SIMBOLIZACION Y
COMUNICACIÓN EN EL NIÑO[1]
(1979)
Hemos
visto cómo los modos de vínculo hasta ahora relatados, el amamantamiento, el
contacto, la mirada, incluso formas precursoras del juego, pueden ser objeto de
estudio para los etólogos.
Pero
la comunicación propiamente dicha, la comunicación en el nivel simbólico, es
especifica del hombre y -como dice Ducrot- lo distinguen de los animales, que sólo
poseen sistemas de recepción y de acción, lo que le vale el nombre de
"animal symbo1icum".
El
sistema simbólico se intercala entre los de acción y reacción y es el que nos
permite -ahora, por ejemplo- a mí hablar y a ustedes escucharme, de modo que
esta secuencia de sonidos posee, para ambos un sentido. Sentido éste que es el
campo común que nos reúne, nos comunica, sin por ello articularnos rígidamente
en un sistema de acción - reacción.
Ahora
bien, daremos por sentada sin más, la existencia de ese vasto campo intermedio
de la comunicación, de este mundo de símbolos y signos en que estamos incluidos
como humanos, y nos preguntaremos qué le ocurre a ese individuo que accede por
vez primera a dicho mundo.
Es
un nuevo nacimiento, distinto del- biológico, que bien podríamos llamar el
nacimiento a la cultura.
¿Qué
necesita ese niño para poder nacer en este sentido? Por lo menos, tres
condiciones imprescindibles:
1a. Haber recibido - y continuar recibiendo - las
formas de vínculo que han sido expuestas, pues ellas preparan y sostienen, a modo
de matriz, el nuevo advenimiento y bien sabemos qué profundas alteraciones
sobrevienen cuando ellas fallan. Pensemos, por ejemplo, en el autismo infantil.
2a. Estar inmersos en el mundo de la cultura.
Pensemos en los “niños-lobo" o sin llegar a eso, en otras situaciones de
severa privación cultural.
3a. Tener en sí el equipo anátomo - fisiológico básico
para el desarrollo de la función simbólica o, mejor llamada, semiótica.
No
sabemos cómo, en la Filogenia, se adquirió este equipo, pero, por la patología,
sabemos de la necesidad de su presencia para el surgimiento de dichas
funciones. Aunque sabemos también, que éstas necesitan, además, y de modo
imprescindible, del estímulo de la comunicación interhumana.
***
Estos
planteos nos conducen a mirar ese nuevo nacimiento del que hablábamos, como un
descentramiento que se da en momentos privilegiados en que el bebé adquiere noción
de sí y del mundo como distinto de sí, y luego, de sí y del otro como distinto
pero semejante a él.
Ya
no está más superpuesto a su ser biológico. Algo se descentró, algo nació que
no sabría bien como llamar: ¿el yo?, ¿el sujeto?, ¿la persona?, pero que sí
podría decir que será capaz de representar y representarse, de pensar y
pensarse, de nombrar y nombrarse.
Aparecen
con ello, nuevas posibilidades, nuevos intereses, nuevas funciones. Este recién
nacido recibe entonces, a diferencia del animal, una doble herencia que deberá
coordinar y organizar para sobrevivir como tal:
- por un lado, la herencia biológica de sus
capacidades, sus necesidades, sus instintos,
- por otro, la herencia cultural con sus
leyes, su historia, su lengua.
Y la
tarea de coordinar ambas herencias le acompañará toda la vida en tanto pretenda
convivir y comunicarse. Su abandono o su fractura representa la muerte como
sujeto y creo que todos ustedes conocen claros casos (por·ej. las psicosis
graves) en los que esa muerte se ha producido (aunque puede discutirse la
reversibilidad o irreversibilidad de la misma).
***
Con
respecto a este nuevo nacimiento los investigadores se han planteado numerosos
problemas que, al modo habitual, podemos sintetizar así:
1a. gran pregunta: ¿qué es lo que lleva
a la especie humana a este logro?
Se
ha invocado en este sentido al extenso período de indefensión, de desamparo,
que recorre el recién nacido humano y que lo hace depender durante largo tiempo
de sus progenitores, conduciéndolos a compartir tareas y comunicarse, como modo
de proteger la cría.
También
a la inversa, podemos pensar que el período de desamparo deba su existencia al
hecho de ser tolerado, e incluso estimulado, por sociedades protectoras. (Hoy aún
vemos cómo en sociedades primitivas la maduración psico-biológica es más precoz
que entre nosotros).
Quizás
sea mejor considerar ambos factores - desamparo y protección- como
interactuantes a un mismo nivel, en mutua potenciación.
De acá
sólo nos queda un paso para considerar, de acuerdo a Freud, dos fenómenos que
confluyen para la génesis de la cultura y el acceso a la expresión simbólica:
- por un lado, la presión de las leyes de
convivencia, como la prohibición del incesto,
- y
por otro, la mutación de las conductas instintivas fijas en pulsiones con metas
y objetos intercambiables.
Se
habilita así el mecanismo de la represión y el camino a la sublimación.
2a. gran pregunta, (con sus dos vertientes): ¿En qué momento y mediante qué medios se
convierte la cría humana en “animal symbolicum", es decir, en ser
pensante, receptor y emisor intencionado de mensajes?
Estas
dos cuestiones nos introducen en intrincadísimos problemas, pero diremos algo
sobre dos momentos, de aparición sucesiva, en el proceso de simbolización:
a) la creación del espacio simbólico, y
b) la integración de un código. `
***
a)
La creación del espacio simbólico está en relación con la necesidad del niño
-inmaduro y dependiente- de tolerar la espera y la separación.
Aparecen
entonces los primeros sustitutos de la figura materna: el chupete, los
juguetes, que no son la cosa en sí pero que la representan. Ya se está creando allí
una relación de simbolización que, si bien aún no es comunicación, la está
preparando.
Claro
que se podría objetar que también los monos de la experiencia relatada,[2]
sustituyen la figura materna por algo que se le parece. Pero es distinto; es
una sustitución total en los términos de ”ecuación simbólica" como la
describe Hanna Segal, permanece siempre como tal y no conduce a la representación
de una ausencia como sucede en la verdadera relación de simbolización.
Estos
hechos suceden ya durante el primer año de vida y habilitan para las primeras
conductas de juego y aprendizaje.
Implican
la capacidad de representar y, por lo tanto, de pensar.
Podemos
optar por suponer un desarrollo progresivo de estas capacidades o, por lo
contrario, tratar de descubrir momentos privilegiados en donde se estructuran,
en un solo acto elementos hasta entonces dispersos.
Fenómenos
de este tipo son, por ejemplo, el estadio del espejo que toma Lacan, o la
angustia del 8º mes de Spitz, justamente relacionadas con el reconocimiento de
sí y del otro, imprescindible para el establecimiento de la comunicación en el
nivel simbólico.
b)
Pero ¿podemos decir que una representación simbólica es, de por sí, una
comunicación?
Creemos
que no. El juego es un cabal ejemplo de representación simbólica que, si bien
puede ser usado como medio de comunicación, no es ésa su función más primaria.
Es
necesario, entonces, que el niño nos muestre su capacidad de recibir o
comunicar un mensaje y esto lo podemos asegurar cuando comienza a entender y
usar intencionadamente un código.
Tales
conductas se establecen en el segundo año de vida y sabemos que la comprensión
de mensajes se anticipa a su emisión, en plazos variables según el caso.
Podemos
establecer 3 niveles de códigos, sin que la instalación de uno nuevo implique
la desaparición de los anteriores:
1)
El código mímico-gestual, que, de manera general, tiene validez universal y que
no admite modos de registro escrito. Adquiere formas muy evolucionadas en los
sordomudos, por ejemplo, en donde pasa a ser un código de signos.
2)
El código de los símbolos.
Tiene
también validez universal. Pensemos que cualquiera, no importa cuál sea su
lengua, podría captar la simbología de un sueño, o del juego de un niño, o de
una expresión plástica en el campo del arte.
Un símbolo
surge en realidad de una relación entre dos componentes - lo simbolizado y el simbolizante
- que tienen existencia independiente y que se aproximan mediante una motivación
de semejanza o de contigüidad. Esta división le permite a Freud descubrir la simbólica inconciente en los sueños,
donde lo simbolizado se halla reprimido, y que aplicamos también al juego
infantil, abriéndose la "vía regia" de comunicación con el
inconciente del niño.
3)
El código de los signos verbales, o sea la lengua.
No
tiene validez universal sino para determinado número de usuarios. La relación
establecida entre los dos componentes del signo - significado y significante -
es convencional y, por lo tanto, necesaria e inmotivada a diferencia del símbolo.
Pero
admite modos sencillos de expresión y registro y es el único nivel de código
que es capaz de expresarse sobre sí mismo.
Está
contenido en el acervo cultural de los pueblos y su presencia inaugura la
historia de la humanidad, así como la historia del individuo.
[1] Esta nota forma parte de un
conjunto de cinco que expusimos un grupo de colegas sobre el tema: "Formas
normales de la comunicación en el niño” en las JORNADAS DE APPIA, en 1979.
[2] Se refiere a las experiencias de Harlow que
pueden verse en el video “El arrullo materno” (youtube).
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