martes, 16 de octubre de 2018

A. Weigle, Simbolización y comunicación en el niño


SIMBOLIZACION Y COMUNICACIÓN EN EL NIÑO[1]
(1979)

Hemos visto cómo los modos de vínculo hasta ahora relatados, el amamantamiento, el contacto, la mirada, incluso formas precursoras del juego, pueden ser objeto de estudio para los etólogos.
Pero la comunicación propiamente dicha, la comunicación en el nivel simbólico, es especifica del hombre y -como dice Ducrot- lo distinguen de los animales, que sólo poseen sistemas de recepción y de acción, lo que le vale el nombre de "animal symbo1icum".
El sistema simbólico se intercala entre los de acción y reacción y es el que nos permite -ahora, por ejemplo- a mí hablar y a ustedes escucharme, de modo que esta secuencia de sonidos posee, para ambos un sentido. Sentido éste que es el campo común que nos reúne, nos comunica, sin por ello articularnos rígidamente en un sistema de acción - reacción.
Ahora bien, daremos por sentada sin más, la existencia de ese vasto campo intermedio de la comunicación, de este mundo de símbolos y signos en que estamos incluidos como humanos, y nos preguntaremos qué le ocurre a ese individuo que accede por vez primera a dicho mundo.
Es un nuevo nacimiento, distinto del- biológico, que bien podríamos llamar el nacimiento a la cultura.
¿Qué necesita ese niño para poder nacer en este sentido? Por lo menos, tres condiciones imprescindibles:
1a.   Haber recibido - y continuar recibiendo - las formas de vínculo que han sido expuestas, pues ellas preparan y sostienen, a modo de matriz, el nuevo advenimiento y bien sabemos qué profundas alteraciones sobrevienen cuando ellas fallan. Pensemos, por ejemplo, en el autismo infantil.
2a.   Estar inmersos en el mundo de la cultura. Pensemos en los “niños-lobo" o sin llegar a eso, en otras situaciones de severa privación cultural.
3a.   Tener en sí el equipo anátomo - fisiológico básico para el desarrollo de la función simbólica o, mejor llamada, semiótica.
No sabemos cómo, en la Filogenia, se adquirió este equipo, pero, por la patología, sabemos de la necesidad de su presencia para el surgimiento de dichas funciones. Aunque sabemos también, que éstas necesitan, además, y de modo imprescindible, del estímulo de la comunicación interhumana.
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Estos planteos nos conducen a mirar ese nuevo nacimiento del que hablábamos, como un descentramiento que se da en momentos privilegiados en que el bebé adquiere noción de sí y del mundo como distinto de sí, y luego, de sí y del otro como distinto pero semejante a él.
Ya no está más superpuesto a su ser biológico. Algo se descentró, algo nació que no sabría bien como llamar: ¿el yo?, ¿el sujeto?, ¿la persona?, pero que sí podría decir que será capaz de representar y representarse, de pensar y pensarse, de nombrar y nombrarse.
Aparecen con ello, nuevas posibilidades, nuevos intereses, nuevas funciones. Este recién nacido recibe entonces, a diferencia del animal, una doble herencia que deberá coordinar y organizar para sobrevivir como tal:
   - por un lado, la herencia biológica de sus capacidades, sus necesidades, sus instintos,
   - por otro, la herencia cultural con sus leyes, su historia, su lengua.
Y la tarea de coordinar ambas herencias le acompañará toda la vida en tanto pretenda convivir y comunicarse. Su abandono o su fractura representa la muerte como sujeto y creo que todos ustedes conocen claros casos (por·ej. las psicosis graves) en los que esa muerte se ha producido (aunque puede discutirse la reversibilidad o irreversibilidad de la misma).
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Con respecto a este nuevo nacimiento los investigadores se han planteado numerosos problemas que, al modo habitual, podemos sintetizar así:
1a. gran pregunta: ¿qué es lo que lleva a la especie humana a este logro?
Se ha invocado en este sentido al extenso período de indefensión, de desamparo, que recorre el recién nacido humano y que lo hace depender durante largo tiempo de sus progenitores, conduciéndolos a compartir tareas y comunicarse, como modo de proteger la cría.
También a la inversa, podemos pensar que el período de desamparo deba su existencia al hecho de ser tolerado, e incluso estimulado, por sociedades protectoras. (Hoy aún vemos cómo en sociedades primitivas la maduración psico-biológica es más precoz que entre nosotros).
Quizás sea mejor considerar ambos factores - desamparo y protección- como interactuantes a un mismo nivel, en mutua potenciación.
De acá sólo nos queda un paso para considerar, de acuerdo a Freud, dos fenómenos que confluyen para la génesis de la cultura y el acceso a la expresión simbólica:
      - por un lado, la presión de las leyes de convivencia, como la prohibición del incesto,
      - y por otro, la mutación de las conductas instintivas fijas en pulsiones con metas y objetos intercambiables.
Se habilita así el mecanismo de la represión y el camino a la sublimación.
2a. gran pregunta, (con sus dos vertientes): ¿En qué momento y mediante qué medios se convierte la cría humana en “animal symbolicum", es decir, en ser pensante, receptor y emisor intencionado de mensajes?
Estas dos cuestiones nos introducen en intrincadísimos problemas, pero diremos algo sobre dos momentos, de aparición sucesiva, en el proceso de simbolización:
      a) la creación del espacio simbólico, y
      b) la integración de un código. `
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a) La creación del espacio simbólico está en relación con la necesidad del niño -inmaduro y dependiente- de tolerar la espera y la separación.
Aparecen entonces los primeros sustitutos de la figura materna: el chupete, los juguetes, que no son la cosa en sí pero que la representan. Ya se está creando allí una relación de simbolización que, si bien aún no es comunicación, la está preparando.
Claro que se podría objetar que también los monos de la experiencia relatada,[2] sustituyen la figura materna por algo que se le parece. Pero es distinto; es una sustitución total en los términos de ”ecuación simbólica" como la describe Hanna Segal, permanece siempre como tal y no conduce a la representación de una ausencia como sucede en la verdadera relación de simbolización.
Estos hechos suceden ya durante el primer año de vida y habilitan para las primeras conductas de juego y aprendizaje.
Implican la capacidad de representar y, por lo tanto, de pensar.
Podemos optar por suponer un desarrollo progresivo de estas capacidades o, por lo contrario, tratar de descubrir momentos privilegiados en donde se estructuran, en un solo acto elementos hasta entonces dispersos.
Fenómenos de este tipo son, por ejemplo, el estadio del espejo que toma Lacan, o la angustia del 8º mes de Spitz, justamente relacionadas con el reconocimiento de sí y del otro, imprescindible para el establecimiento de la comunicación en el nivel simbólico.
b) Pero ¿podemos decir que una representación simbólica es, de por sí, una comunicación?
Creemos que no. El juego es un cabal ejemplo de representación simbólica que, si bien puede ser usado como medio de comunicación, no es ésa su función más primaria.
Es necesario, entonces, que el niño nos muestre su capacidad de recibir o comunicar un mensaje y esto lo podemos asegurar cuando comienza a entender y usar intencionadamente un código.
Tales conductas se establecen en el segundo año de vida y sabemos que la comprensión de mensajes se anticipa a su emisión, en plazos variables según el caso.
Podemos establecer 3 niveles de códigos, sin que la instalación de uno nuevo implique la desaparición de los anteriores:
1) El código mímico-gestual, que, de manera general, tiene validez universal y que no admite modos de registro escrito. Adquiere formas muy evolucionadas en los sordomudos, por ejemplo, en donde pasa a ser un código de signos.
2) El código de los símbolos.
Tiene también validez universal. Pensemos que cualquiera, no importa cuál sea su lengua, podría captar la simbología de un sueño, o del juego de un niño, o de una expresión plástica en el campo del arte.
Un símbolo surge en realidad de una relación entre dos componentes - lo simbolizado y el simbolizante - que tienen existencia independiente y que se aproximan mediante una motivación de semejanza o de contigüidad. Esta división le permite a Freud descubrir la simbólica inconciente en los sueños, donde lo simbolizado se halla reprimido, y que aplicamos también al juego infantil, abriéndose la "vía regia" de comunicación con el inconciente del niño.
3) El código de los signos verbales, o sea la lengua.
No tiene validez universal sino para determinado número de usuarios. La relación establecida entre los dos componentes del signo - significado y significante - es convencional y, por lo tanto, necesaria e inmotivada a diferencia del símbolo.
Pero admite modos sencillos de expresión y registro y es el único nivel de código que es capaz de expresarse sobre sí mismo.
Está contenido en el acervo cultural de los pueblos y su presencia inaugura la historia de la humanidad, así como la historia del individuo.






[1] Esta nota forma parte de un conjunto de cinco que expusimos un grupo de colegas sobre el tema: "Formas normales de la comunicación en el niño” en las JORNADAS DE APPIA, en 1979.
[2] Se refiere a las experiencias de Harlow que pueden verse en el video “El arrullo materno” (youtube).

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