: el deseo siempre está en el lugar del otro (envidiado), sea porque tiene pene, porque no lo tiene, o porque tiene otra cosa.
Este niño tiene sobrados motivos, (que no vamos a detallar) para envidiar a su madre y hermanas y se vuelve demasiado atractivo para él, estructurarse sobre una identidad femenina. Esta situación da luego un vuelco fundamental y desaparecen estas conductas cuando, por otras razones, empieza a pesar la identidad masculina en la balanza "bisexual" del chico.
Y ya que escribimos “bisexual", en realidad correspondería decir "bi-genérica", para referirse a la “balanza" identificatoria (montada sobre el deseo de SER alguien) y reservar "bi-sexual" para la "balanza" de elección de objeto (montada sobre el DESEAR -sexualmente- a alguien).

Pero, meditando sobre esta “bigenericidad básica de la naturaleza humana" (valga la parafrase), me planteo que se hace más entendible partir de una etapa más básica "pre-genérica".
Tomemos al “infans" que trabajosamente va formando su yo (en el sentido de ser persona o su SER como diría D. Gil). En cierto momento esa "personita" debe enfrentarse a la posesión de un cuerpo de determinado género que a su vez coteja con los otros cuerpos-persona de sus más cercanos vínculos. Podemos pensar que, antes de ese momento, no tiene aún definida una identidad de género culturalmente inducida; sólo posee la marca biológica; es pre-genérico.
¿Quién puede definir el sexo de un infans sin observar directamente los genitales o algún otro distintivo externo colocado por sus padres?
Y esto, ¿hasta cuándo? ¿hasta el año? ¿año y medio? ¿dos años? Sin embargo, es muy fácil hacerlo más tarde y cuando en algún caso no lo es, nos despierta la misma extraña desazón que la imagen taquitoscópica en su límite.[3]
***
Obligado a definirse, el niño-persona, pondrá en su balanza, por supuesto que su cuerpo, pero a veces, (lo sabemos) pesan más otras cosas. (Más que definirse es definido por su circunstancia).
Esa misma inquietud identificatoria se reproduce en la adolescencia y se redobla al procurar la elección de un objeto donde plasmar el deseo sexual.
Siguiendo en esta línea, podemos pensar que, para el bebé, la madre no posee aún "identidad genérica" en todo un primer período. Si alguna identidad tiene es la de “mamá" que, generalmente en los mamíferos, coincide punto por punto con la hembra.
No así en el ser humano donde, por efecto de la cultura, puede ser sustituida una "mamá" femenina que falte por una masculina, salvando al bebé de la muerte segura que le tocaría en suerte en otras especies.
Claro que todo esto varía aquello de que la niña debe cambiar el objeto (de la madre al padre) en su desarrollo. Puede decirse que ambos, niña y varón, simplemente pasan de un objeto pre-genérico (madre, definida por su función y no por su género) a un objeto de identificación genérica cultural (femenino-masculino) y su consecuente objeto de deseo sexual (heterosexual - homosexual).
Luego de esta especie de introducción sobre "sexual" y “femenina" en sus carriles respectivos de "deseo" e “identidad", en la que traté de mover algo los esquemas teóricos clásicos, estoy en condiciones de hacerme entender en algunas meditaciones sobre "sexualidad femenina" en su conjunto.

III) Sexualidad femenina
Quisiera empezar con una breve referencia a un material clínico.
Una joven paciente me relata una escena de sus ocho años que acude a su recuerdo a propósito de su preocupación por una frigidez, que hace peligrar la felicidad de su matrimonio:
"Mis padres, como de costumbre, estaban en una interminable discusión y, con el propósito de llegar a un armisticio (siempre precario) fueron a dar una vuelta en auto. Me llevaron en la parte de atrás. Papá no encontraba la fórmula (nunca exacta) de retractación y pedido de disculpa y perdón, que mama exigía para poder llegar a una reconciliación. Papá ensayaba una y otra vez, hasta la exasperación. Yo me tragaba por enésima vez ese espectáculo. Recuerdo que, en un momento, mamá lo golpeó con el puño. Pero lo terrible es el final de la escena. Como parecía no haber solución, papá para el auto, se baja, ¡en pleno parque!, se arrodilla en el suelo delante del auto y desde allí le implora el perdón".
Podemos analizar esta escena de muchas maneras. Yo elijo una:
La niña asiste a una “violación" en la que su padre, con su consentimiento (¿o su beneplácito?), es la víctima. Pero la víctima mayor es ella misma que es violada sistemáticamente al ser obligada a asistir a estas escenas (la que relaté es sólo una muestra). Se despiertan a su vez en ella deseos de violar a su madre, invirtiendo los papeles con el padre y así golpearla, arrastrarla, denigrarla. Pero su madre es un ser tan terrible como frágil (ya ha aprendido la paciente esta combinación tan frecuente en la naturaleza humana) y aparece entonces el padre como culpable de permitir esos sucesos en aras de la fragilidad materna y por lo tanto bien violado está.
Ser violada por la pareja de padres y a su vez desear violar a madre y padre se combinan para desencadenar en ella un "cierre de puertas" que exige una “apertura" sucesiva en el análisis: primero una fobia a la desfloración (cierre de muslos), luego un vaginismo (cierre de vagina) y por fin una frigidez a la penetración (cierre al placer y a la entrega).
Estas sucesivas "puertas" se van abriendo desde el "cuerpo" hasta la "psique" (que para el psicoanálisis son sólo dos formas de vivirse como persona). En la noche de esta sesión, la paciente, visiblemente movilizada, se la comunica, contra su costumbre, a su esposo, con la idea también de comprobar qué efecto tendría ahora en su cuerpo una experiencia de penetración. Pero él reacciona de un modo sorprendente: rehúye el coito aduciendo una irregularidad inexistente en la toma del anticonceptivo.
Creemos que, bajo la sugestión del relato, el esposo, que en otros momentos ha manifestado el temor a que ella herede la locura materna, siente a su mujer identificada con esa madre "violadora" (transformada para él en castradora) y opta por esconder prudentemente su pene.
Este único material daría para desarrollar muchas ideas, pero mi propósito es muy otro que el de desmadejar las fantasías posibles y sólo quiero señalar:
                  1) La inhibición sexual de mi paciente, ¿le corresponde como situación específicamente femenina? Evidentemente no. El marido colocado en la misma escena refractada a través de su mujer, reacciona también con una inhibición sexual. Las diferencias individuales de respuesta de cualquier niño o niña, colocado en idéntica circunstancia, no ofrecerían ninguna pauta como para dividirlas en femeninas o masculinas. No podemos probar entonces que haya una "esencia" masculina o femenina que nos permita distinguir la respuesta erótica de una persona. Estas respuestas y sus correspondientes vivencias constituyen un extenso campo común de varones y mujeres que permiten la con-vivencia y la comprensión mutua (incluyendo el campo de la experiencia analítica).
                 2) Pero, partiendo de esa comunidad básica, la persona mujer se encuentra, como dijimos, con un cuerpo distinto del masculino (anatomía receptiva en complementariedad con la dativa masculina), con un espectro hormonal sexual diferente, con funciones propias (maternidad en todas sus etapas biológicas) y también propias gestalts-estímulo heredadas (feromonas incluidas).
Pero estas diferencias parecen no ser suficientes para la especie humana y, casi desde el vamos, se van agregando continuamente nuevas diferencias hasta llegar al límite que casi no hay comportamiento al que no se le pueda adscribir un modo masculino o femenino de ser ejecutado.
Esta identidad genérica cultural, ¿qué sentido tiene?
Parece ser muy importante por la magnitud que adquiere, así como por la "patología" que le adjudicamos espontáneamente a toda “desviación".
Me parece bastante claro que toda esta exigencia identificatoria de nuestra especie no puede ser atribuida sólo a la ejecución del deseo sexual o a la conservación de la especie para lo cual sería suficiente la identidad biológica.
Hay otro registro que debe ser considerado; registro que justamente tiene el poder de trastocar la identidad biológica para salvaguardar la propia existencia. No me refiero a nada nuevo sino simplemente a la identidad PERSONA, al SER persona.
Al decir PERSONA aludimos a cierta estructura que desborda los límites del "individuo" (en realidad es excéntrica con respecto a esa imprescindible unidad biológica que llamamos individuo) y se forma en el vínculo con otras personas.
Por la contraria: nadie es persona si un otro (otra persona) no lo identifica como tal. Por eso una persona no existe “dentro de" sino “entre” los individuos.
Es la persona, aquella que puede desintegrarse y morir (psicosis graves) aunque el individuo esté intacto.
Es la persona quien puede matar su propio cuerpo en aras de otras reivindicaciones o con el paradójico fin de protegerse (Winnicott).
Es la persona que vive antes de nacer (en la persona de sus padres a quienes ya alimenta) y que vive luego de morir (en la persona de sus prójimos a quienes sigue alimentando).
Es la persona que, puesta también separada del cuerpo bajo la forma de alma (psiqué), espíritu, dios o demonio, puebla el mito, la saga, la religión, la lengua, la locura.
Es la persona que, para sobrevivir, está en permanente tensión entre defender su “identidad" y mantener sus "vínculos".
Somos, en fin, nosotros que, trabajosamente, nos estamos construyendo a cada momento apoyándonos unos en otros; nosotros, seres frágiles y evanescentes como los “hombre hechos a la ligera" o inmortales como las "almas examinadas” (Schreber: "Mémories"). Y cuando, por algún motivo, está comprometida esa asunción a la categoría de "persona" y, para salvarla, es necesario sacrificar la identidad de género (cambiarla, desmentirla, desestimarla), así sucede.
Para estos procesos sí que tiene valor la acentuación de la división de géneros: tanto para la defensa de la identidad como para la defensa de la complementariedad; tanto para la reunión en unidades más estables (pareja, familia) como para la división de roles (parentales u otros).
Y es al servicio de estas exigencias de estructuración que, en la especie humana, es necesario subrayar lo de sexualidad femenina, masculina o infantil, incluidos narcisismo y edipismo, castración y violación.
Pero todos estos elementos están incluidos en todos y cada uno de nosotros, hombres y mujeres por igual, en tanto que personas.




* Aporte a los grupos de discusión de las Jornadas sobre Sexualidad Femenina (agosto de 1985, Asociación Psicoanalítica del Uruguay)
[1] En el maravilloso texto de Carlos Vaz Ferreira “Lógica viva” (1910) releemos el capítulo “Cuestiones de palabra y cuestiones de hecho” (que viene como anillo al dedo para la cuestión de la palabra sexual que estamos analizando) y encontramos la siguiente observación (pág. 84): 
 Así, cuando las palabras tienen un cierto sentido consagrado, que responde a las definiciones adoptadas, y, lo que es más importante todavía, a las asociaciones habituales, es preferible tomarlas en ese sentido, y no alterarlo sin una conveniencia positiva. De hacer lo contrario, suelen resultar inconvenientes graves.
Y ejemplifica con un comentario a la exagerada extensión que el filósofo Jean-Marie Guyau le da al término estético en un debate con Herbert Spencer.
Y -¡oh sorpresa!- al final de dicho comentario agrega, en 1919, esta nota al pie (pág. 85):
(1) Freud provocó más recientemente una situación parecida — ¡aunque con tantas más proyecciones prácticas! — por la gran extensión que dio al término “sexualidad” y a otros correlacionados.
[2] Entre estas pautas destaco las de cortejo que en nuestra especie humana se refiere, por ejemplo, a aquélla que muy bien describió Freud cuando señaló la característica exhibicionista del cortejo femenino y la correspondiente
voyeurista del masculino.
[3] Estamos permanentemente tratando de identificar según el género a la persona que se nos presenta y, cuando no podemos hacerlo cabalmente, continuamos con una “desazón identificatoria” que no desaparece hasta que por fin le otorgamos una definición (masculino, femenino o cualquier otra intermedia entre esos dos extremos).

No hay comentarios:

Publicar un comentario