(1985)
Al prestar
atención al título propuesto, de inmediato surgen interrogantes sobre temas muy
polémicos: ¿Sexualidad?, ¿Femenina? ¿Sexualidad femenina?...
Sobre
estas tres preguntas haremos algunas reflexiones.
I) Sexualidad
Cada vez
que vemos usar esta palabra se nos impone preguntarnos en qué sentido se hace.
Porque es necesario aclararlo y delimitarlo. La primera restricción que nos
imponemos es: lo que se refiere al sexo sí, pero no el sexo como diferencia. Esto lo dejamos para cuando
pensemos en “femenina", que en realidad tiene que ver con el género.
Sexo,
entonces, (tanto femenino como masculino), hace referencia, por un lado, a la persona
y, en ella, al deseo y su satisfacción (principio del placer).
Por otro
lado, hace referencia al vínculo entre
personas y de allí a variadas interacciones (metas) sujeto / objeto.
Estas dos
grandes vertientes: placer y vínculo, están presentes en toda
actividad sexual, incluso la autoerótica. Pero ¿la inversa es válida? ¿Todo
placer y todo vínculo son sexuales? A esta pregunta podemos contestar
apresuradamente que así es para el psicoanálisis más ortodoxo.
Si
consideramos lo sexual como un saco cuya malla se estira ilimitadamente, cabrá
allí, por una vía u otra de nuestra especulación, todo lo que en él queramos
poner.
Esto se
produce, por ejemplo, si partimos diciendo que toda conducta vinculatoria
emocional humana es, por definición, sexual; de allí podemos inferir fácilmente
que todo placer, toda alegría, todo logro, toda satisfacción (y sus contrarios)
por el hecho de ser reductibles a algún vínculo humano tienen, por fuerza que
ser de índole sexual.
Y se
produce, más aún, si consideramos a todo placer como sexual por naturaleza.
Excluyendo entonces las estrictas acciones para la satisfacción de necesidades,
todo el resto de la actividad humana es, directa o indirectamente
(sublimación), de origen sexual. Esto abarca, desde el lenguaje en adelante,
toda la cultura.
Curiosa
extensión de lo sexual que, si bien tiene la ventaja de unificar, profundizar,
simplificar y articular una cierta concepción del hombre, igualmente nos sume
en un mar de dudas, complicaciones y callejones sin salida.[1]
Volvamos
entonces a algo más práctico. Cuando nos referimos a lo sexual en nuestra
conversación diaria e incluso en el diálogo sobre casos u otros temas
científicos, le adjudicamos una cualidad más limitada, mucho más específica y
decimos, por ejemplo: excitación sexual, inclinación sexual, atentado sexual,
conducta sexual, meta sexual. En todos estos casos el uso de "sexual"
es mucho más restringido que las otras aplicaciones que incluye la teoría. A
veces, para dar cuenta de esa restricción hablamos de "erótico" y la
referencia a Eros como pulsión de vida, de mayor extensión que
"sexual", introduce más contradicciones en el tema.
Tomaremos
entonces el término sexualidad en este sentido restringido (función sexual,
placer sexual, vínculo sexual, perversión sexual, fantasía sexual). Es decir,
todas aquellas acciones y sensaciones que, a partir de estimulaciones
especificas generadoras del deseo, se organizan con la meta de la descarga
placentera (orgasmo o equivalentes) a través de la cópula (finalidad que
implica también a la especie) o alguna otra acción (escena) sustitutiva
(finalidad alternativa para el individuo).
Esta
acepción permite hacer coincidir la sexualidad humana y la del resto de las
especies en una definición común para poder así discriminar sus semejanzas y
diferencias (en lo que no entraremos).
Así consideradas,
tanto la sexualidad femenina como la masculina, presentan un enorme terreno
común en el que son absolutamente idénticas y eso es lo que nos interesa
destacar. Pero no es cuestión de negar las diferencias y esto nos lleva a
considerar el punto siguiente.
II) Femenina
Lo
femenino está definido por su contrapartida, lo masculino. Biológicamente
hablando, la diferencia de sexos se refiere exclusivamente a que se atribuye el
género femenino a aquel individuo que luego de la cópula alberga durante un
tiempo a ambos gametos permitiendo su unión (huevo) y, en los vivíparos, su
posterior desarrollo. Si existiera (no lo sabemos) alguna especie en que tal
unión se realizara fuera de los individuos, sería imposible adjudicarle sexos
distintivos por función y la única diferencia estaría dada por la existente
entre los gametos (sexos cromosómicos). No creo que esta diferencia nos
interese a propósito de la sexualidad femenina (sí, en los intersexos).
Nos
interesa en cambio, la diversa anatomía (dimorfismo de género), la diversa
función y las pautas de comportamiento heredadas correspondientes.[2]
Es en
estos puntos donde se apoya fundamentalmente la diferencia de género. No
podemos, a nuestro criterio, partir de una diferencia: fálico-castrado
(considerada como etapa universal del desarrollo) aunque sí nos parezca clara
la presencia de esta fantasía fálico-narcisista en un número importante de
varones como de niñas (en ambos con un sentido muy diferente por la lógica que
uno es "fálico" y la otra es "castrada").
Siempre
recordamos a propósito de este punto un caso ejemplar: un varoncito de 3a 1/2,
el menor de varias hermanas, había tomado ciertas actitudes de corte femenino
(travestismo, juegos de niñas, etc.) y su madre, preocupada, le señala en una
ocasión "pero tú no eres una nena, ¿no ves que tienes pito y tus hermanas
no?". El niño contesta de inmediato: "Si, pero cuando sea grande como
ellas se me va a caer".
Como
espejo del "ya le va a crecer" de Freud, nos obliga a meditar: el
deseo siempre está en el lugar del otro (envidiado), sea porque tiene pene,
porque no lo tiene, o porque tiene otra cosa.
Este niño
tiene sobrados motivos, (que no vamos a detallar) para envidiar a su madre y
hermanas y se vuelve demasiado atractivo para él, estructurarse sobre una identidad
femenina. Esta situación da luego un vuelco fundamental y desaparecen estas
conductas cuando, por otras razones, empieza a pesar la identidad masculina en
la balanza "bisexual" del chico.
Y ya que escribimos “bisexual", en
realidad correspondería decir "bi-genérica", para referirse a la
“balanza" identificatoria (montada sobre el deseo de SER alguien) y
reservar "bi-sexual" para la "balanza" de elección de
objeto (montada sobre el DESEAR -sexualmente- a alguien).
Pero, meditando sobre esta “bigenericidad
básica de la naturaleza humana" (valga la parafrase), me planteo que se
hace más entendible partir de una etapa más básica "pre-genérica".
Tomemos al “infans" que trabajosamente va formando
su yo (en el sentido de ser persona o su SER como diría D. Gil). En cierto
momento esa "personita" debe enfrentarse a la posesión de un cuerpo
de determinado género que a su vez coteja con los otros cuerpos-persona de sus
más cercanos vínculos. Podemos pensar que, antes de ese momento, no tiene aún
definida una identidad de género culturalmente
inducida; sólo posee la marca biológica; es pre-genérico.
¿Quién
puede definir el sexo de un infans sin observar directamente los genitales o
algún otro distintivo externo colocado por sus padres?
Y esto,
¿hasta cuándo? ¿hasta el año? ¿año y medio? ¿dos años? Sin embargo, es muy
fácil hacerlo más tarde y cuando en algún caso no lo es, nos despierta la misma
extraña desazón que la imagen taquitoscópica en su límite.[3]
***
Obligado a
definirse, el niño-persona, pondrá en su balanza, por supuesto que su cuerpo,
pero a veces, (lo sabemos) pesan más otras cosas. (Más que definirse es
definido por su circunstancia).
Esa misma
inquietud identificatoria se reproduce en la adolescencia y se redobla al
procurar la elección de un objeto donde plasmar el deseo sexual.
Siguiendo
en esta línea, podemos pensar que, para el bebé, la madre no posee aún
"identidad genérica" en todo un primer período. Si alguna identidad
tiene es la de “mamá" que, generalmente en los mamíferos, coincide punto
por punto con la hembra.
No así en
el ser humano donde, por efecto de la cultura, puede ser sustituida una
"mamá" femenina que falte por una masculina, salvando al bebé de la
muerte segura que le tocaría en suerte en otras especies.
Claro que
todo esto varía aquello de que la niña debe cambiar el objeto (de la madre al
padre) en su desarrollo. Puede decirse que ambos, niña y varón, simplemente
pasan de un objeto pre-genérico (madre, definida por su función y no por su
género) a un objeto de identificación genérica cultural (femenino-masculino) y
su consecuente objeto de deseo sexual (heterosexual - homosexual).
Luego de
esta especie de introducción sobre "sexual" y “femenina" en sus
carriles respectivos de "deseo" e “identidad", en la que traté
de mover algo los esquemas teóricos clásicos, estoy en condiciones de hacerme
entender en algunas meditaciones sobre "sexualidad femenina" en su
conjunto.
III) Sexualidad femenina
Quisiera
empezar con una breve referencia a un material clínico.
Una joven
paciente me relata una escena de sus ocho años que acude a su recuerdo a
propósito de su preocupación por una frigidez, que hace peligrar la felicidad
de su matrimonio:
"Mis padres, como de costumbre,
estaban en una interminable discusión y, con el propósito de llegar a un
armisticio (siempre precario) fueron a dar una vuelta en auto. Me llevaron en
la parte de atrás. Papá no encontraba la fórmula (nunca exacta) de retractación
y pedido de disculpa y perdón, que mama exigía para poder llegar a una
reconciliación. Papá ensayaba una y otra vez, hasta la exasperación. Yo me
tragaba por enésima vez ese espectáculo. Recuerdo que, en un momento, mamá lo
golpeó con el puño. Pero lo terrible es el final de la escena. Como parecía no
haber solución, papá para el auto, se baja, ¡en pleno parque!, se arrodilla en
el suelo delante del auto y desde allí le implora el perdón".
Podemos
analizar esta escena de muchas maneras. Yo elijo una:
La niña
asiste a una “violación" en la que su padre, con su consentimiento (¿o su
beneplácito?), es la víctima. Pero la víctima mayor es ella misma que es
violada sistemáticamente al ser obligada a asistir a estas escenas (la que
relaté es sólo una muestra). Se despiertan a su vez en ella deseos de violar a
su madre, invirtiendo los papeles con el padre y así golpearla, arrastrarla,
denigrarla. Pero su madre es un ser tan terrible como frágil (ya ha aprendido
la paciente esta combinación tan frecuente en la naturaleza humana) y aparece
entonces el padre como culpable de permitir esos sucesos en aras de la
fragilidad materna y por lo tanto bien violado está.
Ser
violada por la pareja de padres y a su vez desear violar a madre y padre se
combinan para desencadenar en ella un "cierre de puertas" que exige
una “apertura" sucesiva en el análisis: primero una fobia a la
desfloración (cierre de muslos), luego un vaginismo (cierre de vagina) y por
fin una frigidez a la penetración (cierre al placer y a la entrega).
Estas
sucesivas "puertas" se van abriendo desde el "cuerpo" hasta
la "psique" (que para el psicoanálisis son sólo dos formas de vivirse
como persona). En la noche de esta sesión, la paciente, visiblemente
movilizada, se la comunica, contra su costumbre, a su esposo, con la idea
también de comprobar qué efecto tendría ahora en su cuerpo una experiencia de penetración.
Pero él reacciona de un modo sorprendente: rehúye el coito aduciendo una
irregularidad inexistente en la toma del anticonceptivo.
Creemos
que, bajo la sugestión del relato, el esposo, que en otros momentos ha
manifestado el temor a que ella herede la locura materna, siente a su mujer
identificada con esa madre "violadora" (transformada para él en
castradora) y opta por esconder prudentemente su pene.
Este único
material daría para desarrollar muchas ideas, pero mi propósito es muy otro que
el de desmadejar las fantasías posibles y sólo quiero señalar:
1) La inhibición sexual de mi
paciente, ¿le corresponde como situación específicamente femenina?
Evidentemente no. El marido colocado en la misma escena refractada a través de
su mujer, reacciona también con una inhibición sexual. Las diferencias
individuales de respuesta de cualquier niño o niña, colocado en idéntica
circunstancia, no ofrecerían ninguna pauta como para dividirlas en femeninas o
masculinas. No podemos probar entonces que haya una "esencia"
masculina o femenina que nos permita distinguir la respuesta erótica de una persona. Estas respuestas y sus
correspondientes vivencias constituyen un extenso campo común de varones y
mujeres que permiten la con-vivencia
y la comprensión mutua (incluyendo el campo de la experiencia analítica).
2) Pero, partiendo de esa
comunidad básica, la persona mujer se encuentra, como dijimos, con un cuerpo
distinto del masculino (anatomía receptiva en complementariedad con la dativa
masculina), con un espectro hormonal sexual diferente, con funciones propias
(maternidad en todas sus etapas biológicas) y también propias gestalts-estímulo
heredadas (feromonas incluidas).
Pero estas
diferencias parecen no ser suficientes para la especie humana y, casi desde el
vamos, se van agregando continuamente nuevas diferencias hasta llegar al límite
que casi no hay comportamiento al que no se le pueda adscribir un modo
masculino o femenino de ser ejecutado.
Esta
identidad genérica cultural, ¿qué sentido tiene?
Parece ser
muy importante por la magnitud que adquiere, así como por la
"patología" que le adjudicamos espontáneamente a toda
“desviación".
Me parece
bastante claro que toda esta exigencia identificatoria de nuestra especie no
puede ser atribuida sólo a la ejecución del deseo sexual o a la conservación de
la especie para lo cual sería suficiente la identidad biológica.
Hay otro
registro que debe ser considerado; registro que justamente tiene el poder de
trastocar la identidad biológica para salvaguardar la propia existencia. No me
refiero a nada nuevo sino simplemente a la identidad PERSONA, al SER persona.
Al decir
PERSONA aludimos a cierta estructura que desborda los límites del
"individuo" (en realidad es excéntrica con respecto a esa imprescindible
unidad biológica que llamamos individuo) y se forma en el vínculo con otras personas.
Por la
contraria: nadie es persona si un otro (otra persona) no lo identifica como
tal. Por eso una persona no existe “dentro
de" sino “entre” los
individuos.
Es la
persona, aquella que puede desintegrarse y morir (psicosis graves) aunque el
individuo esté intacto.
Es la
persona quien puede matar su propio cuerpo en aras de otras reivindicaciones o
con el paradójico fin de protegerse (Winnicott).
Es la persona
que vive antes de nacer (en la persona de sus padres a quienes ya alimenta) y
que vive luego de morir (en la persona de sus prójimos a quienes sigue
alimentando).
Es la
persona que, puesta también separada del cuerpo bajo la forma de alma (psiqué),
espíritu, dios o demonio, puebla el mito, la saga, la religión, la lengua, la
locura.
Es la
persona que, para sobrevivir, está en permanente tensión entre defender su
“identidad" y mantener sus "vínculos".
Somos, en
fin, nosotros que, trabajosamente,
nos estamos construyendo a cada momento apoyándonos unos en otros; nosotros,
seres frágiles y evanescentes como los “hombre hechos a la ligera" o
inmortales como las "almas examinadas” (Schreber: "Mémories"). Y
cuando, por algún motivo, está comprometida esa asunción a la categoría de
"persona" y, para
salvarla, es necesario sacrificar la identidad de género (cambiarla,
desmentirla, desestimarla), así sucede.
Para estos
procesos sí que tiene valor la acentuación de la división de géneros: tanto
para la defensa de la identidad como para la defensa de la complementariedad;
tanto para la reunión en unidades más estables (pareja, familia) como para la
división de roles (parentales u otros).
Y es al
servicio de estas exigencias de estructuración que, en la especie humana, es
necesario subrayar lo de sexualidad femenina, masculina o infantil, incluidos
narcisismo y edipismo, castración y violación.
Pero todos
estos elementos están incluidos en todos y cada uno de nosotros, hombres y
mujeres por igual, en tanto que personas.
* Aporte a los grupos de discusión de las
Jornadas sobre Sexualidad Femenina (agosto de 1985, Asociación Psicoanalítica
del Uruguay)
[1] En el maravilloso texto de Carlos Vaz Ferreira “Lógica viva” (1910) releemos
el capítulo “Cuestiones de palabra y cuestiones de hecho” (que viene como
anillo al dedo para la cuestión de la palabra sexual que estamos analizando) y encontramos la siguiente observación
(pág. 84):
Así, cuando las palabras tienen un cierto
sentido consagrado, que responde a las definiciones adoptadas, y, lo que es más
importante todavía, a las asociaciones habituales, es preferible tomarlas en
ese sentido, y no alterarlo sin una conveniencia positiva. De hacer lo
contrario, suelen resultar inconvenientes graves.
Y ejemplifica con un comentario a la exagerada
extensión que el filósofo Jean-Marie Guyau le da al término estético en un debate con Herbert
Spencer.
Y -¡oh sorpresa!- al final de dicho
comentario agrega, en 1919, esta nota al pie (pág. 85):
(1)
Freud provocó más recientemente una situación parecida — ¡aunque con tantas más
proyecciones prácticas! — por la gran extensión que dio al término “sexualidad”
y a otros correlacionados.
[2] Entre estas pautas destaco las de cortejo
que en nuestra especie humana se refiere, por ejemplo, a aquélla que muy bien
describió Freud cuando señaló la característica exhibicionista del cortejo
femenino y la correspondiente
voyeurista del masculino.
[3] Estamos permanentemente tratando de identificar según el género a la
persona que se nos presenta y, cuando no podemos hacerlo cabalmente,
continuamos con una “desazón identificatoria” que no desaparece hasta que por
fin le otorgamos una definición (masculino, femenino o cualquier otra intermedia
entre esos dos extremos).
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